Del Cordobazo a los sindicalistas millonarios – 29 de mayo 2019

Hoy hace exactamente 50 años que estalló el Cordobazo. Fue un levantamiento popular contra la dictadura. Lo digo con orgullo de cordobés y con admiración hacia los que participaron. Yo apenas tenía 14 años recién cumplidos y toda mi actuación en el Cordobazo se limitó a aplaudir el paso de los manifestantes y a mirar extasiado desde la terraza de mi casa las columnas de humo que se levantaban en casi toda la geografía de la ciudad. Después me dediqué a estudiar el Cordobazo y sus características tan especiales. A discutir en las asambleas si fue un hecho organizado o espontáneo. Todos nos sentíamos presos en nuestro propio país. Los obreros iban armados con tuercas y bulones que utilizaban como proyectiles en sus hondas. Los estudiantes habían preparado sus bombas molotov pero, también es cierto, que los comerciantes, los profesionales y los vecinos comunes ayudaban a levantar las barricadas y les acercaban cajones de fruta, papeles, gomas de autos para mantener viva la fogata que neutralizaba los gases lacrimógenos que tiraba la policía. Era toda la sociedad que ejercía su derecho a la rebelión violenta contra la violenta dictadura de Juan Carlos Onganía. Fue una forma de expulsar a su títere cordobés, el gobernador Carlos Caballero. Uno más fascista que el otro. Uno más oscurantista que el otro. Por eso el Cordobazo fue tan popular y masivo. Por eso logró hacer retroceder a la policía y por momentos apoderarse de toda la ciudad. Tuvo que intervenir el Ejército en su día para poner cierto control a la situación. Pero los barrios proletarios y el legendario barrio Clínicas de estudiantes y doctores resistieron muchas horas.
Fue una epopeya de todos los cordobeses de casi todas las clases sociales. Todos tenían algo para protestar. Los estudiantes de Franja Morada y de la izquierda contra el aumento de precios del comedor estudiantil y por la falta absoluta de libertad. Hay que recordar que Onganía, entre otras atrocidades, fue el autor ideológico de La Noche de los Bastones Largos que violó la autonomía universitaria y logró que muchos de los mejores intelectuales y científicos se fueran del país con el lógico resultado de un atraso brutal para el conocimiento de nuestra bendita Argentina.
Los obreros, en su mayoría peronistas, luchaban por restablecer el sábado inglés, una conquista que les permitía trabajar medio día del sábado pero cobrarlo entero. Pero además, reclamaban: “Libertad sindical/ Libertad/ a los presos por luchar”.
Y el resto de la sociedad exigía el fin de la dictadura. Querían votar, elegir sus propios gobernantes, mirar todas las películas que les diera la gana y no las que permitía la censura de los apellidos patricios y pacatos que decían vade retro satanás cuando veían una teta suelta o un martillo y una hoz. Onganía fue un cruzado de la Edad Media, combatía incluso los pelos largos y las faldas cortas.
En la acción directa, en la calle codo a codo fueron mucho más que dos. A la cabeza de las columnas obreras estuvieron los dirigentes sindicales más honestos y lúcidos en muchos años. Se alineaban a nivel nacional con la CGT de los Argentinos de Raimundo Ongaro. Me refiero a Agustín Tosco, un Gringo al que le sobraba Luz y Fuerza, a Elpidio Torres y René Salamanca, el Chancho, con los mecánicos del SMATA, al Negro Atilio López, jefe de los colectiveros, a Jorge Canelles con los albañiles o a Juan Malvar de los Gráficos. Eran peronistas, radicales, marxistas y cristianos unidos por su representatividad, por su lucha contra la dictadura, porque viajaban en micro y seguían trabajando y porque fueron la avanzada del combate contra la burocracia sindical de los jerarcas que se hacían millonarios entregando delegados combativos.
