Cristina peor que antes – 25 de junio 2019

Recién salió a la cancha y ya se pudo ver, con toda claridad, que Cristina es la misma de siempre. No tiene un solo gramo de arrepentimiento y ni una línea de autocrítica. Todo lo contrario, a la hora de actuar Cristina, demostró que está recargada, que es más de lo mismo y que mantiene intactos sus niveles de autoritarismo y sus veleidades de reina. La única novedad en su mecanismo monárquico para la toma de decisiones fue que tuvo como asistente a Máximo, el príncipe heredero y que Alberto Fernández fue más títere que nunca. Con la misma o más arbitrariedad de siempre, la dama de hierro repartió premios y castigos en las listas de candidatos y no atendió las razones de los intendentes ni de los gobernadores.
Uno de sus lemas es: “se hace lo que yo digo. Y me importa un bledo lo que piensen los demás”. Por eso alguna vez califiqué a su gobierno como un Cristinato.
Quedó claro para los ingenuos que se comieron el amague, que Cristina no cambió en nada. Que no está más dialoguista ni más prudente ni más abierta. Todo lo contrario. Pasó un tiempo en silencio y con el bajo perfil intentó alimentar la fantasía de su moderación. Y en parte lo consiguió. Fue creciendo en intención de votos en las encuestas ayudado por la crisis económica que el gobierno de Mauricio Macri no pudo o no supo domesticar.
La designación de Alberto Fernández como candidato a presidente, fue otra de las tácticas insólitas utilizadas para instalar una mentira. Nos quisieron hacer creer que ella se había dado un baño de humildad, que se bajaba del primer peldaño del poder producto de su generosidad y grandeza. El objetivo fue instalar que sus medidas salvajes e irracionales cargadas de venganza iban a quedar diluidas en una presunta racionalidad de Alberto que tampoco es cierta. Siempre Alberto fue un ejecutor frío y calculador de las órdenes de Néstor primero y de Cristina después. Nunca le tembló el pulso para hacer echar de radio nacional a Pepe Eliaschev o para apretar a los dueños de los medios o para tirar presuntos traidores por la ventana.
Los votos y el poder son de Cristina. Está claro que Jorge Lanata acertó al caracterizar a Alberto como una marioneta en la novela humorística de su programa. Este domingo fue más a fondo en su ironía y lo puso al nivel de Pinocho, Chirolita o el Topo Gigio.
Ni Cristina ni Máximo le dejaron mojar el pancito a Alberto en ninguno de los platos. Todas las decisiones las tomó ella y a lo sumo le preguntó a su almohada o a Máximo. La primera fue la más importante: ungir a Alberto como candidato de presidente vacío de contenido. Cristina hizo justo lo que Alberto no quería: el poder está y estará en Uruguay y Juncal. No importa quien figure en el primer lugar de la boleta.
Cristina es la reina Cristina. Es la reina del engaño. Cuando logró la reelección lo hizo prometiendo un giro hacia una mayor institucionalidad republicana, mencionó a Alemania como espejo y nos llevó derechito y a paso redoblado hacia la Venezuela chavista.
Ella aprendió de Néstor el método de la humillación como forma de conducción. Esto de que te tengan más miedo que respecto o admiración.
Parece que disfrutara al someter a una persona. Que gozara al hacerla arrodillar a sus pies y verla pedir clemencia.
La segunda gran decisión, también la tomó así. Con sangre fría ignoró toda la sanata negociadora de Alberto con los intendentes que soñaban con tener un candidato propio o que por lo menos haya nacido en Buenos Aires. Cristina pateó ese tablero donde los intendentes podrían tener algún grado de injerencia y designó a Axel Kicillof y Verónica Magario. Pero insisto con el tema humillación. ¿Quién anunció la fórmula? Lo obligaron a que fuera Martín Insaurralde, el candidato de sus pares. El que los intendentes hubieran elegido. El jefe de Lomas de Zamora tuvo que agachar la cabeza y decir por las redes sociales que estaba feliz de que lo hayan ninguneado. Ese es el sello del método Kirchner. Una cosa es conducir con autoridad o con disciplina partidaria o con verticalismo justicialista y otra muy distinta es someter a la esclavitud a sus súbditos. Martin Insaurralde enmudeció desde aquel momento. Perdió la voz y autoridad ante sus compañeros de militancia y nadie salió a defenderlo. Hecho consumado: Si Cristina dice Kicillof, es Kicillof. Y no es que los intendentes sean sadomasoquistas o tengan algo personal contra el economista formado en el marxismo (como dijo Pichetto). Solo que les hubiera gustado como candidato a alguien que conociera la provincia, que la llevara en la sangre desde chico y cuyo bagaje cultural estuviera un poco más ligado a las historia del peronismo bonaerense.
