Polonia nazi – 5 de marzo 2018

Le pido que preste atención porque le quiero contar un hecho increíble pero cierto. Acaban de aplicar una ley nazi en Polonia. Así de grave es la cosa y sin embargo no se armó el suficiente escándalo en la comunidad internacional. Estamos naturalizando el resurgimiento y la consolidación de posturas xenófobas, discriminatorias y que fomentan el odio racial. Escuche los detalles porque son incompatibles con la condición humana.
Polonia tiene una ley (repito, una ley) que prohíbe señalar a ese país como cómplice y mucho menos copartícipe del nazismo. ¿Escuchó bien? Por ley, el gobierno polaco quiere borrar la historia y mentirle descaradamente al mundo. La norma dispone hasta 3 años de prisión para quién use la expresión “campos de concentración polacos”, entre otras verdades. Lo cuento y todavía no lo puedo creer. Es como si Alemania decretara que Adolf Hitler no existió. O que Argentina vote una ley ordenando sanciones para aquellos que hablen sobre el terrorismo de estado argentino y Jorge Rafael Videla. Un despropósito pocas veces visto. La memoria de los pueblos no se puede borrar. Todo lo contrario, el Holocausto, la Shoa y todos los holocaustos hay que recordarlos para homenajear a sus víctimas y para no olvidar jamás. El olvido es una tragedia que vuelve. Memoria, verdad, justicia y castigo son los remedios contra los totalitarismos que masacraron multitudes en nombre de alguna idea o de algún Dios.
La novedad es que en Polonia acaban de aplicar esta ley de “la amnesia y el lavado de manos”. Una organización fascista llamada Liga Polaca contra la Difamación acusó al Página 12 y al escritor Federico Pavlovsky por una nota sobre una masacre cometida en el municipio polaco de Jedwabne en 1941 cuando 1.600 judíos fueron quemados vivos en un galpón. Esta Liga antisemita acusa al autor de la excelente nota de “manipular los datos con el objetivo de dañar a la nación polaca y la imagen de sus soldados y tratar de engañar conscientemente a los lectores para hacer creíble la tesis del antisemitismo polaco”. Suena a una locura. Pero le juro que es verdad. Una verdad de dementes hijos de puta.
Polonia está gobernada por un partido neonazi de los muchos que están creciendo en Europa. No hubo demasiadas voces potentes que se levantaran contra esta ley que quiere asesinar la historia para matar por segunda vez a las víctimas del Tercer Reich. Apenas un comunicado de la Comisión Europea que inició un sumario por “presunta violación al estado de derecho” y protestas diplomáticas obvias de Israel y algo de Estados Unidos.
Me siento con cierta autoridad para opinar sobre este retroceso brutal de la humanidad. Mi viejo nació en Polonia y de allí huyeron sus padres, la bobe Rosa y el zeide Samuel, es decir mis abuelos.
A mi Papa todos le decimos Mayor. Hoy tiene 95 años y la cabeza impecable.
Mi abuela decía “que los polacos habían sido peores que los alemanes, más sanguinarios”. Pero no quería dar detalles de historias desgarradoras de los pogroms y los cosacos.
Samuel y Rosa eran panaderos en una aldea llamada Charsznica, cerca de Cracovia y de Eslovaquia. Había muchos judíos entre los 2.000 habitantes y estaban desde la edad media. Como no les permitían tener animales ni tierras por ser judíos, en su mayoría se dedicaron a los oficios y a ser artesanos y comerciantes: carniceros, sastres, zapateros y panaderos como mis abuelos. Hablaban el idish, una mezcla de varios idiomas con el alemán medieval y tenían su escuela, su comida kosher, su sinagoga y su cementerio.
Todos los días hordas de fanáticos se metían en sus casas y en sus templos y profanaban lo que se les daba la gana. Escupían y humillaban a los judíos. En un momento los obligaron a lucir la estrella de David en el pecho con la condena en cuatro letras: “Jude”, es decir judío en alemán. Todo esa maquinaria criminal fue aumentando hasta que, los que pudieron, huyeron de ese país llamado Polonia pero que según su nueva ley no se llama Polonia. A mi bobe Rosa, la obligaron a elegir entre sus hijos porque no podía subir todos al barco que iba a navegar hacia la libertad de Argentina. No debe haber horror más terrible que una madre tenga que llevarse a sus hijos más chicos y dejar a los más grandes en ese lugar al cuidado de sus abuelos. Mi Papa y su hermana Lionti eran los más pequeños y se salvaron porque pudieron llegar a Córdoba sanos y salvos a sobrevivir en conventillos y a progresar con la cultura del trabajo de aquellos inmigrantes.
Pero sus hermanos más grandes no tuvieron la misma suerte. Berta y Rubén desaparecieron y nunca más se supo de ellos. Roberto, en su desesperación, se tiró al río Vístula para huir de una persecución y la correntada se lo llevó para siempre. El Vístula es el río más importante de Polonia, tiene 1.047 kilómetros de recorrido y desemboca en el Mar Báltico. Tal vez ahora con la legislación actual. El Vístula no quede en Polonia.
