Máximo, entre dictadura y democracia – 3 de octubre 2022

Está claro que Máximo Kirchner no tiene las condiciones para ser un dirigente político de importancia. Cuesta encontrarle virtudes en ese plano. Es portador de apellido. Si se llamara López o Gómez, jamás hubiera llegado a ser presidente nada menos que del poderoso Partido Justicialista de la provincia de Buenos Aires. Es un millonario que heredó parte de la fortuna que robaron sus padres. Apoyó a su militancia camporista de los chetos que tomaron los colegios con las uñas esculpidas. Festejó el respaldo de sus padres que se masturban ideológicamente con la revolución de los 70. Celebró que los trotskistas del sindicato de neumáticos tomaran el ministerio de trabajo y bloquearan las empresas, dos actitudes claramente delictivas. Y eso que el peronismo históricamente macarteó y persiguió, sobre todo en los sindicatos, a los delegados de la izquierda clasista. “Ni yankys ni marxistas”, fue la consigna más suave.
Máximo tiene posturas absolutamente inexplicables. Es el único jefe de bloque oficialista que renunció por estar en contra de la decisión de su gobierno de acordar con el FMI. Se lavó las manos. Sin embargo, apoya a su reciente amigo y socio Sergio Massa, que está realizando un ajuste feroz a pedido precisamente del FMI. Se quejó porque que “las cerealeras nos pusieron de rodillas y hubo que darles otro dólar” para que liquidaran la soja. Una medida central decidida por Sergio Massa. Máximo no se hace cargo de nada. Todo lo malo es culpa de los demás y todo lo bueno son sus decisiones. Por lo bajo los intendentes bonaerenses no lo pueden ver porque les viene armando la listas en sus distritos. No es casual que no haya ganado nunca una elección encabezando la boleta. Siempre se esconde detrás de alguien. Sobre todo detrás de las polleras de su madre. Por algo está en el podio de los políticos con mayor imagen negativa de la Argentina.
Máximo, simultáneamente, habilitó a Pablo Moyano, un primitivo hombre de la patota y la derecha para que se meta en las reuniones en su nombre.
Hay una lista de torpezas en la trayectoria de Máximo. Pero tal vez su metida de pata más grave la cometió este fin de semana en Morón, en un encuentro de la militancia.
Comparó a la dictadura militar con el gobierno democrático de Horacio Rodríguez Larreta en la Ciudad de Buenos Aires. Parece mentira que a esta altura haya que explicar que hacer eso es banalizar el horror y el terrorismo de estado. Los jóvenes que no sufrieron esa época deberían informarse con libros y crónicas para no dejarse engañar y comprar semejante mentira que desarticula todo tipo de análisis racional.
Durante la nefasta Noche de los Lápices, lo pueden ver también en la película, jóvenes militantes que peleaban por el boleto estudiantil en La Plata, fueron secuestrados, y en 6 casos, desaparecidos y se supone que asesinados, porque nunca aparecieron los cuerpos.
¿Hay algo más grave que eso? No se puede vaciar esa realidad atroz diciendo que hay vínculos con la payasada que están haciendo un grupo de estudiantes camporistas en algunas escuelas privilegiadas respecto del resto del sistema educativo. Que les ofrezcan la posibilidad maravillosa de hacer pasantías y ganar en experiencia laboral o que los pebetes tengan más o menos gramos de jamón, es un juego de niños a comparación con el genocidio perpetrado en Argentina. Jorge Rafael Videla y Emilio Eduardo Massera, entre otros, fueron condenados a cadena perpetua por sus crímenes de lesa humanidad. Horacio Rodríguez Larreta y Soledad Acuña pelean para que los chicos no pierdan ni una hora de clase y denuncian ante la justicia democrática, como corresponde, a los padres por la toma de un edificio público. Los patrulleros que llevaron las notificaciones a sus domicilios son los mismos que llevan cualquier notificación de la justicia. No hubo un solo estudiante golpeado ni reprimido. ¿Cómo Máximo puede comparar eso con miles de desaparecidos, torturados, asesinados en campos de concentración?
