Un padre da la vida – 14 de junio 2019

Mi querida Adriana me inoculó la pasión por el programa “La Voz Argentina”. Disfruté del talento de los participantes y de la sabiduría compinche de jurados como Ricardo Montaner, La Sole, Tini y Axel. Sueños de gloria, belleza, emoción en estado puro, un canto a la vida que demuestra que se puede hacer televisión masiva de calidad. Pero en los últimos tiempos estamos viendo, gracias al milagro de internet, “La Voz Senior de España”. Y ya vimos “La Voz Kids”, con los pibes o los chavales. A la hora de meternos en la historia de personas que superan los 60 años aparece lo más profundo y genuino del ser humano. Lo que más me conmovió hasta las lágrimas tiene que ver con un padre y un hijo. Hablo de Ricardo Rubén Araya de 71 años y de su hijo Rubén. En la audición a ciegas, Ricardo cantó “Caruso”, la canción de Lucho Dalla que dice “que el amor funde la sangre en las venas”. No digo que Ricardo estuvo a la altura de Luciano Pavarotti o de Andrea Bocelli pero llegó al alma de todos. David Bisbal se demoró un poco y le ganó de mano Paulina Rubio. Ella fue la primera en darse vuelta, enamorada de la voz y la forma de interpretar de Ricardo y se lo llevó para su equipo.
Ricardo estaba feliz, pero con los ojos profundamente tristes. Contó su historia pero la contó incompleta. Dijo que había sido un profesional de la lírica, un tenor de rápido crecimiento que tuvo éxito en México y Venezuela y que hasta llegó a ser telonero de Plácido Domingo. Contó que era argentino pero que vivía en Lanzarote. Dijo que había dejado de cantar y se puso a trabajar de taxista para llevar el sustento a su familia. Todos lo felicitaron, elogiaron sus capacidades extraordinarias como intérprete pero después nos enteramos de una parte de la película que Ricardo no quiso contar. ¿Por qué había dejado de cantar durante 23 años alguien que estaba en la gloria haciendo lo que más amaba en vida? Ricardo no contó esa parte porque no quiso influir en la elección de los jurados. Ese fue el tamaño de su dignidad y honestidad intelectual.
Ricardo dejó de cantar por una promesa. Su hijo Rubén fue atropellado por un auto y estuvo muy cerca de la muerte. Ricardo y su esposa Ana, la madre de Rubén rezaron y lloraron hasta el infinito. En un momento, entre sueros y enfermeras, Ricardo le rogó al cielo, a dios y la virgen, que su hijo se salvara. Prometió que si eso ocurriera dejaría de cantar. Era una forma de decir que por la vida de su hijo estaba dispuesto a dejar lo que más amaba después de su familia. Y Rubén se salvó. La terrible lesión que sufrió en la médula lo dejó para siempre en una silla de ruedas.
Yasi fue durante 23 años. Ricardo tuvo que reinventarse. Y vendió verdura por las calles y trabajó en una granja. Cumplió su promesa durante 23 años.
Pere fue Rubén, su hijo del alma, el que obligó a su padre a que rompiera esa promesa de tantos años para que participara en “La Voz Senior”.
“Lo hice por ellos”, dijo Ricardo. “Para darle un poco de felicidad a ellos. Para que Rubén jamás crea que por su culpa dejé de cantar”. El muchacho aplaudió más fuerte que nunca cuando Ricardo fue elegido para pasar de ronda. Ricardo mostró su sonrisa pero jamás se le fue la tristeza del fondo de sus ojos. Se abrazaron los tres, el padre, la madre y el hijo y esa silla de ruedas se transformó en una montaña de familia, en el centro de energía más poderoso que se pueda conseguir. Yo fui feliz mirando la escena. Lloré como loco pero fue feliz. Respiré hondo un viento limpio y fresco. Y confirmé algunas ideas muy simples. Los hijos son lo más importante que tenemos, y ser padre o madre, es sufrir para siempre, aprender con alegría de los hijos y estar dispuesto a dar la vida o lo que uno más ama en la vida por ellos.
El domingo es el día del padre y quería compartir esta enseñanza de un padre y un hijo. Y además, me gustaría cumplir el rito de esta columna que casi se convirtió en un clásico de todos los años. Como la canción de Piero…
Viejo, mi querido viejo. Ahora ya camina lerdo, como perdonando el viento. Yo soy tu sangre mi viejo, yo soy tu silencio y tu tiempo. La canción es una radiografía de lo que pienso. Yo soy su sangre así como él fue la sangre de Samuel y como Diego es mi sangre en pleno crecimiento y desarrollo. Esa cadena es blindada. Irrompible. No me entra en la cabeza que existan hijos peleados con padres y viceversa. No sabría cómo vivir sin ese combustible y ese afecto. Me estremezco de solo pensar en ellos. En mi viejo y en mi hijo. En sentirme un eslabón entre ambos. En haber experimentado en el cuerpo el paso de los años y los distintos roles que la vida nos va dando. Recuerdo mis peleas de rebeldía con quien soñaba tener un hijo farmacéutico, formal y cortés y le salió un vago militante que hizo el Bar Mitzvá solo por respeto hacia él y que nunca se casó con una chica judía.
Todavía le sigo pidiendo consejos a mi viejo pero hubo un momento en que él me los empezó a pedir a mí. Cuando comprobó que yo me podía ganar la vida con honradez y compromiso, creo, que me dio el título de hombre y pasó a darle más valor a mi palabra que a la suya. Esa transición es impresionante y cada vez se hace con una edad más temprana. Yo hoy tomo las decisiones más importantes de mi vida profesional pero en muchos casos le pido la opinión a Diego y suelen ser de una madura sensatez que me asusta.