Si me permite quiero comparar aquellos gremialistas con los que tenemos en la actualidad. Le acabo de decir que viajaban en colectivo y seguían trabajando mientras ejercían su rol. Es decir que vivían como sus representados. Sufrían sus penurias y compartían su vida cotidiana. Eran absolutamente honrados. Uno podía estar de acuerdo o no con su pensamiento, aunque había de todo el abanico ideológico. Pero vivían como pensaban y repudiaban cualquier caso de corrupción. Lo digo porque el contraste es brutal. Y es una demostración más del retroceso que hemos padecido en términos sociales y políticos. En aquella época eran contados los casos de sindicalistas enriquecidos. Hoy es al revés: son contados los casos de los dirigentes sindicales que no están enriquecidos. Existen, por supuesto. No quiero generalizar porque el que generaliza discrimina. Conozco gremialistas honestos como Víctor de Gennaro o Juan Carlos Schmidt, por ejemplo. Pero la gran mayoría vive como potentados en la opulencia de los barrios cerrados. Se mueven rodeados de guarda espaldas y en autos de alta gama con vidrios polarizados. Hay dirigentes que llevan 20 o 30 años atornillados a sus cargos. No se sabe cómo tienen semejante nivel de vida y se resisten a presentar sus declaraciones juradas como debe hacer toda persona que maneja fondos públicos como son las obras sociales. No hay Argentina posible si no reformulamos este esquema de trabajadores pobres y sindicalistas millonarios. Una cosa es defender los derechos de los trabajadores y otra muy distinta es la extorsión del paro y la huelga permanente. Muchos son pesados patoteros capaces de quemar taxis o colectivos o darle una paliza a alguno que se atreva a presentar una lista opositora. Algunos son delincuentes de magnitud como el caso de Pata Medina que logró que ningún empresario quisiera invertir en La Plata y la zona de influencia. Las coimas que les pedían elevaban el costo y hacía imposible la rentabilidad. Ni que hablar del Caballo Suarez, otro violento de armas llevar, que logró que los puertos argentinos fueran los más caros del mundo o de Marcelo Balcedo que vivía como un magnagte berlusconiano con mansiones y autos importados que cuestan miles y miles de dólares. Hoy todos ellos están presos. Y eso es un avance. Pero es raro encontrar alguna declaración del resto de los dirigentes que repudie a esos delincuentes con ropaje de dirigentes sindicales. Por el contrario Los Moyano y muchos que se comportan igual, denuncian persecución ideológica cuando se quiere investigar los fastuosos negociados sucios que hicieron y la metodología mafiosa que utilizan constantemente.
De aquellos dirigentes del Cordobazo a estos jerarcas enriquecidos pasaron 50 años para peor. Por eso la imagen de muchos de ellos, en todas las encuestas está en el podio de las peores. No debe ser tan difícil volver a tener dirigentes razonables, de manos limpias y uñas cortas. Acá muy cerca, en Uruguay, la mayoría son así.
Aquél 29 histórico de hace 50 años, las columnas marcharon hacia el centro de la ciudad en lo que se denominaba paro general activo. Iban caminando, en bicicleta, en motos. Eran obreros de alta calificación, buenos salarios y muy politizados. Tenían conciencia de clase, según el lenguaje de la época.
La policía reprimió. Nadie dio marcha atrás y por eso, entraron en pánico. Y apelaron al gatillo fácil y le pegaron un balazo a Máximo Mena, un obrero mecánico que después se transformó en emblema antidictatorial. Fue como echar nafta al fuego. La indignación se multiplicó. En todo el país venían matando manifestantes. Incluso en Córdoba la llaga por el asesinato del obrero y estudiante Santiago Pampillón todavía seguía abierta. Fue la policía la que tuvo que retroceder y refugiarse en los cuarteles. El pueblo se hizo cargo de la ciudad cantando consignas muy populares.
El Cordobazo hirió de muerte política a un dictador mesiánico como Onganía que cayó un año después pese a que pensaba quedarse toda la vida. Pero Argentina ya no sería la misma. La histórica cobertura que hizo Telenoche todavía me hace palpitar de periodismo. Nuestro Sergio Villarruel al que después echaron del canal cordobés por su osadía y el enviado especial Andrés Percivale parecían corresponsales de guerra con sus viejas cámaras de celuloide y sus auricones, esquivando balazos y gases. El Cordobazo quedó grabado a fuego en la memoria colectiva. Un año después del mayo francés estalló el mayo cordobés. Paso a paso se viene el Cordobazo. Eso gritaban, y sabían lo que gritaban.