Insisto con el tema. No se puede banalizar a la dictadura más cruel y feroz que padecimos los argentinos. Tal vez Máximo piense que la dictadura fue la inacción de sus padres abogados y militantes que no hicieron absolutamente nada en esa época. Solo enriquecerse con una ley de la dictadura para quedarse con las casas de mucha gente que no pudo pagar sus créditos. Tal vez por eso piensa que aquella época es asimilable a la tranquilidad con que se puede activar hoy en cualquier partido político. Pero sus padres son la medida de la claudicación y la malversación en este tema. Que les pregunte a abogados radicales o peronistas como Rafael Flores que tuvieron el coraje de presentar habeas corpus y de buscar a los desaparecidos. Eso no tiene nada que ver con reclamar por un mejor pebete para la vianda.
Su discurso estuvo repleto de mentiras. Acusó a Rodríguez Larreta de bajar la mirada ante Macri que lo maltrata y lo deja sin dignidad y eso es justamente con lo que ocurre con Alberto Fernández frente a Cristina.
Otra falsedad fue afirmar que al jefe de gobierno de la ciudad le gustan los jóvenes que andan con guillotinas y antorchas y quieren matar al otro”. No hay una sola declaración ni un solo dato de que, eso que dijo Máximo, defina la postura de Larreta. Todo lo contrario, parece ser una expresión de deseo. Lo que a Máximo le gustaría que Larreta sea. Pero no es así. Chicanas y mamarrachos que lo empujan a convertirse en un dirigente de muy bajo impacto. Pero nada más grave que comparar los crímenes de lesa humanidad con pavadas administrativas en democracia. Máximo debería saber que eso no hace heroica las tomas de los colegios secundarios. Todo lo contrario, vacía de contenido el terrorismo de estado. Y eso es grave. Tan grave como la utilización de los derechos humanos que hicieron sus padres.

Un héroe, de Darín a Strassera – 30 de septiembre 2022

El cine de calidad está haciendo un gran aporte. Multiplica la figura de un héroe cívico llamado Julio César Strassera en la piel y el talento de Ricardo Darín. En mi caso, hizo que a siete años de su muerte, entienda porque cada día extrañamos más a Strassera.
La Argentina, hoy más que nunca, necesita, a todo nivel, hombres de la estatura moral de Strassera. Ya pasaron siete años de su muerte y nunca son suficientes los homenajes que recuerden su coraje y su siembra republicana.
Julio César Strassera fue como una especie de Raúl Alfonsín de la justicia.
Tenía hasta un parecido físico, la misma dignidad y austeridad ciudadana que el ex presidente. Ambos pasaron a la mejor historia argentina por el juicio a las juntas militares. Alfonsín porque tomó la decisión corajuda de combatir la impunidad de los terroristas de estado para refundar la democracia sobre la base de verdad, justicia y castigo a los culpables. Y don Julio, porque fue el fiscal de aquella instancia inédita en todo el mundo. Grabó a fuego en la memoria colectiva ese grito de batalla por la paz que fue el Nunca Más.
Don Julio y don Raúl, le pusieron el pecho a los dictadores de la banda de Videla cuando las balas picaban cerca y había que ser muy valiente para aguantar las presiones y amenazas.
Nunca más a los golpes militares.
Nunca más la tortura y la desaparición forzada de personas.
Nunca más un genocidio.
Nunca más a la utilización de la violencia y las armas en la política.
¿Todos los argentinos habremos aprendido esa horrorosa lección de la historia?
¿Se acuerdan cuando Aníbal Fernández lo quiso descalificar? Y digo lo quiso, porque no descalifica el que quiere, sino el que puede. Y nosotros recurrimos al testimonio de Marcelo, el hijo del ex gobernador Jorge Cepernic que tuvo palabras de desagravio para Strassera.
Hace siete años que murió don Julio Strassera. Se fue sin doblarse ni quebrarse. Fiel a sus convicciones de enfrentar siempre a los autoritarios. Hizo un viaje rumbo a la estatura de prócer cívico. Seguramente se encontró en el cielo con don Raúl y Ernesto Sábato.
Estoy seguro que juntos, nos ayudarán a construir un país mejor. Para que Nunca Más los fusiles y la muerte puedan más que la Constitución y la vida.
