La muerte del padre – 4 de marzo 2019

Ninguna persona es la misma después de la muerte del padre. Dice Freud que esa pérdida es el acontecimiento más importante en la vida de un ser humano. Es más, el creador del sicoanálisis dice que matar al padre en términos simbólicos, es una verdadera necesidad para el crecimiento y la maduración. Habla de superarlo. De adquirir autonomía. De cortar definitivamente el cordón umbilical.
Para el presidente Mauricio Macri este fue el tema que marcó su vida. Una vez dijo que la relación con Franco, al que acaba de sepultar, fue “el mayor conflicto que tuve que enfrentar”. Otras veces fue más duro y sincero: “Me amaba pero me boicoteaba todo el tiempo”. Hay muchos ejemplos a lo largo de los 60 años de vida de Mauricio. Por momentos la competencia fue tan brutal que el presidente dijo que su padre se comportaba como su enemigo. Eran tiempos en que Franco votaba por los Kirchner y fogoneaba un presidente surgido de La Cámpora. Toda la lucha de Mauricio fue por dejar de ser hijo de. Tal vez no leyó a Goethe pero asumió en carne propia su pensamiento: Lo que heredaste de tu padre, tenés que volver a ganarlo a pulso o nunca será tuyo. El dramaturgo alemán nunca se enteró que a los 5 años el padre llevaba al primogénito a recorrer las obras en construcción. Y que a los 12 lo hacía participar de insoportables reuniones de directorio. “Escuchá, algo vas a aprender”, le decía a un Mauricio que soñaba con ser 9 de Boca y con procesar la discriminación que sufría entre el chetaje del Cardenal Newman por tener apellido de tano cocoliche y verdulero, ajeno a tanta familia patricia y acomodada en todo el sentido de la palabra.
Una de las primeras decisiones de Mauricio contra Franco fue contratar un profesor de Bridge para ganarle a su viejo alguna partida. Así pudo evitar que lo gastara delante de todo el mundo incluso hasta la vergüenza.
El día que lo venció en ese juego de cartas y de astucia, plantó su primer gesto de rebeldía. Y su primera victoria para dejar de ser el hijo de… El Talmud dice que el hombre tiene 3 nombres: el que le pone su padre, el que le dan sus semejantes y el que se hace a sí mismo.
Pido disculpas a los sicoanalistas como Federico Andahasi por meterme en su terreno. Perdón por esta herejía de mi parte, pero creo que Mauricio recién se puso su nombre aquel 10 de diciembre de 2015 cuando su padre lo abrazó ya presidente, con la banda y el bastón y según dicen, se le escuchó decir: “Creo que esta vez, lo logré, que esta vez llegué”. Finalmente Mauricio había superado a su padre. Fue un largo camino desde aquel triunfo doméstico en el bridge hasta esta consagración en serie como presidente de Boca, jefe de gobierno y presidente de la Nación.
Frente a la tumba de Franco, en el cementerio Jardín de Paz, Mauricio dijo que “predicó con el ejemplo del esfuerzo y el trabajo” pero agregó que “fue generoso con sus amigos y disfrutó de la vida hasta último momento”.
Fue muy gráfico y emocionante la narración que el presidente hizo de su último encuentro “consciente” con su padre. Confesó que le gustaría que le toque una muerte rápida y “no quedar atrapado entre la vida y la muerte. Que no me pase como a mi padre, que está acá y no está. Está postrado desde hace más de un año. Si tiene algún momento de lucidez, la debe pasar muy mal porque ahí toma consciencia de su incapacidad de hacer y de su pérdida de vitalidad. La última vez me pidió que le diera una pastillita para sacarlo de acá”.
-Papá no puedo hacer eso
– Pero ya terminé, no tengo más nada que hacer, no puedo hacer nada solo, dependo de la ayuda de los otros.
-No puedo Papa, no se puede.
