Jamás el ojo por ojo – 21 de marzo 2018

Como ocurre muchas veces, ayer, Federico Andahasi, me dejó pensando. La falta de justicia o peor todavía, la injusticia brutal en varios planos, no es gratis social ni políticamente. Hay un sedimento peligroso que va quedando, una especie de polvorín que explota con cualquier chispa. Puede ser un linchamiento, un escrache violento, vecinos pacíficos que compran armas. Todos son síntomas de una enfermedad muy inquietante que merece un análisis y nuestra condena absoluta.
“Puerta giratoria” es un concepto nefasto.
Es que “puerta giratoria”, en la vida cotidiana significa lisa y llanamente que matar, robar, violar o secuestrar es gratis en la Argentina. Que el que las hace, no las paga. Que hay mil excusas para dejar libres a los criminales y mil problemas para las víctimas. Y esa impunidad, que potencia todos los delitos y que siembra pánico en la sociedad, es el peor de los mensajes. Es una incitación a la violencia. Un vale todo. Una forma de decirle a los malandras que sigan haciendo la suya, que es muy difícil, casi imposible que la justicia los castigue y los condene como corresponde.
Es humillante para la condición humana. “Puerta giratoria”, es que un delincuente entre por una puerta y al instante salga por la misma. Es como decir a los victimarios, todo y a las víctimas, nada. Es como invertir en forma perversa el orden de los derechos humanos. Solo se respetan para los que cometen delitos y no se cuida al familiar o al que padeció ese delito.
Parece mentira pero hay varios motivos que explican esta realidad que fomenta la venganza y la justicia por mano propia, es decir, que fomenta el lado más inhumano del ser humano.
Primero existe la doctrina Zaffaroni. En las universidades y en muchos juzgados se hizo carne ese concepto falsamente progresista de que el criminal es un pobre muchacho producto de las injusticias sociales del sistema capitalista y por lo tanto para lavar las culpas, hay que protegerlo. También instalaron entre varios magistrados que el que sufre las consecuencias de un delito tiene que comprender de donde viene esa persona que mató a su madre, a su padre o que le robó a moto a su hijo o que violó a su hija.
Dicen las autoridades actuales que muchas veces el denunciado sale antes que el denunciador termine con los trámites burocráticos. Eso fomenta el ojo por ojo que es lo peor que le puede ocurrir a la vida democrática. Apostar al ojo por ojo. A la ley de la selva. Ojo por ojo, al final nos quedamos todos ciegos y en la selva siempre gana el más fuerte. Nada más reaccionario y antipopular.
Eugenio Raúl Zaffaroni es el principal referente de este tipo de veneno judicial. Pero no es el único. Su escuela sembró el mismo tóxico entre los miembros de la agrupación “Justicia Legítima para el Kirchnerismo”.
Hay cientos de ejemplos todos los días.
Muchos jueces liberan con una facilidad asombrosa. Y la inmensa mayoría de los liberados, reincide en el delito y muchas veces, el delito que comete es más sanguinario. No cuidan a la sociedad y tampoco al delincuente. Porque muchos terminan muertos en las calles. Esos jueces que no viven la vida real piensan que si no encarcelan al delincuente lo ayudan a recuperarse. Y es todo lo contrario. El delincuente que no recibe el castigo que le corresponde de acuerdo a la ley, siente que tiene tiro libre, que tiene impunidad para hacer lo que quiera. Que no hay límites.
Por todo esto que le cuento, hoy, la inseguridad es por lejos la principal preocupación de los habitantes del área metropolitana. Mucho más que los temas económicos como desocupación, pobreza e inflación.
Es que la fuerte presencia de la droga entre consumidores y narcos le sumó una fuerte impronta de crueldad y ferocidad a los delitos. Es a matar o a morir. La vida del que roba no vale nada y por lo tanto, tampoco le da valor a la vida del que mata. Hay una violencia extrema que mata por matar. Ya no alcanza con entregarle todo el delincuente. Hay que rezar para que no te mate.