Hoy, los fiscales están muy amenazados por quienes no quieren reconocer su infinita cleptocracia. Strassera dignificó para todos los tiempos la categoría de Fiscal.
Aquel alegato de Strassera marcó un día histórico y refundacional de la democracia argentina. En la Sala de Audiencias del Palacio de Justicia declararon 833 personas cuyos testimonios durante las 530 horas que duró el proceso fueron filmados y grabados y permanecen preservados para la posteridad en Noruega, en una habitación especial a prueba hasta de bombas atómicas.
Hay que decir, en la dimensión humana de la historia, que una maldita infección intestinal y un cuadro de hiperglucemia terminó con la vida de Don Julio pero parió su leyenda.
Lo hace una película llamada Argentina 1985, pero vale la pena que todos aprovechemos para rendirle un humilde homenaje patriótico a un hombre que según Luis Moreno Ocampo, quien fuera su adjunto, «es un prócer cuya estatua no tendrá sable ni caballo porque su escultor deberá representar sus armas: la verdad y la ley».
Hasta el 27 de febrero del año 2015, Don Julio era un ciudadano común que fumaba mucho y caminaba lento por las calles y que muy pocos conocían y reconocían. Despreciaba los homenajes pero, aunque él no lo quisiera, tal como dijo Moreno Ocampo, ya es un Santo del Nunca Más que deberíamos bendecir de una vez por todas. Los bigotazos blancos y las ojeras profundas lo hacían insólitamente parecido a Alfonsín que fue el político que lo convenció para que se jugara la vida por todos nosotros.
Y no estoy exagerando. Ser el fiscal acusador de aquellos genocidas era jugarse la vida. Exponerse a los atentados, a tantas amenazas de muerte para él y su familia. En aquellos tiempos los ex dictadores y sus patotas tenían poder y capacidad de daño. No era fácil como ahora hablar de los derechos humanos y condenar a los asesinos de uniforme. Hay que decirlo para que haya memoria histórica. Para que ningún recién llegado al tema, como lo fue Néstor Kirchner en su momento, se haga el guapo descolgando cuadros 25 años después cuando en aquellos años terribles no se le recuerda un solo gesto de defensa de los presos políticos o de lucha por los derechos humanos. Ahora es fácil, repito.
Se hicieron los valientes porque cazaron dinosaurios en el zoológico y se creyeron revolucionarios. Y don Julio, que lo fue de verdad, anduvo calladito y humilde por la vida soportando maltratos de los Kirchner en general y de Aníbal Fernández en particular. Don Julio inmortalizó aquellas dos palabras, aquellos dos rezos laicos que lo decían todo: Nunca más. Todavía hoy tiemblo todo cuando me parece escuchar su voz cavernosa diciendo con firmeza: “Señores jueces: quiero renunciar expresamente a toda pretensión de originalidad para cerrar esta requisitoria. Quiero utilizar una frase que no me pertenece, porque pertenece ya a todo el pueblo argentino. Señores jueces: Nunca más”.
Don Julio era de esos argentinos que condenaron todas las formas de la muerte y las combatieron con todas las formas de la vida. Aquel juicio fue una bisagra en la historia de este país. Nadie en el mundo se atrevió a hacerlo.
Aquel proceso legal, fue inédito aunque algunos lo comparen con el juicio de Nuremberg a los nazis.
Pero el nuestro fue el único hecho por tribunales civiles. Videla y Massera fueron condenados a reclusión perpetua por señores de saco y de corbata que esgrimían solamente un instrumento: la constitución nacional.
Don Julio consideró inmoral el indulto otorgado por el ex presidente Carlos Menem a los militares y a los montoneros y se retiró de la función pública. Bajó su perfil con sus ojos cargados de tristeza. El tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos. Pero Julio César Strassera se transformó en un mito. Lejos del bronce y del cine, don Julio hoy es un monumento a la ley pero hecho de carne y hueso. De vida y libertad.

Necesitamos al Cuchi para que nos ilumine – 29 de septiembre 2022

No me canso de repetirlo y recordarlo todos los años. Ojalá que el talento del Cuchi Leguizamón nos ilumine desde el cielo.
