La canción de Axel y Soledad lo dice con toda claridad.
No es no
Y hay una sola forma de decirlo entiéndelo
No es no
Y no hace falta que lo justifique
Cuando digo no es no
No tengo que gritarlo ni sentir vergüenza al decirlo, no
No es no
No importa si lo digo sonriendo o llorando
No es no
En cualquier idioma se comprende y queda claro
Porque no es no
Con una vez alcanza no hace falta repetirlo
No es no.
Por eso, primero, prefiero hablar de seres humanos de carne y hueso y después vamos a las estadísticas de esta verdadera pandemia de femicidios.
Esto pasó hace unos días en Ingeniero Budge.
Un hijo de puta llamado Ángel que más que ángel es un demonio, asesinó a Carolina, una muchacha de 21 años que estaba embarazada de dos meses. Le metió un balazo en la panza. Caro era la amante de Ángel que ese mismo día tuvo un hijo con su esposa. Es una película de terror que se repite demasiado seguido. No se puede creer pero dicen que la cantidad de este tipo de delitos aberrantes en nuestro país es superior a la media de otros países con mucha violencia doméstica como México, por ejemplo.
La única mujer que integra la Corte Suprema de Justicia puso el grito en el cielo. La doctora Elena Highton de Nolasco dijo que las cifras de femicidios en la Argentina son “escandalosas, un verdadero suplicio”. Suplicio, según el diccionario es “una lesión o muerte aplicada como castigo o un sufrimiento moral que se puede asimilar a la tortura”.
Los datos son aterradores por donde se los mire. En lo que va de este año se mantiene el ritmo de un femicidio cada 36 horas. ¿Escuchó bien? Un crimen por violencia de género cada día y medio en nuestro país.
El informe oficial, una verdadera radiografía de este drama, fue presentado por la ministra de seguridad, Patricia Bullrich. Ella definió al femicidio como “el asesinato de una mujer, o de quien se identifique como tal, por el solo hecho de serlo”. Las estadísticas más rigurosas son del 2017 y muestran que el promedio en el país es de 1,31 muertes cada 100 mil mujeres. Insisto: ese es el promedio. Porque en Salta, por ejemplo es casi el triple, 3,32 o en Santiago del Estero de 3,15 crímenes cada 100 mil mujeres. El otro extremo es La Pampa. En el 2017 no se registró ningún femicidio.
Otro dato terrible: la mitad de las víctimas tenían menos de 30 años. Y el 44% compartía el techo con el victimario. Violencia doméstica.
Highton de Nolasco también denunció el machismo judicial y condenó la liberación temprana de los acusados o condenados por violencia de género. Yo le agregaría que la liberación a la velocidad de la luz de los delincuentes se verifica en todo tipo de delitos. Pero ese es otro tema.
Ahora hay que frenar los femicidios. Decir Nunca más. Basta. Hacer campaña por todos lados. Cambiar la cultura. Sembrar educación.
La prioridad absoluta es parar los femicidios. No desviar nuestra energía en temas menores. Primero la vida.
Porque los datos duros son aterradores. Según el INDEC la violencia de género se cuadruplicó en 4 años y en el 2017 hubo 295 femicidios, la cifra más alta de la década.
Le confieso que uno de los casos más repugnantes que recuerdo es el tristemente célebre “Caso Tiraboschi”. Es una gigantesca humillación de la condición humana y de género.
El doctor Eugenio Raúl Zaffaroni, ex integrante de la Corte Suprema de Justicia y asesor de Cristina Fernández de Kirchner, afirmó que el sexo oral no constituía violación porque no era una forma de acceder carnalmente a la víctima. Al imponer una débil pena por abuso deshonesto, sostuvo que no correspondía aplicar la pena máxima porque, entre otras razones, la víctima, una niña de ocho años, había sido abusada con la luz apagada y, en palabras de la sentencia, «el único hecho imputable se consumó a oscuras, lo que reduce aún más el contenido traumático de la desfavorable vivencia de la menor».
¿Se da cuenta de semejante barbaridad? Yo no escuché al ala kirchnerista de las mujeres que lideran “Ni una menos” que dijeran una palabra.
