Cafrune, el payador perseguido – 31 de enero 2018

Aunque mucho he padecido
No me engrilla la prudencia.
Es una falsa experiencia
Vivir temblándole a todo.
Cada cual tiene su modo;
La rebelión es mi cencia.
Esta estrofa de “El payador perseguido”, parece escrita por Atahualpa Yupanqui especialmente para Jorge Cafrune. Hace 40 años que lo mataron cuando el recién tenía 40 años. Y digo lo mataron más allá de si se trató de un accidente o de un crimen de la dictadura militar de Jorge Rafael Videla. Era 1978 y el terrorismo de estado había llegado a la cumbre de su impunidad. Un par de días antes, en el festival de Cosquín, el Turco Cafrune subió al escenario pese a que muchas de sus canciones preferidas estaban prohibidas. El turco, solito con su guitarra, su sombrero ala ancha, sus ojos sirio libaneses y jujeños, su barba larguísima, arrancó con su estilo de siempre. Cantando cada sílaba, paladeando cada palabra, con un tono firme y una voz capaz de conmover multitudes. Hasta que una voz entre muchas voces de los que no tenían voz le pidió un tema que no estaba autorizado por los censuradores con uniforme. Algunos dicen que increíblemente fue “Zamba de mi esperanza”, casi como una metáfora de que la oscuridad armada no toleraba ni siquiera la luz de la esperanza. Pero otros aseguran que el Turco Cafrune y su carisma chúcaro y rebelde canto “El Orejano”. Respiró profundo, reconoció que ese tema no podía ser cantado pero dijo que si el pueblo se lo pedía, no podía negarse. Miró el horizonte de las sierras de Córdoba y proclamó: Yo sé que en el pago me tienen idea/ porque a los que mandan no les cabresteo”. La plaza Próspero Molina estalló en aplausos. Cabrestear o Cabetrear según el diccionario es acostumbrar al caballo que se está domando a que tolere el lazo que se le está colocando. Que no resista. Que se rinda. Y el Turco Cafrune decía en plena dictadura militar que no se rendía ante los militares que habían eliminado la libertad y la democracia.
Desaparecidos que estaban secuestrados en el centro clandestino de detención “La Perla”, en su testimonio en el Nunca Más, denunciaron que un teniente Villanueva dijo que “había que matar a Cafrune para que le sirviera de advertencia al resto. Sus canciones son tan poderosas como un ejército”.
Nunca sabremos si fue una expresión de deseo o una orden, pero un par de días más tarde, el querido Turco Cafrune estaba muerto en el Instituto del Torax de Vicente López.
Se cumplían 200 años del nacimiento del general José de San Martin y se hacía un homenaje en Yapeyú, en su tierra natal de Corrientes. Cafrune y su amigo “El Fino” Gutiérrez resolvieron sumarse, acercando un cofre con tierra traída de Boulonge Sur Mer, donde el libertador de América había fallecido.
Gaucho arisco y jinete experto, Cafrune salió con su caballo blanco desde la Plaza de Mayo. Era una cabalgata que intentaba resaltar el espíritu sanmartiniano del ejército que los dictadores habían pisoteado. Pretendía hacer 30 kilómetros por día. Pero en la ruta 27, entre Benavidez y Tigre, en plena noche, una camioneta que en ese entonces se llamaban pick up, embistió a Cafrune y su amigo. El “Fino” voló por los aires y su caballo derribó al tordillo de Cafrune. Cuando el animal se paró clavó sus patas en el pecho de Cafrune y le produjo diez fracturas en sus costillas, algunas de las que se clavaron en sus pulmones. Tuvo poli traumatismos de cráneo. Lo llevaron de urgencia a una sala de primeros auxilios cercana. Luego al hospital de Tigre y finalmente murió en el camino.
Murió hace 40 años cuando tenía 40 años. Y nació la leyenda del cantor popular que pagó con su vida sus denuncias contra las injusticias. Cafrune siempre decía que más allá de su adoración por Atahualpa y Horacio Guarany, él nunca fue comunista. Era un peronista en estado puro. Se decía “nacionalista con “ce y no con zeta”. Admiraba a los caudillos federales como el Chacho Peñaloza. Y tenía un corazón grande y generoso como la Argentina. En otro acto solidario y de coraje, fue Cafrune el que hizo subir a Mercedes Sosa al escenario pese a que no estaba programado. Siempre fue galopeador contra el viento y se calló el cantor para que cantara quien luego sería la gran cantora nacional. Mercedes apareció solita mi alma, flaquita por entonces, el pelo azabache llovido y apenas, con un poncho y su bombo legüero. Cantó «Canción del derrumbe indio» con la voz de la tierra y nunca más se detuvo hasta llegar al olimpo.
Cafrune hizo lo mismo con José Larralde. Le gustaba ir más a los pueblitos de la patria que a las grandes ciudades. En Huanguelén provincia de Buenos Aires descubrió a Larralde y lo ayudó a desarrollar una carrera increíble que todavía sigue exitosa, con bajo perfil y sin publicidad.
El que manejaba la camioneta que mató a Cafrune era Héctor Díaz, un muchacho de 20 años que dijo que estaba borracho y que iba a la casa de su novia. Pero hubo algunos datos extraños que pusieron en duda esa versión. La camioneta y su padre como chofer habían prestado servicios en el tenebroso Ministerio de Bienestar Social que conducía José López Rega, fundador de la Triple A que le hizo algunos trabajos sucios a la dictadura. López Rega nunca quiso a Cafrune desde que visitó a Perón en Puerta de Hierro. El suceso fue caratulado como
“homicidio culposo” pero Díaz salió en libertad a las pocas horas.
Yamila, la hija y heredera del canto de Cafrune, dice que ella cree que fue un accidente y no un asesinato. Pero que después los militares utilizaron la muerte de ese gigante para alardear del poder que tenían.
Los mismos sobrevivientes de La Perla contaron que los militares celebraron aquella muerte en esas catacumbas y que dijeron “misión cumplida”.
De hecho el crimen por embestida de un auto para provocar un presunto accidente se utilizó para asesinar a Monseñor Enrique Angelelli, obispo de La Rioja y enemigo de los criminales de lesa humanidad.
Como casi todos los muchachos de mi generación, yo cantaba las canciones de Cafrune en los fogones donde circulaba el vino compañero y la guitarra camarada. Yo adoraba ir a Cosquín a ver a esos hombres que para mí representaban la patria. Han pasado 40 años de su muerte y no podemos dejar caer en el olvido a los artistas populares que marcaron nuestra identidad. ¿Quién no sabe la letra de Zamba de Mi Esperanza? Cafrune fue la imagen gauchesca de la desobediencia. Había nacido en la finca “La Matilde”, en Perico, Jujuy. Había sido chofer de un aserradero hasta que Ariel Ramírez lo empujó a los tablados humildes y las canciones románticas y testimoniales. Este orejano decía que cuando tiene que cantar verdades las canta derecho, nomás a lo macho. Hace 40 años murió Jorge Cafrune y su esperanza de la zamba. Usted sabe. La sabemos todos: amanecida como un querer/ sueño, sueño del alma/ que a veces muere sin florecer/
Cafrune murió hace 40 años. Pero fue un sueño del alma que floreció.