Palito, el rey solidario – 3 de mayo 2018

A esta altura hay que decir que Palito Ortega se convirtió en el rey de la solidaridad. Hace un tiempo que está dedicado a cantar para ser feliz y hacer feliz a los demás, pero también a devolver todo lo que la vida le dio y él se ganó con un esfuerzo titánico y una sensibilidad popular infrecuente. Palito es una especie de ángel de la guarda que ayudó a salir del infierno de las drogas a Charly García y que ahora, puso toda su popularidad al servicio de Cacho Castaña. Cantarán juntos el 11 de mayo en el Luna Park y eso será una fiesta popular prolongada. Cacho, por distintos motivos venía con problemas económicos y de salud y con una especie de potenciales escraches permanentes por una frase machista, que dijo, pretendidamente chistosa, que hace muchos años era grosera y que ahora fue considerada violencia verbal de género. El creativo Cacho Castaña tuvo que suspender varias actuaciones porque un grupo de mujeres fanatizadas no aceptó sus disculpas y se ensañaron en perseguirlo hasta no permitirle que se ganara la vida con su trabajo.
Pero Palito lo sacó de los teatros chicos y juntos van al Luna Park. Ahí serán pasión de multitudes. Ahí miles y miles de mujeres y hombres le rendirán su homenajea Palito y a Cacho. Y el embrujo de sombra que afectaba a Cacho se esfumará en el aire festivo de sus canciones.
Dicen que Cacho, en agradecimiento, le compuso un tema a Palito y lo cantará esa noche mágica. Tal como hizo en “Garganta con Arena”, un monumento sonoro al Polaco Goyeneche.
Palito es el artista más popular de la historia argentina. El de mayor trayectoria y permanencia en el tiempo. El que más discos vendió, el que más gente congregó en sus actuaciones, el que más éxitos metió en la memoria colectiva de los argentinos. En su época, competía con dos grandes que ya se fueron de gira: Leonardo Favio y Sandro, dos talentos que la vida se llevó. Actuaban en estadios de fútbol. Sus recitales eran un carnaval. Hacían películas sencillas que llenaban los cines de todos los rincones de la patria. Las revistas hablaban de sus romances y sus desengaños. Los jóvenes de entonces imitaban su ropa, sus cortes de pelo y el pasito que hacían para bailar. Eran el “Club del Clan” o la Nueva Ola, una movida cultural que los intelectuales de la presunta izquierda de entonces despreciaban por su frivolidad. Decían muchos de mis compañeros de entonces que eran poco menos que la representación del imperialismo. León Gieco le compuso un panfleto que decía “Cantorcito a contramano” y un día en un estudio de radio me confesó que debía revisar esos conceptos por la generosidad y el corazón inmenso que Palito había demostrado al apostar todo a la recuperación de Charly García. Palito puso todo. Su casa, su energía, sus contactos, su dinero, su contención y hasta su familia. Charly estaba perdido, al borde del precipicio y ahora llena teatros y recupera la sonrisa de ganarse el pan con el talento de su frente y de su oído absoluto. El bicolor, un genio que también marcó generaciones, está tan agradecido que tal vez vaya a ver el espectáculo de Palito y Cacho aunque sus gustos musicales pasen por otro lado. La magia maravillosa de la vida solidaria hizo que Rosario, la hija de Palito Ortega hoy integre el grupo musical que acompaña al gran Charly yendo de la cama al living.
Quiero mucho a Palito y a Evangelina. Han formado una pareja sólida que derivó en una familia espectacular, con montañas de amor, diversidad y talentosa por donde se la mire, plural y con nietos que alegran la vida de ese rey que tiene un solo defecto: es de River.
Hace poco, Palito y Evangelina se casaron nuevamente ante el Papa Francisco. Disfrutan de estar juntos hasta que la muerte los separe. Dan sana envidia. Ella dejó todo por Palito y para edificar esa descendencia de hijos y nietos hermosos que tienen. A los 19 años ganó el premio a la mejor actriz en el Festival de San Sebastián y sin embargo colgó los hábitos de actriz para cumplir con los latidos de su corazón.