Estamos tan saturados del autoritarismo, la corrupción, el fracaso del gobierno en todos los planos y la hecatombe económica que, por momentos, nos invade cierta oscuridad por la falta de esperanza. Por eso, tal vez el Cuchi, tan solidario siempre, nos pueda prestar su luz hasta que salgamos del túnel.
Gustavo Leguizamón, más conocido como “El Cuchi”, hoy cumpliría 105 años pero hace 22 años que falleció. Es uno de los más grandes artistas populares que dio nuestra bendita Argentina. Recuerdo que aquel día triste me pregunté donde iremos a parar si se apaga el Chuchi Leguizamón, como Balderrama.
Yo estoy construido de varios materiales, como todo el mundo. Uno de ellos son las peñas de la Córdoba combativa de los 70 y los festivales de folclore de Cosquín.
El Cuchi nos honró el alma y nos llenó nuestras neuronas con su talento de bagualas y lamentos. Todavía nos sentimos un poco huérfanos del Cuchi. Pero por suerte está su obra y sigue brillando. Fue el que provocaba a los conservadores de toda laya con su filosa ironía. Nos despertaba con sus sonoras carcajadas endiabladas, como sus ojos, como las aristas de su cara y su barba.
El Cuchi fue uno de los defensores del pobrerío salteño. Era un duende genial que aparecía mágicamente donde se lo necesitaba. Un aristócrata pariente del general Arenales y bisnieto de una criolla que luchó al lado de los corajudos y las corajudas de Martín Miguel de Güemes.
El Cuchi fue capaz de escribir “Chacarera del expediente” y burlarse de su propio oficio, y burlarse de todo.
Solo alguien de su dimensión eterna pudo crear esto…
El pobre que nunca tiene/ ni un peso p’andar contento/no bien se halla una gallina/ ya me lo meten preso./ El comisario ladino/ que oficia de diligente/ lo hace confesar a palos/ al preso y a sus parientes/ Y se pasan las semanas/engordando el expediente/ mientras el preso suspira/ por un doctor influyente/ Amalaya la justicia/ vidita los abogados/ cuando la ley nace sorda/ no la compone ni el diablo/ Esta son cosas del pueblo/de los que no tienen nada/esos que se hallan millones/ tienen la Casa Rosada.
Parece escrito hoy. Aquí aparece toda su rebeldía contra los funcionarios corruptos. Toda la mordacidad de alguien que pese a los antepasados de gran alcurnia jamás se olvidó de ser un ponchito protector de su gente. Para empezar nunca dejó de vivir en Salta. Ese fue su lugar en el mundo y su lugar en la vida y en la muerte. Lo enterraron en el cementerio Santa Cruz, regado por un torrontés que se toma lento y viene en damajuana. Dicen que camino al campo santo recitó con su voz cavernosa a modo de despedida que: “Si nada hay tras de la vida/ iré más allacito cantando/ cuando mi sombra florezca azul/ sus huellas se irán borrando.
Podemos quedarnos tranquilos porque no descansó en paz durante este tiempo de ausencia. El cielo lo estaba esperando para sumarse a una fiesta. El Mono Villegas le hizo un lugarcito en el piano universal del jazz maestro y Manuel Jota Castilla preparó el locro y las empanadas y hermosas letras para musicalizar. El Cuchi se llevó una utopía. Alegrarle la vida a Dios por toda la eternidad. Ya lo había escrito cuando dijo:
Pobrecito Tata Dios/ siempre solito y ausente/ se moriría de aburrido/ si no fuera por la gente.
El Cuchi que yo canto, el que hoy le robamos al recuerdo, se fue satisfecho con una sonrisa de vino manso. Por sus armonías que todavía son modernas y transgresoras pero enraizadas a la tierra. Por sus melodías cultas y a la vez populares. Por su sabiduría en el piano y en los consejos. Siempre se llevó la vida por delante. Pateó todos los tableros y desvistió a todos los santos. Fue golpeteo sobre las mesas, madrugadas de seducción y de cuerpos.