Pola y Frida conocieron el terror en persona. Al doctor “Muerte”, Josef Menguele. Era el que experimentaba con los seres humanos como si fueran ratas de laboratorio. Fracturaba huesos del cráneo de los chicos, extirpaba ovarios de mujeres embarazadas, quemaba gente viva para reducirla a cenizas. Era la perversidad atroz disfrazada con guardapolvo blanco.
Frida y Pola padecieron a este criminal de lesa humanidad porque fueron confinadas en Auschwitz, el campo de concentración y exterminio más grande. Auschwitz quedaba y queda en Polonia. Pero según la nueva ley, parece que no existió. Es un invento de los judíos. A Pola y Frida les tatuaron en sus brazos la marca del nazismo. La marcaron como ganado. Llegaron a pesar menos que un espantapájaros y varias veces estuvieron al borde de la muerte en las cámaras de gas. Ellas se salvaron de milagro. Pero los nazis alemanes y polacos asesinaron a 6 millones de judíos y también a 5 millones de otras minorías como los gitanos, comunistas homosexuales y hasta discapacitados. Los fanáticos de las SS, la Gestapo y la cruz svástica utilizaron hornos crematorios a donde incineraron montañas de cadáveres raquíticos.
Todo para que la raza aria, la raza superior, dominara el mundo, como soñaba Hitler.
En Auschwitz que según el gobierno polaco no existió, además de mis tías Pola y Frida estuvieron Primo Levi, Elie Wiesel, premio Nóbel de la paz y Ana Frank, entre el millón trescientos mil personas que pasaron por ese lugar tenebroso.
Mi viejo era un pibe cuando llegó a la Argentina a tratar de salir de la miseria y vivir en paz y en libertad. Tenía los ojos tristes pero un apellido que nos llena de orgullo: Lewkowicz. En hebreo, Lev es corazón. Y lew significa León en polaco. Mi viejo tiene el corazón de león para pelearle a todas las adversidades. Pero cada vez que le nombro la palabra “Polonia”, tiembla y se llena de luto su alma. No sé cómo hacer para decirle que por una ley no existió jamás nada de lo que él y su familia padecieron.
La única manera que encontré es leerle este texto de la brillante escritora y psicoterapeuta, Diana Wang al que adhiero con toda mi alma. Dice así:
Quiero que Polonia me denuncie a mí también, que me demande, me acuse y me crucifique porque digo públicamente que: fueron polacos los que no devolvieron a mi hermanito,
fueron polacos los que se apropiaron de las casas y de todo lo que había adentro una vez que los judíos había sido deportados.
Fueron polacos los que no dejaban a mi mamá caminar por las veredas y la echaban a la calle “por dónde van los animales”
Fueron polacos los que cuando vieron vivos a mis padres profirieron con desprecio “¿ah? ¿sobrevivieron?”
Fueron polacos los que pedían sobornos cuando descubrían a un judío.
Fueron polacos los que lo denunciaban aún después de sobornados.
Quiero que Polonia me denuncie
que me demande, me acuse y me crucifique porque fueron polacos los que quemaron a sus vecinos en Jedwabne
Fueron polacos los que mataron a los que volvían a Kielce.
Fueron polacos los que no dejaban que ningún judío integre sus grupos rebeldes
Fueron polacos los que iban atentos por las calles esperando cazar algún judío para ganarse la recompensa.
Fueron polacos los que escondieron judíos a cambio de dinero y los que, cuando el dinero se terminaba los denunciaron.
Fueron polacos los que vendían agua a precios exorbitantes cuando los trenes se detenían en su camino a Treblinka y Auschwitz.
Quiero que Polonia me denuncie
que me demande, me acuse y me crucifique porque fueron polacos los que se burlaban de sus alumnos y compañeros judíos en las escuelas.
Fueron polacos los curas que predicaron siglo tras siglo el odio bajo la acusación de deicidio.
Fueron polacos los que aplaudían a las hordas nazis que arrancaba a los judíos de sus casas.
Fueron polacos los contratados para hacer cruzar ríos y fronteras a los judíos y los que los abandonaban en parajes desconocidos.
Fueron polacos los que después de abandonarlos los denunciaban.
Que Polonia me denuncie
que me demande, me acuse y me crucifique aunque diga también que
el gobierno polaco en el exilio no fue cómplice del nazismo y que
también fueron algunos polacos los que no se sometieron y ayudaron a los judíos
también algunos polacos los escondieron, alimentaron y cuidaron arriesgando sus vidas,
también fueron algunos polacos los que les proveyeron de documentos falsos
también algunos polacos integraron la red de salvación Zegota.
Sin esos polacos casi ningún judío podría haber sobrevivido
Fueron miles esos polacos que iluminan por contraste y con crudeza a los millones de polacos cómplices, responsables y culpables por acción u omisión
Por todo eso:
Quiero que Polonia me denuncie a mí también que me demande, me acuse y me crucifique.
Me sumo al rezo laico de Diana. Yo también, Alfredo Lewkowicz, más conocido como Leuco, quiero que Polonia me demande, me acuse y me crucifique. Amen.