Alberto, mal con Dios y el diablo – 8 de julio 2019

Alberto Fernández camina por una cuerda floja sobre el precipicio. Está obligado a hacer un equilibro casi imposible. Y para eso, sanatea, apela a eufemismos y malversa las palabras y las ideas.
Su tarea es para un mago. O para alguien sin escrúpulos. Por un lado tiene que ocultar las críticas más duras que le hizo a Cristina durante muchos años. Es el único que se atrevió de calificarla de “psicópata que busca subordinar a la justicia y someter a las instituciones”. ¿Cómo se vuelve de eso? ¿Qué se dice? ¿Se me escaparon algunas palabras? El viejo y remanido “Me sacaron de contexto”. Encima casi todo está grabado en el archivo de la tele y las redes sociales. ¿Cómo hace Alberto para justificar que su compañera de fórmula es ahora Cristina y que ella lo bendijo a él. El definió a ella como una soberbia que tuvo una gestión deplorable que censuró un programa de televisión en el que estuvo él como parte de una persecución permanente y lo más grave: que ella encubrió a los terroristas que volaron la AMIA.
Todo eso y mucho más dijo de Cristina. Es una tarea titánica para Alberto enfrentar a los micrófonos y responder preguntas sobre todos estos temas. ¿Puede desmentirse a sí mismo? ¿Puede dar marcha atrás?
Como si esto fuera poco, en un discurso esquizofrénico tiene que aparecer en forma simultánea como un moderado y prudente para arrimar votos de centro y revolucionario emancipador y chavista para que no se le enojen los muchachotes de la Cámpora y Carta Abierta que lo caracterizan como un liberal conservador.
Este laberinto en el que se encerró Alberto lo obliga a vaciar de contenidos las palabras, a disimular y, finalmente, mentir descaradamente.
¿O no fue Alberto el que dijo claramente que si Cristina no era candidata se tenía que ir a su casa porque no se podía repetir el error de que el poder estuviera en Juncal y Uruguay ( el domicilio de Cristina) y el poder formal en la Casa Rosada. Una semana después, Alberto aceptó exactamente eso.
Por eso apela a un nuevo diccionario de términos ambiguos que tratan de oscurecer la comunicación y alterar el contenido.
Veamos dos casos como botones de muestra: los presos por corrupción y la narco dictadura de Maduro.
Cristina y Máximo que son los jefes de Alberto, trataron de instalar (sin mucho éxito) la cantinela de que hay presos políticos kirchneristas. Insistió en el tema el sincericida Dady Brieva y lo repitió hasta al máximo gurú de la injusticia K, el ex miembro de la Corte Eugenio Zaffaroni.
¿Qué dijo Alberto cuando le preguntaron? Textualmente: “Yo nunca dije que había presos políticos. Preso político es alguien que no tiene causa abierta y todos tienen causas abiertas. Si digo que son detenciones arbitrarias que coinciden con opositores y eso le da un tufillo político”. Bingo. Quiso quedar bien con Dios y con el diablo y logró lo contrario. Quedó mal con ambos. Con los ciudadanos independientes que no tienen dudas del colosal sistema de corrupción del kirchnerismo y que, por lo tanto, esos personajes están presos por ladrones y también quedó mal con Amado Boudou, Julio de Vido, Ricardo Jaime, José López, Roberto Baratta, Carlos Kirchner, Juan Pablo Schiavi, Luis D’Elía, el ex general Cesar Milani y Oscar Thomas, el ex titular de Yacyretá. Estos diez apóstoles de Cristina en muchos casos convivieron horas y horas en reuniones y decisiones con Alberto y Néstor Kirchner. ¿Alberto no se dio cuenta que robaban?. Hay algunos que son corruptos confesos como Ricardo Jaime. Otros que no tienen escapatoria como José López. ¿Alberto no vió nada? No le llamó la atención como todos se enriquecían delante de sus narices? ¿Fue un tonto que no vió los elefantes que le pasaban al lado o un cómplice que miró para otro lado? El otro día llegó al extremo de decir que el matrimonio K ya era rico por su trabajo como abogados en Río Gallegos. Pero metió la pata y mintió. Dijo que esa actividad usurera de quedarse con las casas de los que no podían pagar las cuotas productos de la resolución 1050, fue al final de la dictadura, cuando en realidad fue en plena dictadura. El tema presos y corrupción es un desafío difícil de resolver para el hábil declarante de Alberto. Por eso pasó a la acción y fue a visitar a Lula, condenado a 8 años por la justicia por corrupción y lavado. Hizo la “ele” de Lula y de Libertad en la puerta de la cárcel de Curitiba y también criticó al sistema judicial de Brasil. ¿Otra detención arbitraria? ¿Y el mega sistema de corrupción que instaló el Partido de los Trabajadores y que luego involucró a casi toda la clase política? ¿Lula no tuvo nada que ver? ¿Es un perseguido político igual que Cristina? Pero acá también quedó mal con Dios y con el Diablo. Sus viejos compañeros de gabinete se preguntaron porque Alberto no los visita a ellos si cree que son detenidos en forma arbitraria. Porque no pide con fuerza por su libertad y promete que los va a liberar apenas asuma si llega a ganar la presidencia. ¿Eso le piantaría muchos votos? Si hasta Cristina no dijo una palabra, pero ni una sola, por muchos de los que robaron para su corona. Porque no hay duda que Julio de Vido, Baratta, Jaime y José López se quedaron con vueltos monumentales pero robaron para la familia K.