Nadie pudo ni podrá domesticar al Cuchi. Siempre rompió todos los moldes y los dogmas. ¿O ustedes conocen a alguien más en el mundo que haya armado un concierto con las maravillosas campanas de Salta repicando y replicando? ¿O la sensata locura de diseñar una obra integral con los 18 sonidos que tienen los gases al escapar de las locomotoras? Hasta le sumó el silbato del tren y el ruido de la marcha sobre las vías. Los trenes del alma le marcaron la vida. Lo sacudían hasta las entrañas. No en vano se sentía orgullosamente hijo del jefe de la estación de tren de Cerrillos. Lo único que le faltó fue querer hacer una serenata con los aromas y los colores de Salta la linda.
No sabemos cómo ocupó sus días vacíos. El Cuchi iba tan a contramano de la pacatería y lo establecido que un día histórico decidió dirigir y arreglar a un dúo que revolucionó el folclore con su forma de cantar cruzado entre falsetes y abismos.
Llamó a Patricio Giménez y al Chacho Echenique y parió el Dúo Salteño, algo así como la máxima vanguardia de la música criolla de finales de los 60. Algo así como los Piazzolas de las vidalas y las zambas, algo así como los Beatles pero de acá.
Así andaba el Cuchi por la vida. Con un poncho rojo en el corazón, como si fuera el escudo protector de un gaucho, como su bisabuela o como si fuese el mismísimo Martin Miguel de Güemes para defender a pura palabra y puro teclado las fronteras de nuestra cultura y de nuestra patria que no es lo mismo pero es igual.
Supo cantar en los coros universitarios, ser un profesor muy querido por sus alumnos por su forma campechana de enseñar historia o filosofía, un abogado penalista de los pobres y ausentes, un músico capaz de disfrutar de Los Fronterizos, de Vinicius de Moraes o de Bach y Beethoven a quien llamó con toda justicia : “el músico definitivo”.
Solía inflar su mejilla con el acullico permanente que le hace el aguante de coca a las noches que no encuentran el límite de la madrugada. Solía cocinar como el más experto de los criollos y con esa misma experiencia, sazonar musicalmente “La Cantata Popular de las Comidas” de Armando Tejada Gómez.
Dice la leyenda que nació con una quena en la cuna. Y que a los dos años ya tocaba el Barbero de Sevilla. Escuchaba con esa oreja prodigio a su padre cantar ópera todo el día o a su madre silbar a los pájaros para que acompañaran los vuelos del Cuchi.
Cuchi significa chancho en Quechua. De chiquito le pusieron ese apodo que en Salta habla de picardía y le quedó Cuchi para toda la vida y desde hace 22 años, para toda la muerte.
Tiene un solo disco producido por otro grande como Manolo Juárez. Se murió sin un peso para arreglar su piano oxidado. Dejó 4 hijos que llevan el apellido Leguizamón con la frente bien alta. Murió un día antes de cumplir 83 años.
Se pasó la vida desafiando lo previsible. Levantó polémicas a cada rato con su ingenio y sus definiciones para sorprender como si fuera un Borges de la música de Salta. Tenía una impronta borgiana de verdad, en su aspecto señorial y oligarca, en sus bibliotecas y laberintos armónicos que dinamitaban las rutinas. Y algo mágico que quiero contarle: compuso un tema en sociedad con Jorge Luis Borges. Se imagina: de Cuchi Leguizamón y Jorge Luis Borges un tema llamado; “No hay cosa como la muerte” .Dice en su último párrafo:
-No se aflija. En la memoria/ de los tiempos venideros/también nosotros seremos/los tauras y los primeros.
El ruin será generoso/y el flojo será valiente: No hay cosa como la muerte
para mejorar la gente.
Yo quiero convocarlos porque al igual que La Pomeña, yo sé que…
Viene en un caballo blanco/ la caja en sus manos tiembla/ y cuando se hunde en la noche/ es una dalia morena.
O como Maturana: No me cabe duda que el Cuchi, Dios lo tenga en la gloria y se divierta con él, andará rondando la tierra con toda su tierra adentro y en el vino que lo duerme, dormido llora su pago.
Nosotros también lo lloramos y lo extrañamos.
En el vino que lo duerme/ Dormido llora su pago.