Salta bajo el agua – 6 de febrero 2018

En Salta, la Cruz Roja lo dice con toda contundencia: la situación humanitaria es muy compleja. Es que el Pilcomayo está desbocado. Parece un tsunami de tierra adentro. El municipio de Santa Victoria Este apenas sigue en pié. Está incomunicado y aislado en su sufrimiento inconmensurable. Fue arrasado por una correntada nunca vista que se llevaba puesta a casas enteras, árboles y camiones como si fueran de juguete.
Las grandes tragedias como ésta, suelen conmover por los pequeños sufrimientos. La foto de dos changuitos de piel tan marrón como el agua del río sublevado, con su flequillo azabache y en calzoncillos como toda vestimenta, estaban acompañados de dos perros flacos y sufrientes. Pero era desgarrador ver al más chiquito de los chicos defendiendo un autito amarillo de plástico como si llevara oro en polvo. Era difícil no llorar frente a semejante panorama. Un nenito salteño se aferraba a ese juguete como si fuera su vida. Tal vez es lo único que le quedó después que un terremoto de agua le destruyera su humilde casa y se llevara sus pocas pertenencias. Es terrible cuando la naturaleza se ensaña con los que menos tienen y más necesitan. No están preparados para semejante huracán de agua.
El departamento Rivadavia y todo el nordeste de Salta está padeciendo está crecida que es un nefasto record histórico. Hay 10 mil hermanos argentinos humildes que la están pasando muy mal. Se ven extraños, como de otro planeta, los helicópteros de las fuerzas armadas sobrevolando, o los botes y alguna moto de agua que se usa para salvar a los más viejitos que quedaron aislados en el techo de su rancho.
El Pilcomayo estalló como el más aguerrido de los océanos. El Bermejo va en ese camino de olas descontroladas y devastadoras. La ruta 54 fue destruida en dos tramos por lo menos. El agua maldita fue erosionando el asfalto hasta quebrarlo. En el kilómetro 110 la crecida alcanzó los 25 metros. ¿Escuchó bien? La crecida llegó a los 25 metros. Un horror colosal. Un enemigo imposible de derrotar. Y todo bajo un sol que raja la tierra. O las islas de tierra que quedan como mojones fuera del agua. Es el lugar en el mundo del Chaqueño Palavecino y Jorge Rojas, que están en la zona al pié del cañón, listos para ayudar en lo que haga falta. Allí nacieron y allí están. Junto a los suyos.
En las carpas precarias de toda precariedad pero llenas de actitudes solidarias circula el agua potable, las tortas fritas y algún sancocho típico de ese crisol de tribus, los Wichis, Chorotes, Qoms y Chulupíes.
Es increíble que tanto desastre sea adjudicado a un fenómeno climático que tiene un nombre tan hermoso como “La Niña”.
El gobernador Juan Manuel Urtubey y la ministra de Seguridad Patricia Bullrich se reunieron con el Comité de Emergencia que está coordinando toda la ayuda estatal. Pero por ahora, nada es suficiente.
La destrucción y la desolación, te estremece. El alma se estruja porque la catástrofe es brutal. El Pilcomayo se convirtió en un enemigo de la gente y llegó a su nivel histórico de 7,26 metros de altura. El agua baja en cataratas desde Bolivia donde hay 50 mil personas afectadas. Es un drama que parece que no termina nunca. Parece un castigo bíblico. Los que vivimos en la Capital nos quejamos de la lluvia pero hay una especie de diluvio universal que está castigando ferozmente a pueblitos maravillosos de la Argentina.
Miles de compatriotas del interior profundo están sufriendo esta calamidad.
En los parajes llamados “Gauchito Gil” y “La Miguelina” el paisaje es macabro. El agua tiene olas como si fuera el mar, hay peces que mueren de calor y al medio, estoica una tranquera de lo que alguna vez fue la entrada a un campo. Al costado, tres vacas, están muertas, con el vientre hinchado y las patas hacia el cielo. Son cadáveres de una Argentina que trabaja con esfuerzo y sacrificio de sol a sol pero que todo el tiempo tiene que estar en el combate.
