Pérez Volpin, a un año – 6 de febrero 2019

Ya pasó un año de su muerte y todavía siento en el alma ese silencio atronador de una gigantesca redacción llorando frente a las computadoras. Todavía me rebota en la cabeza y en el corazón la noticia que jamás hubiéramos querido dar de nuestra querida compañera Débora Pérez Volpin. Primero aparece el crespón negro en la tele y después sus compañeros que la recuerdan como lo que fue: una gigantesca mujer que se destacó en casi todo lo que hizo.
Ese día de hace un año, el periodismo argentino estuvo de duelo. Su partida nos desgarró el corazón a todos. Es que Débora era una persona luminosa. Gran madre presente y atenta de Agustín que a los 21 años sigue su camino y estudia “Comunicación” y Luna, de 18 que ya estudia Arquitectura. Obviamente son los que más la extrañan.
Débora tenía un carisma que traspasaba los televisores para llegar pleno a todos los hogares. Su sonrisa contagiosa. Su inteligencia infrecuente, su formación intelectual y su sensibilidad social para entender que este oficio maravilloso siempre tiene que estar al servicio de una sociedad más justa. Por eso era capaz de hacer cualquier tipo de cobertura. Desde la más profunda y triste en una catástrofe hasta la nota color jugando a las palabras graciosas con Carlitos Balá. No se le recuerda ningún error grave. Era perfeccionista, gran lectora, deportista, amante de la naturaleza y de una belleza fresca que fotografiaba de maravillas en la tele. Integró la línea fundadora de TN. Primero como astuta productora y luego bajando a tierra aún a los temas más complejos. Siempre preocupada por lo social. Por visibilizar las injusticias y tratar de encontrar las soluciones. Primero en su militancia universitaria en Franja Morada, subida a la primavera democrática de Raúl Alfonsín. Egresada del colegio Nacional Buenos Aires y de la carrera de Comunicación de la UBA. En ambos establecimientos educativos participó de las revistas que hacían los alumnos. Era el orgullo de sus hijos y de sus padres. Hace dos años falleció Aurelio Pérez Volpin un médico solidario que fue director del Hospital Fernández. Ella siempre entendió el periodismo desde su ética más fundacional. Siempre del lado de las víctimas. Siempre en la defensa de la democracia y la libertad. Tratando de cumplir la misión de este oficio maravilloso que es acomodar a los incomodos e incomodar a los cómodos.
A los 50 años, en la cima de su carrera profesional, tomó la decisión corajuda de pegar un volantazo a su vida. O de comenzar la segunda parte de su vida. El periodismo no le alcanzaba para ayudar a los que más necesitan. Y resolvió dar el salto a la política. Como dijo Marcelo Bonelli, su compañero de 12 años en las mañanas de Arriba Argentinos en canal 13: todos los colegas perdemos una gran periodista pero la política gana una persona excelente y de una ética a prueba de balas. Aceptó la convocatoria de Martín Lousteu, se sumó a “Evolución”, nombre que fue casi como una metáfora de sus sueños y fue electa legisladora por la ciudad. Hoy sus compañeros le hicieron un homenaje desgarrador. Quiso el destino que solo pudiera participar de una sesión en la Legislatura porteña. Pudo votar el presupuesto y prepararse para recorrer los barrios detectando problemas y aportando soluciones. Estaba feliz, de muy buena onda como siempre, en esta nueva etapa de su vida.
Estaba casada con otro colega, el periodista deportivo Enrique “Quique” Sacco y el camarógrafo Marcelo Funes fue su primer marido y el padre de sus hijos. Hasta en los afectos más profundos estuvo ligada al gremio. Su voz cálida y su dicción perfecta levantaba a medio mundo con alegría con su saludo “Arriba remolones”.