Me resulta impactante la biografía de Palito. Pocos argentinos salieron de tan abajo y llegaron tan arriba. Me emociona escuchar la despedida de su padre en la estación ferroviaria del pueblito de Lules. : “Cuidese changuito”, le dijo sin tutear al chico de 14 años que se iba en busca de sus sueños. No tenía un peso partido por la mitad. Te vas a morir de hambre, le decían los muchachos. Durmió en bancos de plazas. Fue lustrabotas. Hizo de todo para poder comer y vivir con cierta dignidad en pensiones de mala muerte. Fue reducido a la esclavitud por un comerciante que lo obligaba a dormir en el sótano y que le abría esa puerta candado a la mañana para que barriera el piso y limpiara. Era Ramón Bautista Ortega, el de la sonrisa triste de la Gioconda. Se imaginaba cantando con su guitarrita para miles y miles de personas pero parecía una utopía que como tal, era casi imposible de cumplir. Primero fue Nery Nelson e hizo rock and roll tradicional y más o menos funcionó. Pero después se hizo Palito Ortega y ese cafetero amable que transitaba los pasillos de los canales de televisión de a poco se transformó en una leyenda. Hoy Palito es una leyenda. Como Gardel. En su casa, Ramón guarda muchos tesoros junto a la admiración de sus hijos. Tiene colgado su retrato gigante que Carlos Alonso pintó y le regaló. Alonso es uno de los más grandes artistas plásticos que dio la patria. Sus cuadros cuestan fortunas y hasta Pablo Picasso elogió su mano talentosa. Pero su corazón quedó herido para siempre cuando la dictadura militar secuestró y desapareció a su hija Paloma. Su mirada húmeda se hizo triste en forma vitalicia y ese dolor interminable se pegó a sus óleos y acuarelas.
A María Elena, tal vez la mejor poetiza que tuvimos los argentinos, no se le cayeron los anillos por componer con Palito “La canción del Jacarandá”. Claro, ella, hacía mucho que había dinamitado todos esos dogmas que enyesan las neuronas.
Irineo Leguisamo, el jockey más consagrado de todos los tiempos se consideraba un padre de Palito. “Leguisamo solo”, cantaba Carlos Gardel hasta que se hicieron amigos. Primero los unió el amor por los burros y el camino a los hipódromos. Después se hicieron uno para el otro. Amigos del alma hasta que Gardel y su avión se estrellaron contra la tierra. Irineo recibió de Gardel un álbum de fotografías de la extraordinaria película “Rubias de New York”. Es un muestrario histórico del vestuario, las luces y las pruebas de cámara y vestuario que hicieron en Estados Unidos. Ese objeto sagrado del tango y el cine de Gardel hoy está en manos de Palito Ortega. El lo acaricia como lo que es: un tesoro y un legado. Irineo decía que Palito fue el sucesor de Gardel a la hora de vivir en el corazón de los argentinos.
Aquel Ramón que salió de Lules y que me inspiró para decirle a mi hijo Diego, “cuídate changuito”, se hizo Palito, el rey, el número uno, el que logró que el pueblo silbara, cantara y bailara cientos de sus canciones. Fue un éxito arrasador en toda América. Es un compositor de una sensibilidad única. Hay pocos artistas que logran sintonizar tanto y tan seguido con la piel del ciudadano común. De los cañaverales Palito llegó a la cumbre. Trajo a Frank Sinatra y la economía inflacionaria argentina le dinamitó sus finanzas y sus ahorros. Tuvo que empezar de nuevo y pagó, peso por peso, todas sus deudas.
Hoy está más allá de todo. Fue gobernador de Tucumán y venció al dictador Antonio Domingo Bussi. Le llenó las urnas de votos. Solo por ese triunfo, Mercedes Sosa su amiga, aceptó volver a su tierra y celebrar la democracia que por fin había retirado a ese general fascista.
Una vez Mercedes Sosa llevó a Palito a la Federación de Box para un festival por la libertad de los presos políticos. Había que tener huevos para ir a esos lugares que solían terminar con gente en cana y palazos en la cabeza. Pero muchos jóvenes con banderas rojas, silbaron a quien ese momento era el cantor más popular de la América Latina. Vendía miles y miles de discos para el Wincofon. Lo dejaron cantar solamente porque la Negra Sosa salió a bancar la parada. Claro, la Negra, que en música descanse, siempre rompió todos los dogmas y abrió el folcklore tradicional al desprejuicio del rock.
Cuando Cacho Castaña estaba sin reaccionar, en coma y con una traqueotomía en terapia intensiva, con una neumopatía aguda, Palito iba todos los días a visitarlo. Le cantaba al oído y le aseguraba que se iba a recuperar pronto para hace un show juntos. Muchos creían que era una despedida o una mera expresión de deseo. Pero el milagro se hizo. Cacho está nuevamente de pié en todo el sentido de la palabra. Y Palito a su lado para prestarse las canciones y hacer algunos temas juntos. Habrá momentos de silencio respetuoso con “Café la Humedad” o “Sabor a nada” y jolgorio y pogo con “El Matador” o “La Felicidad”. El Luna Park, otra vez, será el escenario del reencuentro y el abrazo de dos ídolos y su gente. Y no hay nada más poderoso que ese amor correspondido entre el artista y las multitudes.