La prédica zaffaroniana de que casi todos los delincuentes son producto de » las injusticias del sistema capitalista», se hizo doctrina y dogma. Hoy muchos de los criminales de mujeres reincidentes y violadores caminan por las calles.
Por eso emociona y conmociona ver y sumarse a miles de mujeres que en la calle se juran a sí mismas luchar hasta exterminar la violencia de género y los trogloditas criminales del machismo. Los carteles caseros lo vienen diciendo todo. Lo gritan, en realidad, lo exigen: “No nos maten más”, “Juntas somos infinitas” y “Vivas nos queremos”.
Claro que las queremos vivas, claro que nos queremos vivos y que juntos somos ciudadanos en movimiento que levantamos la guardia para defendernos y extirpar la parte más oscura y repugnante de una sociedad que denigra a la mujer, que la somete y la reduce a la servidumbre. Por momentos siento que algunos varones han retrocedido a la época de las cavernas, que han escupido a la civilización y que creen que pueden tener a una mujer en un puño con un puñetazo.
Hay que ser muy perverso. Una mujer es una mina que amamos, nuestra vieja querida del alma, la hija que tanto miedo nos provoca cuando tarda en llegar de la facultad, la madre que nos sembró de hijos nuestra existencia, nuestra abuela de la sabiduría.
En los momentos más terribles, a la hora de descender a los infiernos, las pobres mujeres llegan a preguntarse si las culpables no son ellas. Hasta tanto llega la humillación que ella, la víctima, llega a dudar de su condición. Llegan a pensar que por su culpa él golpeador, las golpea.
Por eso tienen que asesorarse con un abogado y hacer la denuncia. Saber que están dando el paso más importante de su vida. Y que es para salvarse de la muerte. Nada menos. Ni una menos. Ni una más. Nunca Más.
Las crónicas de los últimos tiempos están repletas de muerte y sangre. Una violencia de género cargada de un odio sin límites que extermina incluso a familiares o amigos en lo que se llama técnicamente «femicidios vinculados”.
Es tan grande el horror que la información parece inventada o salida de las novelas de la crueldad.
Hay que combatir a esos criminales que matan a sus seres queridos. A sus esposas o novias, a sus hijos a los familiares y a los amigos. Pretenden dinamitar todo vestigio de esas mujeres que no quieren ser propiedad de nadie. Saben que hace mucho se acabó la esclavitud. Todos los que rodean a una mujer amenazada tienen que hacer la denuncia y no dejarla sola. Estar cerca, acompañarla, protegerla y estar alertas, siempre con la guardia alta.
No me entra en la cabeza que algún animal que no merece ser llamado hombre pueda cometer semejantes aberraciones.
¿Que nos está pasando? ¿Cuál es el nivel de cobardía y de salvajismo de andar matando mujeres? ¿Cuántos casos por día hay de maltratos, de golpes brutales que terminan con la muerte femenina?
Insisto con la pregunta original que no tiene respuesta: ¿Qué nos pasa? ¿Alcanza con prohibir que el criminal se acerque?¿ Los botones de pánico y las tobilleras electrónicas pueden ayudar? ¿La policía actúa con la rapidez que corresponde? Esta opinión intenta ser un alerta y un aporte al combate contra semejante horror y a aumentar la condena social. Todo el que sea víctima de violencia de género o conozca a alguien puede hacer la denuncia al teléfono 144 durante las 24 horas.
Son mujeres asesinadas por machos que, insisto, no merecen llamarse hombres. Son infames varones que avergüenzan al género y a la condición humana.
Estos energúmenos por lo general están cortados todos por la misma tijera. Responden al mismo patrón criminal. Primero les gritan a sus esposas, novias o amantes. Se sienten sus propietarios y no sus compañeros de afecto. Después les pegan, las humillan, las castigan con ferocidad, y les provocan un pánico que las paraliza. Muchas veces, los golpeadores se descontrolan con el alcohol o la droga. No los frenan ni los hijos en común ni los embarazos.
Son realidades repugnantes y horrorosas. Debemos unirnos en la exigencia de juicio, castigo y condena a los culpables. En cada esquina de este país deberíamos colgar un cartel que diga: «Basta. Nunca más un femicidio».