Un monumento al cine – 2 de mayo 2019

Le confieso que estoy escribiendo bajo emoción violenta. Estoy absolutamente colmado de felicidad. Acabo de ver la nueva película de Juan José Campanella y de entrada le digo que se trata de un monumento al cine, un canto al talento y la creatividad que nadie puede dejar de ver.
Por supuesto que le estoy hablando como un simple ciudadano que disfruta de las buenas películas. Estoy lejísimo de ser un crítico cinematográfico. Mi trabajo periodístico es otro. Encima no puedo y no quiero contarle diálogos, situaciones y mucho menos los remates más maravillosos de la película porque eso no se hace y porque no sé si me alcanzan las neuronas para explicar en palabras semejante obra de arte. Alguno puede pensar que estoy exagerando y a lo mejor tiene algo de razón. Yo solo le quiero transmitirle la experiencia que me produjo ver “El cuento de las comadrejas”. A la salida, le comenté a Andy López que para mí es la mejor película de la historia argentina.
El cine estaba lleno de profesionales, de especialistas que vieron y analizaron cientos de películas, que estudian estos temas. Todos aplaudieron a rabiar cuanto terminó. Pero lo más importante es que les ví las caras cuando encendieron las luces. Todos tenían el rostro iluminado porque atravesamos por una cátedra de cine, donde todos se ríen de si mismos y porque fuimos felices durante un par de horas.
¿Sabe que me llenó de orgullo? El talento sin soberbia. La capacidad de narrar una historia que nos hace reír cada dos minutos y nos emociona hasta las lágrimas. Un guión cargado de suspenso que parece un mecanismo de relojería donde nada sobra y nada falta. El clima, la música, la fotografía y el vestuario de Cecilia Monti son maravillosos, especialmente porque esta película permite que Graciela Borge luzca su belleza, su gran capacidad actoral y vestidos almodovarianos que hacían juego con una mansión típica de los cuentos de terror. Y el cuento de las comadrejas es una película de terror o un policial astuto y sorprendente hasta el último minuto. Pero también es una comedia donde Marcos Mundstock remata cien chistes que estallan en carcajadas de la platea. Nadie se equivocará si piensa que en realidad la película no es de terror, ni policial ni una comedia. Muchos pueden interpretar que es una historia de amor descomunal entre dos personas (Graciela Borges y un Luis Brandoni que brilla como la joya que es), o de amor a la vida o un canto de amor al oficio de los actores, de los directores y de los guionistas. Eso es: un homenaje al mejor cine. Y tiene tantas capas de creatividad que también puede leerse como una lucha generacional entre la mirada pragmática de algunos yuppies modernos y la sabiduría de los que llegaron a viejos. Es una remake de la película “Los muchachos de antes no usaban arsénico” de un coloso del cine nacional, maestro de maestros, como José Martínez Suarez al que muchos apenas identifican como el hermano de Mirtha Legrand. Aquel film tuvo tanta mala suerte como el país en 1976. Se estrenó 32 días antes del golpe. La dictadura genocida de Videla y su banda arrasó con todo y también con el trabajo de Martínez Suarez donde se destacaban los insuperables Narciso Ibáñez Menta, Arturo García Burh, Bárbara Mujica, Mecha Ortiz y Mario Soffici que tiene en la actual película un guiño muy especial en medio de muchas señales de complicidad que se disparan sobre los espectadores.
Oscar Martínez vuela alto. Hace de un maldito inteligentísimo que maneja la ironía como si fueran gambetas de su admirado Bochini. No hay un segundo de aburrimiento, no hay un solo lugar común. Todo el tiempo la película te asombra, te mantiene atado al argumento y te llena de alegría.
Las actuaciones son dignas de gigantes. Creo que a esta altura debemos reconocer que los cuatro grandes protagonistas (Borges, Brandoni, Martínez y Mundstock) merecen estar para siempre en las grandes ligas en el listado de los más grandes actores argentinos de todos los tiempos. Nico Francella y Claro Lago también hacen un gran aporte como villanos que son la contracara de los otros villanos pero que despiertan ternura y gran empatía. Son tan queribles los viejos que al final uno tiene ganas de celebrar algo que jamás celebraría en la vida real.
Campanella es el Messi del cine. Pero ganó el Oscar con el secreto de sus ojos que es como salir campeón del mundo. Campanella la rompe. El mejor jugador y el capitán de la celeste y blanca. Juega en toda la cancha. Con la cámara hace lo que quiere. Tiene un manejo de los textos y del lente con varios post grados en los Estados Unidos pero eso no le impide hacer un cine bien nacional y popular.
Es un exquisito de la puesta pero está lejos del elitismo de los falsos intelectuales. Hace un cine y un teatro de masas. No le interesa la masturbación ideológica de las elites. Cuenta historias como el mejor. Nos entretiene y nos pone a jugar en el cine y eso es cada vez más difícil en estos tiempos de cólera.
Además admiro su valentía y coraje como ciudadano. Creo que ahí es sumamente útil como defensor de las libertades y la República. Pero por momentos pensé en decirle alguna vez que no malgaste su energía en pelear con fanáticos o cobardes anónimos a través de las redes sociales y que utilice su tiempo en hacer felices a los argentinos con ese don maravilloso que tiene a la hora de ejercer su mágico oficio. La última película la filmó en 2013 y fue Metegol que es un género de animación muy complicado que tuvo éxito y que abrió caminos y fuentes de trabajo. En cualquier otro país del mundo, Campanella sería Gardel. Sería casi un intocable. Solo los argentinos nos permitimos tratarlo como si fuera un ciudadano común y corriente. Y matarlo con críticas si alguna vez erra un penal como cualquier ser humano. Aunque en este caso creo que los que lo atacan lo hacen no por sus resultados profesionales. Lo hacen por la batalla política del odio y la grieta. Es uno de los grandes que tenemos para fomentar la industria nacional de las fantasías y los sueños que es el cine. Es el que puede contribuir con su trabajo a la refundación cultural de este país para que mantengamos nuestra identidad y nuestras raíces, pero desterremos disvalores como esa famosa picardía criolla que muchas veces deriva en impunidad para los ladrones y los autoritarios.
Campanella está por cumplir apenas 60 años y tiene cuerda para rato. Volvió al país esperanzado. Ojalá no se tenga que ir desilusionado. Necesitamos todas las neuronas y todas las buenas intenciones para que una Argentina más libre, honrada e igualitaria arranque de una vez y para siempre.
Pero ese ya es un comentario político. No me quiero desviar de mi objetivo principal en el día de la fecha: decirle que no se pierda la película “El cuento de las comadrejas”. Será feliz por dos horas. Y eso hoy no tiene precio.