Gran parte de la policía está atravesada por la corrupción que ayuda a los delincuentes. Lo vemos todos los días. Pero es la justicia la que tiene más problemas. Muchos magistrados por temor a las represalias de los cómplices de los delincuentes, por la falsa ideología garantista o directamente por dinero, dejan salir a los presos con una velocidad inusitada. Eso hay que cortarlo de raíz si queremos vivir en paz con nuestras familias y en una sociedad civilizada. Dijo bien, Patricia Bullrich que para el gobierno anterior la víctima era el delincuente. Tiene que quedar bien claro que el estado protege la ley a los ciudadanos que respetan la ley y castiga a los que la violan. Esa es una grieta que consolida la democracia. Los decentes y honrados de un lado y los pistoleros y criminales del otro. Uno afuera trabajando para progresar y otros adentro, en la cárcel, pagando sus culpas y reeducándose para que no vuelvan a delinquir.
Entre todos tenemos que convertir la puerta giratoria en una puerta para que entren los delincuentes y para que salga la esperanza de vivir sin temor a morir.
Hay un dato que habla de la profundidad de la fractura social y de la ruptura de los lazos de solidaridad básicos: más de la mitad de los argentinos justifica total o parcialmente la justicia por mano propia. Es decir matar para que no nos maten. Esto es gravísimo. Dinamita la convivencia social. Es un retroceso a la no civilización democrática. Es la venganza como forma de relacionarnos con nuestros semejantes.
Es el estallido de la condición humana.
Así de simple y contundente. El miedo es el peor veneno de una sociedad y de un individuo. Siempre el pánico nos saca lo peor de nosotros. Y todos los números indican que lo que más creció en los últimos tiempos es el miedo. Porque es la reacción lógica a sentirse desprotegidos por policías, jueces y funcionarios. Hay muchos motivos nefastos que nos trajeron hasta acá. Yo soy un convencido que la exclusión y la marginalidad ignorada durante más de 12 años más el narcotráfico fomentado o tolerado produce la peor fórmula: cada vez menos condenados y cada vez más reincidentes. Tuvimos 12 años de un estado fabricante de delitos de corrupción y protector de malvivientes.
Así los delincuentes se envalentonan. Saben que en la relación costo-beneficio, les conviene robar o matar. Son conscientes de que es difícil que los encuentren. Y que si los encuentran es casi imposible que los juzguen y los condenen. Y que como si esto fuera poco, sabe que mucha legislación y el falso garantismo zafaroniano, está de su lado y protege a los que atacan a la sociedad y no a las víctimas. Es un cóctel explosivo.
Eso llenó nuestra vida cotidiana de viudas, de huérfanos, de familias destruidas y de murallas que encierran cada vez más barrios. La vida cotidiana nos cambió por completo. La mirada generosa hacia nuestro vecino se transformó en sospecha. Ya todos estamos alertas. Rejas en las puertas y ventanas, cámaras de televisión, seguridad privada, mas patrulleros, no salir de noche, dar vueltas a la manzana antes de entrar al garaje, temblar cuando nuestros hijos no llegan de la escuela o del boliche de la madrugada bailable. Vivimos con el corazón en la boca. Hemos naturalizado el miedo. Estamos con la guardia levantada todo el tiempo y eso nos hacemos menos seres humanos, menos solidarios, más solitarios, menos francos y más mezquinos.
Es que el miedo no es zonzo, dice el refrán. Y es cierto. El miedo nos obliga a no relajarnos un minuto, a la vigilancia permanente. La vida en comunidad pierde calidad y calidez. No estoy de acuerdo ni fomento la mano dura ni el gatillo fácil. Todo lo contrario: quiero leyes y que se cumplan las leyes. Jueces que trabajen con dignidad y excelencia como jueces. Que las víctimas sean respetadas y que los victimarios dejen de ser más cuidados y protegidos que los ciudadanos honrados que se rompen el lomo todos los días para ganarse la vida con las manos limpias y la frente alta.
Una justicia rápida y justa. Que se gane de nuevo la confianza de todos a fuerza de sentido común y de equilibrio.
No hay sociedad democrática sin premios ni castigos. Basta de este cambalache de siglo XXI donde es lo mismo el que labura o el que está fuera de la ley. Que los inmorales no nos igualen más. Hay que gritar que se apliquen todas las leyes. Todas, menos una: la ley de la selva.