Elaborar el duelo tiene varias etapas. El shock, la negación, el decir esto no es cierto. Eso, el presidente ya lo debe haber superado por todo el tiempo de agonía que tuvo su padre. Después viene la rabia, el enojo y el echarse culpas por todo lo que pudieron hacer uno por el otro y no hicieron. La tercera estación de este proceso es la tristeza, el llanto, la pena y el sufrimiento que uno siente al ver su foto o el convocar a su recuerdo. Tengo un amigo, el Zorro, que me conmovió diciendo que todos los días recuerda a su viejo, un solidario médico de pueblo de Alcorta. Y hace más de 30 años que falleció.
Finalmente, llega el momento de la reconciliación. El apelar a su memoria de manera feliz por lo que hizo y por lo que vivió. Recurrir a alguna anécdota graciosa, quedarse con lo mejor del ser querido. Comprender que las lágrimas son un homenaje al viejo pero que también se lo puede homenajear con las risas y alegrías que compartieron.
Mauricio le confesó a un amigo que cuando se retire de la vida pública, su sueño es irse a vivir a un pueblito italiano y escribir un libro reivindicando a su padre. Muchas veces Franco estuvo en las críticas del periodismo y la política por sus negocios sospechosos y acusaciones de corrupción, por sus relaciones carnales con el estado y por su vida sembrada de mujeres bellas mucho más jóvenes que él. Muchos dicen que ambos compitieron hasta en ese terreno.
Mauricio cree haber descubierto el momento del gran salto de Franco como empresario devenido multimillonario. Dice que fue cuando se quedó con el 85% de Sevel y la fabricación de Fiat y otros autos. Llegó a facturar 5 mil millones de dólares al año y a tener 25 mil trabajadores, en lo que fue el máximo empleador para aquellos tiempos.
Un día Mauricio decidió romper amarras y construir su propio destino. Sabía que en esa pelea iba a encontrar la felicidad y la alegría. Y se aferró a esa utopía que persiguió durante tanto tiempo. El hijo del albañil, el tano inmigrante que edificó un imperio económico llegó a la presidencia de la Nación sin que su padre le abriera ninguna puerta. Lo hizo por derecho propio. En nombre del padre. Pero con su propio esfuerzo.
Los kirchneristas lo chicaneaban acusándolo de vago: “Nunca trabajó, siempre vivió de Franco”, pintaron en las paredes. Y esas cachetadas en lugar de intimidarlo le dieron más fuerza para la batalla final contra Daniel Scioli.
Esa relación de amor-odio con su viejo lo marcó para siempre. Y su carácter y garra también se templó en la adversidad terrorífica de aquel secuestro extorsivo que lo tuvo 14 días bajo tierra. Lo encerraron en un ataúd y lo encarcelaron en un sótano de Garay al 2.800. Al frecuentar la meditación budista fue calmando sus ansiedades y aflojando sus durezas formales.
No creo que Franco Macri haya sido absolutamente transparente en todos sus negocios. Al igual que muchos empresarios entró en el juego de los aportes ilegales y el dinero negro. De hecho ayer, en su entierro estuvo presente su sobrino Angelo Calcaterra, ex dueño de IECSA que confesó y se arrepintió de haber participado de esos negociados carentes de ética.
Franco intentó construir un complejo de edificios en Nueva York pero se encontró con otro empresario tan o más pesado que el: Donald Trump. Se veía una vez por mes con Jorge Bergoglio cuando era cardenal porteño. Pero fue un visionario que llegó a tener más de 100 empresas y fue el primero que descubrió el mercado de China como un futuro venturoso. En 1988 hizo sus primeros negocios con los chinos.
Franco sufrió 2 infartos, una hemorragia interna, una fractura de cadera y al final, casi no reconocía a nadie. Superó los secuestros de sus hijos Mauricio y Florencia y la muerte de su hija Sandra. Ella motivó en vida el caso de las famosas escuchas telefónicas ilegales que salpicaron a Macri como jefe de gobierno. Fue Franco el que contrató una agencia privada de espías para averiguar si el marido de Sandra la sometía a violencia de género.
En plena campaña electoral y lleno de graves problemas económicos del país, tendrá que hacer su duelo. Dicen que solo se supera la muerte del padre cuando se aprende a extrañarlo sin sufrir. Vamos a ver qué tipo de Mauricio Macri asoma después de semejante pérdida.