Hecho consumado, señores. Democracia y diálogo las pelotas. Manu militari y castigo al que se insubordine. Lo hizo Néstor y lo hizo Cristina cuando fueron presidentes. Con periodistas, ministros, intendentes y gobernadores. Los quería a todos en fila y aplaudiendo. Debían rendirle pleitesía y decirle todo que “si”. El que se animaba a cuestionar alguna idea o decisión era arrojado sin contemplaciones a la Siberia de los recursos. No le mandaban un peso. Los hacían juntar orina a los gobernadores para rogar por los fondos coparticipables que le correspondían a sus provincias. Cristina los hacía parir para tenerlos en un puño. Y ellos accedían. Aplaudían todo en el salón blanco y le chupaban las medias ante los medios. Puteaban por lo bajo pero casi nadie se resistía. Hubo excepciones, por supuesto: Juan Schiaretti o Juan Manuel Urtubey, por ejemplo. Y los cordobeses tuvieron que pagar con el cierre del grifo de los fondos el atrevimiento de los gobernadores. Otros dos jefes de gabinete se hartaron en un momento de tanto prepo y gritos: fueron Alberto Fernández y Sergio Massa. Ambos se fueron y fueron durísimos contra Cristina.
Alberto los combatió en los medios y Sergio en las urnas.
Ambos se habían cansado de los caprichos y locuras de Cristina. Pero descansaron y volvieron. Alberto convertido en un chico de los mandados carente de todo poder y Sergio, vaciado de su capacidad de liderazgo y convocatoria al punto de haber perdido hasta la posibilidad de gobernar su cuna política: Tigre. El meme que anduvo en las redes fue demoledor. A Massa le dicen circo viejo: porque hasta se quedó sin tigre.
Ni los intendentes, ni los gobernadores pudieron colar gente de su confianza o dirigentes representativos de su problemática en las listas de candidatos. La lapicera de Cristina fue lapidaria pero hizo lo de siempre. Nadie puede sorprenderse. Puso a los más fanáticos de La Cámpora y respetó algún que otro acuerdo, pero no todos. En muy pocos distritos se armó despelote. La mayoría de los jefes distritales vió como Cristina le mandaba las listas cerradas de los candidatos y a llorar a la iglesia. Dicen que Alberto Fernández no les atendía el teléfono. Es que no podía contestar si no sabía que contestar.
Máximo, el Cuervo Larroque, Wado de Pedro y casi todo el estado mayor de La Cámpora tienen puesto asegurado en el Congreso de la Nación. Mariano Recalde Senador. Y así con todas las provincias del país. La lealtad absoluta, la obsecuencia extrema fue privilegiada frente a la representatividad en los municipios o en las gobernaciones. Viejos dirigentes perdedores seriales como Daniel Filmus fueron jubilados y otros que también volvieron después de criticar a Cristina y hasta bajaron su candidatura como Felipe Solá quedaron a la intemperie. Es otra característica de Cristina: la mezquindad política y la ingratitud. A Daniel Scioli al que ungió candidato a presidente hace 4 años, ni le atendió el teléfono.
Ahí está su fiel gerente de coimas y retornos, don Julio de Vido, preso, como primer candidato a diputado en la lista de Santiago Cúneo, un nazi hecho y derecho, profundamente antisemita y maltratador de mujeres en la televisión.
Cristina no le mandó ni cigarrillos a De Vido.
Este regreso sin gloria de Cristina tiene dos componentes muy peligrosos. La violencia, por un lado y la destrucción de la justicia, uno de los pilares de la República. Ese sería el modelo chavista adaptado a nuestra idiosincrasia. Ya vimos el tiroteo que desató en Chubut la pelea entre un camporista impuesto por Cristina como candidato y un hombre de Hugo Moyano, también impuesto como candidato. Hubo heridos con armas de fuego en una caricatura trágica de lo que fue el combate a muerte entre Montoneros y la Triple A en los 70, los choques brutales que se producen cuando el poder real está en un lado y el institucional en otro y esa señal terrible de que robar es gratis y en consecuencia hay que liberar como si fueran héroes a todos los que robaron en la década ganada por ellos.
Puede ser horroroso que repitamos lo peor de la historia que tuvo ríos de sangre, falta de sudor y abundancia de lágrimas. Cristina no cambió. Todo lo contrario. Es la misma que se negó a entregarle los atributos de mando a un presidente democrático porque consideraba ese hecho como una rendición. Cristina no cambió. Se disfrazó de corderito patagónico pero sigue siendo el lobo feroz de las instituciones. Quien quiera oír que oiga.