Es una catástrofe productiva, medioambiental y social, por supuesto. Miles de personas viven o apenas sobreviven, de la agricultura familiar, la módica ganadería, la alfarería y algún nivel de trabajos manuales de artesanías muy simples colapsaron y se empacharon de agua.
Hay vacas con el agua hasta el cuello. Y no saben nadar. Con esa mirada tan mansa de los vacunos se resignan a morir al lado de los terneritos que te parten el alma.
Las imágenes satelitales muestran que este desastre envenena toda la región.
Es un océano criminal que apuñala por la espalda a la tierra mansa. Los tractores se hunden en los malos caminos que ahora parecen pantanos. La poca maquinaria agrícola parece un monumento al desamparo por la parálisis que les produce el agua.
No hay rutas, no hay caminos, no hay puentes, no hay obras para mitigar las inundaciones.
La potencia demoledora del agua solo trae desocupación, miseria y desesperación.
La única esperanza que arranca alguna sonrisa tibia es la solidaridad de la gente con la gente. Todos convertidos en uno para salvar a sus pueblos. Con el agua hasta las rodillas, pala en mano, llenando bolsas de arena, conteniendo las lágrimas, protegiendo a los chicos y a los viejos. Todos se convierten en héroes mientras esperan la ayuda del estado que tarda porque no da abasto.
Las manos callosas de Antonio demuestran que es un hombre que trabajó toda su vida. Es mozo de un bar pero también hace changas como pintor de obra para llevar un pesito más a esa casa que ahora está bajo el agua. Es una postal horrorosa que se repite en demasiados lugares. El hombre está rodeado de fotos familiares que flotan antes de ahogarse para siempre. Una heladera inútil que naufraga, una chancleta y un canasto que se desliza en el agua sucia y maldita. Por lo que antes eran calles y ahora son ríos inmundos, transitan canoas como cáscaras de nuez. Rodrigo está desolado en medio de la desolación. Es una pesadilla que jamás olvidará. El agua iguala para abajo en la desgracia. No pregunta condición social ni ideología Pero está claro que el hilo se corta por lo más delgado y que los mas pobres sufren mas porque tienen muchos menos recursos para defenderse. Muchas veces el agua no tapa, destapa las miserias, las carencias y la injusticia. Es que nada es igual. La inundación hace colapsar el sentido común. Todo se da vuelta. Es incomprensible el bombardeo de la naturaleza. Ataca a traición y produce crímenes que desgarran el corazón. ¿Se dio cuenta que todo desaparece de la faz de la tierra? ¿Qué todo se hace agua? Que las esperanzas y los sueños se ahogan. Que con putear no alcanza. Que la inundación tapa todo y se lleva todo el esfuerzo de años. La pérdida más grande es la desilusión. El volver a empezar. Carajear la mala suerte, y después de bajar los brazos, levantarse para pelear de nuevo. Nadie puede creer lo que pasó. Muchos compatriotas perdieron el esfuerzo de toda su vida. Ese líquido que liquida se mete por todos lados y destruye lo que encuentra a su paso. Sobre todo la alegría del progreso. La esperanza del futuro. Hace estragos en los caminos. Los alimentos y los medicamentos muchas veces no llegan. Obliga a suspender las clases en las escuelas. Dinamita el trabajo. Es un golpe bajo a los mas pobres de los pobres. Es una obra maestra del terror. Es agua, pero parece una maldición. En todos lados necesitan obras de infraestructura hídrica. Son años de atraso y de robar o malgastar la plata. Los inundados piden contención, auxilio, eficiencia y presencia del estado ante semejante tsunami. Que nuestros representantes nos representen. Para que cada uno ponga su granito de arena y podamos construir un futuro distinto para nuestros hijos. Para que la democracia que es nuestra casa común, no se inunde más con incapaces, hipócritas o corruptos. En síntesis, para que las aguas no bajen turbias. Y finalmente, gobierne la transparencia.