Es muy complicado para Alberto salir limpio de estos temas. Dijo que Cristina no es chorra. Que es altanera o soberbia, pero chorra no. Llegó a la cima de las gambetas al lenguaje cuando dijo que “cometió un descuido ético o un desliz” al ser socia y hacer negocios con un proveedor del estado. Es tragicómico que ahora le digan descuido ético al robo del siglo, al saqueo más importante que se le hijo jamás al estado democrático.
El otro papelón grande fue en el tema del chavismo venezolano. Alberto estaba al lado de Néstor cuando comenzaron las relaciones carnales con Venezuela y los negocios sucios con la embajada paralela de Claudio Uberti. En el expediente, el arrepentido Uberti cuenta que una de las operaciones con bicicleta de dólares bolivarianos en el mercado negro le hizo quedarse con 50 millones de dólares a ambos líderes. Los 25 de Néstor llegaron en billetes físicos y en un avión especialmente fletado.
Eso en el enriquecimiento ilícito que perjudicó a ambos pueblos. Pero en lo ideológico la cuestión es igualmente gráfica del pensamiento de los K. En una columna que está en mi libro “Juicio y Castigo” utilice como título: “Cristina es Maduro”. Michelle Bachellet, una leyenda socialista que fue presidenta de Chile, exiliada política de Pinochet y que padeció la tortura de su familia durante la dictadura elaboró un informe lapidario sobre la narco dictadura de Maduro. Reveló que hay casi 7 mil asesinados y que hay torturas y detenciones clandestinas terribles. Acaba de morir un militar disidente en plenos tormentos con los pies y las manos quemadas y 17 fracturas. Un horror. Un terrorismo de estado y una violación a los derechos humanos que debe ser condenada por todos. Las dictaduras criminales no son de derecha ni de izquierda. Son asesinos que deben ser repudiados y condenados. ¿Usted escuchó a Cristina o a Máximo o a Kicillof decir algo de Venezuela? Silencio cómplice. Es muy grave porque hay una sospecha de que si vuelven al poder van a querer instalar este chavismo K o este nacional populismo en esta tierra. ¿Qué dijo Alberto? ¿Qué Argentina se parece más a Venezuela ahora que antes? Chicaneó con la inflación alta y algunas otras pavadas al lado del crimen de 7 mil personas y de las cárceles llenos de presos políticos porque esos si son presos políticos.
Otra vez apeló al eufemismo que en este caso es sinónimo de cobarde complicidad. Dijo Alberto que en Venezuela hay abusos y arbitrariedades de estado. Increíble: al terrorismo de estado lo llama arbitrariedades. ¿No será un desliz ético?
En ese sentido la doctora Elisa Carrió fue demoledora con Alberto. Lo comparó con un puff. Dijo que: “es un puff porque te adorna el ambiente, es capaz de adquirir las más diversas formas y se acomoda dónde y cómo puede. Por ahora Alberto malversa las palabras y hace equilibrio pero queda mal con Dios y con el Diablo.