Es cierto que trabajó en Clarín y La Nación y en esta querida radio Mitre hizo un gran programa que me contaba como oyente fiel. Pero ella fue nacida y criada en la tele. La luz roja que se prende, la cucaracha por la que recibe indicaciones, el maquillaje, la urgencia, el stress, las horas de guardia y los móviles más variados. En el clip de homenaje se la puede ver en la cumbre de las montañas, vestida de buzo para dar testimonio bajo el agua, denunciando como gente muy humilde revisaba la basura o compartiendo una receta de cocina rica y barata con una grande del mundo gourmet. Una cobertura en fuerte apache la muestra diciendo frente a cámara: “hay una lluvia de balas”. Nada de lo humano le era ajeno.
Débora es un nombre de origen hebreo que significa abeja trabajadora. No abeja reina. Nunca se la creyó ni tuvo aires soberbios de diva. Ganó el Martín Fierro en el 2014 y el afecto de todos los que conocieron su actitud de entrega. El dolor de un periodista que está “en vivo y en directo”, debe ser ocultado por el profesionalismo y el oficio. Pero aquella noche nefasta de hace un año pude ver a muchachos que no pudieron frenar sus lágrimas y su congoja. Recuerdo que en “Los Leuco” tuvimos a un Marcelo Bonelli quebrado por una noticia incomprensible que todos negamos hasta último momento. Su productor de tantas notas, Gustavo Tubio estaba desencajado. En maquillaje, la sensibilidad del Bebe Contemponi repetía que era una mentira, que Débora estaba viva.
Pero la verdad dolorosa es que Débora murió hace justo un año. Fue algo absolutamente infrecuente. Es bajísimo el porcentaje que se muere durante una práctica médica sencilla como una endoscopia: solo el 0,04%. La justicia investigó y se movió con eficiencia. Procesó por homicidio culposo al endoscopista Diego Bialolenkier y a la anestesista Nélida Inés Puente. Todos estamos esperando que el juez Javier Anzoátegui convoque al juicio oral y público cuanto antes. No por venganza. Quique, el amor de los últimos 7 años de Débora que sigue viviendo con los hijos de ella, dijo que no sienten odio ni rencor y que tampoco creen en la mala intención. Pero que quieren que se sepa exactamente la verdad de lo que pasó para que este caso contribuya para que no vuelva a pasar. La autopsia y el informe ampliatorio confirmaron que Débora murió porque el instrumento del endoscopista la perforó y la anestesista demoró el tratamiento de reanimación.
La familia de Débora, merece nuestro respeto y nuestro abrazo y el sentido pésame. Muchos televidentes y oyentes sintieron que se murió alguien de su familia. Un ser querido. Porque eso era Débora Pérez Volpin: un ser querido y querible. Por eso semejante conmoción. Por eso tanta repercusión e interés. La vida de un periodista, obviamente, vale igual que la de cualquier persona. Pero su trabajo le permitió entrar a la casa de mucha gente y compartir el desayuno informativo o un momento especial. Eso no se olvida fácilmente. El televisor puede estar encendido todo el día. Pero no todos los periodistas son autorizados por el alma del ciudadano a que ingresen en su intimidad y se sienten a su mesa. Eso es solo para los elegidos: como Débora.
Siempre fue Débora, la compañera sin igual, la que nunca aflojó ni en las más difíciles, la luchadora temprana por los derechos de la mujer y en contra de la violencia de género.
Aquella noche maldita entré a la moderna redacción de TN y Canal 13. Parece la Nasa y siempre hay bullicio y gritos urgentes. Sin embargo vi a decenas de colegas llorar en silencio frente a las pantallas. Fue un cachetazo brutal, a traición, inesperado, lacerante. Ella era puro profesionalismo, buena onda personal y una profunda vocación de servicio. Desde el periodismo y desde la política. Quería una ciudad moderna y de iguales.
Débora Pérez Volpin tenía mucho para dar. Proyectos maravillosos y la otra mitad de su vida por delante. Todos los que amamos el periodismo y la libertad la vamos a extrañar. Como decía el video graph que presidió su homenaje: “Hasta siempre Débora”. Débora presente: ahora y siempre.