Hace unos años, jugamos en la pileta del hotel de Carlos Paz como cuando yo era chico y él me ensañaba a nadar. Jamás en mi vida olvidaré esa sonrisa cuando salió del agua después de haber nadado con estilo y velocidad. Hablamos de todo. Una noche en la cabaña me preguntó ante mi asombro: “¿Qué es el twitter?”. Es que nada de lo humano le resulta ajeno. Es curioso, inteligente, siempre quiere saber y aprender más. Y a la noche me contó otra vez esa historia de cuando uno de sus hermanos por huir de los nazis se tiró a un río maldito y polaco y nunca más apareció. Lloramos los tres. Los Lewkowicz somos flojos de lágrimas. Y lo digo con orgullo. El que no sabe llorar no sabe reír. Y yo aprendí a su lado ambas cosas. A gritar juntos un gol y a reírnos de los gorritos de Talleres bailando en nuestras cabezas. La foto que más quiero es la que nos sacamos las tres generaciones en la cancha de Talleres con el mismo gorrito tejido azul y blanco. También nos quebrarnos hasta el desgarro del alma cuando viajamos en el tiempo hasta ese día cruel y ateo en el que mi zeide, su viejo, el fortachón y rudo campesino y panadero murió en plena calle cordobesa con su cabeza golpeando contra el cordón de la vereda. Quiso laburar hasta el último aliento y lo hizo. Tampoco olvidaré jamás su cara desencajada que no podía parar de lamentarse por semejante tragedia. Recién ahora me doy cuenta que el zeide murió tan joven. En esa época yo era chico y el zeide me parecía viejito. Es lo que estoy tratando de explicar desde el principio. Como cambia la perspectiva a medida que pasan los años en la relación padre e hijo que es una de las más maravillosas y profundas que existen en la vida. Lo único que no cambia es el pedido, casi el ruego: “Cuidate mucho por favor”. Siempre me lo dice Mayor y siempre se lo digo a Diego: “Cuidate changuito”. Cuando uno es pibe se deja proteger por su viejo. Y cuando uno es padre, protege a su hijo. Pero cuando supera los 50 y los 60, aparece una dicha milagrosa, la posibilidad de cuidar y proteger a los dos, a mi padre y a mi hijo.
Pruebe este domingo algo que le recomiendo desde el alma. Sin que su padre se dé cuenta, sígalo profundamente con la mirada. Atenta y minuciosamente. Descubra en sus arrugas las arrugas que a usted le van creciendo. En esas canas, sus propia canas. Descubra todos los gestos que usted heredó. ¿No me diga que tienen la misma forma de caminar? ¿Vió, que le dije? ¿Cómo le decía su madre en aquella vieja casa de la infancia? ¿Cómo le decía? Nene, vos sos igual a tu padre!!! Le recomiendo que repita la operación mirada profunda con su hijo. Abra los ojos hasta el cerebro, abra los poros, déjese invadir por ese aroma maravilloso que viene de la cocina. Reconozca que el pibe es ansioso porque usted lo es. Que cuenta las cosas con pasión porque lo aprendió de chico. Descubra en su hijo esa mirada húmeda y esa sonrisa que tiene tanto de usted y de su padre. Y del padre de su padre.
Este domingo es ideal para practicar esto que le digo. Pregúntele a su padre y a su hijo como andan y tómese todo el tiempo del mundo para escucharlos. Hagan un campeonato de chistes, vean fotos viejas.
Su padre le hablará de Herminio Masantonio y la Wanora Romero. Su hijo del Martin Palermo y de Messi y usted tratará de describir los pases de magia que hacía Maradona, antes de caer en el pozo del despropósito.
No tenga vergüenza en decirle que lo quiere mucho. Y si puede cante, cante con su hijo y con su padre y con toda la familia. Cante por la alegría y por la esperanza. Cante para no llorar o cante y llore si quiere. Pero viva este domingo con toda la intensidad que pueda. No cuesta un peso y vale oro.
Esa entrega que hace que uno sea capaz de dar la vida por los hijos es el acero más resistente que conozco. Es invencible. Por eso Samuel que era de menos palabras todavía que Mayor sorprendió el día que le entregó todo lo que tenía simplemente porque mi viejo lo necesitaba. “La casa es tuya, hace lo que quieras”. Eso fue todo lo que le dijo. Mi viejo la hipotecó para comprar la farmacia y concretar el sueño. Samuel había dejado la espalda quebrada y las manos callosas para levantar esa casa. Esa generosidad, ese sacrificio, esa honradez, esa apuesta a no arrodillarse ante nadie pero tampoco a hacer arrodillar a nadie es lo mejor que me pasó en la vida. En esos valores me formé y esos valores transmito. La ética es también una forma de egoísmo. Porque nos hace bien a nosotros. Nos permite dormir en paz. Nos permite sentir orgullo por lo que hacemos y por lo que somos. Durante mucho tiempo fui el hijo de Mayor. En cierto momento me di cuenta que algunos pasaron a decir que Mayor era el padre de Leuco. Por suerte, kenore, diría la Esther, de a poco están empezando a decir que soy el padre de Diego. Mi viejo y Diego me iluminan el camino. ¿Qué más le puedo pedir a la vida?