¿Alberto al gobierno, Cristina al poder? – 28 de octubre 2019

La señal es muy positiva. Siempre beneficia a un país que sus dirigentes sean racionales, respetuosos y dialoguistas. Que Mauricio Macri y Alberto Fernández hayan podido desayunar juntos e intercambiar ideas durante una hora, es un hecho histórico. Por primera vez ocurre al día siguiente de una elección entre un presidente que debe irse en 43 días y otro que debe asumir. Eso le da mayor fortaleza a la transición para que sea prolija, sin turbulencias ni loquitos que quieran incendiar todo. Eso fue posible por el equilibrio de poder que existe. Porque no hay cheque en blanco para nadie y porque el voto no autoriza que los ganadores se lleven por delante a los perdedores. Es bueno que no haya hegemonías ni mayorías absolutas. Es el mejor reaseguro de la República. Evita todo tipo de abuso de poder. O por lo menos, le pone límites concretos.
Mauricio Macri reconoció tempranamente la derrota en primera vuelta, llamó para felicitar al ganador y lo invitó al encuentro que se concretó esta mañana. Esto que debería ser lo más normal del mundo, es una excepción en la Argentina. Son dos personas que no se quieren para nada en lo personal y que confrontaron duramente en la campaña y en los debates.
Sospecho que esto pudo realizarse porque ambos se sienten fuertes después del mensaje de las urnas.
Alberto Fernández porque logró lo que jamás se había imaginado en su vida. Por sus características, es mucho más un armador y un operador de trastienda, que un líder carismático. Como presidente electo cuenta con 12.300.000 votos, aunque gran parte de ellos son propiedad de Cristina. También tiene el respaldo de la Liga de Gobernadores del peronismo, de la mayoría de la dirigencia sindical, de un grupo importante de empresarios y un sector de los medios de comunicación.
No se puede ocultar en este análisis que Cristina y el kirchnerismo han regresado al poder por cuarta vez y eso marca casi 20 años de la política argentina. Falta responder una de las principales preguntas que muchos se hicieron antes. ¿Se repetirá aquello de Cámpora al gobierno, Perón al poder? ¿Habrá un mecanismo de decisiones donde Alberto sea una especie de gerente o administrador de Cristina? Eso lo podremos dilucidad en cada movimiento que haga a partir de ahora el kirchnerismo ganador. Cristina dijo que se sentía reivindicada en lo político por haber logrado colocar a Alberto como Presidente y a Axel Kicillof como gobernador de la provincia que explica el 40% del padrón de los argentinos. Ella apoya su fortaleza en los votos del Conurbano y de las provincias más pobres del sur y del norte y en su condición de haber sido dos veces presidenta de la Nación. Tiene poder de fuego con Kicillof, La Cámpora, el neo frepasismo de la CTA y Sabbatella y los movimientos sociales además de muchos intendentes.
Veremos si hay pelea en la cima del poder por el rumbo del gobierno. Veremos si hay colaboración o enfrentamiento entre Alberto y Cristina. El se mostró en todo momento como un moderado capaz de contener el autoritarismo cleptocrático de ella pero, en los últimos tramos de la campaña, pegó un voltantazo y confesó “Cristina y yo somos lo mismo”. Veremos si se desata esta batalla que, si ocurre, ojalá sea pacífica y de ideas y no violenta como en los 70.
El presidente Mauricio Macri dejará el poder, pero con mucho más poder del que imaginaba en la noche de las PASO. Protagonizó una verdadera epopeya que consiguió 10.400.000 votos y una novedad inédita: movilizar en la calle, el territorio que el peronismo siempre escrituró como de su propiedad, a impresionantes multitudes nunca vistas en el espacio del no peronismo desde Alfonsín para acá. Esos tsunamis de gente parieron lo que me gusta llamar el movimiento republicano que defiende valores trascendentes y que está llamado a ser un freno y un control a cualquier intento del chavismo K y del nacional populismo de llevarse por delante a la justicia, la Constitución, las instituciones o al periodismo independiente. Macri recuperó el aguante de las clases medias urbanas que le permitieron hacer excelentes elecciones en el centro productivo de la Argentina y en grandes distritos como Capital, Córdoba, Santa Fé y Mendoza. Y en grandes ciudades como La Plata, Mar del Plata y Bahía Blanca.
Quiero ser absolutamente honrado intelectualmente con los oyentes.
No soy de los que cambian sus convicciones por el voto de los ciudadanos, pero soy respetuoso de la expresión popular. Sigo pensando que el regreso al poder de Cristina es lo peor que le podría pasar a la Argentina. Sigo pensando que su nivel de autoritarismo chavista y su corrupción descomunal van a generar más dolores y padecimientos a la República. Sigo defendiendo esas ideas, no soy de los que creen que el pueblo nunca se equivoca. En el mismo rumbo, María Eugenia Vidal dijo “no nos rendimos, las urnas no derrotan a los sueños. Nos equivocamos y estamos dispuestos a seguir aprendiendo”.
Pero las urnas y la soberanía popular dijeron otra cosa. Comprendo perfectamente que Macri no pudo lograr la reelección porque el peronismo se unió en todas sus vertientes y hasta con Sergio Massa y por un cóctel explosivo: desocupación, pobreza, desaparición del consumo y una estanflación que fue letal para los comercios y la industria.
Hubo millones de personas que en el 2015 votaron a Mauricio Macri, hartos de más de 12 años de kirchnerismo autoritario y cleptocrático pero que, durante el gobierno de Cambiemos, entraron en un desierto económico.
Fue tan grande la desilusión que no pudieron ver ni las obras públicas, ni la lucha contra las mafias o los narcos ni el regreso de Argentina al mundo democrático y republicano.
Para muchos argentinos, casi la mitad del país, no fue decisivo a la hora de votar las relaciones carnales con Venezuela, Cuba e Irán. No pesó en sus decisiones los Julios de Vidos y Jose López presos por haber sido los gerentes de la máxima corrupción desarrollada durante un gobierno democrático.
También es cierto que el peronismo en cualquiera de sus variantes tiene un piso de votos muy alto. Desde la apuesta neoliberal de Carlos Menem hasta la nacional populista de Cristina, queda claro que el justicialismo tiene una marca muy potente y si van unidos a los comicios es muy difícil que bajen de los 40 puntos.
Ya pasaron las elecciones y se despejaron varias incógnitas. El 10 de diciembre habrá un nuevo gobierno y una nueva oposición.
Insisto con lo que digo. No creo que el pueblo no se equivoca. Soy respetuoso de los resultados y de sus consecuencias. Pero no quiero ocultar mi pensamiento: creo que los males que se vienen van a ser peores que los males actuales. Eso creo, pero no quiero ser agorero. Ojalá me equivoque y haya progreso para todos. Sospecho que la bronca por los bolsillos flacos y la falta de futuro, pudo mucho más que las formalidades institucionales. Y eso no es bueno para ninguna sociedad. Pero me cuesta criticar a las víctimas de esa economía sin rumbo ni planes. Me cuesta juzgar a los que la vienen pasando mal y pegaron un grito de rebeldía en las urnas. Insisto, creo que el remedio elegido va a ser peor que la enfermedad. Ojalá me equivoque. Ojalá los planteos del fin de la grieta y la venganza y de un gobierno racional sean ciertas y encontremos el mejor rumbo. Pero la historia de Cristina, Alberto y La Cámpora me obligan a dudar. Ayer el presidente electo rodeado de sus amigos más cercanos en pleno jubileo cantaron “Un minuto de silencio/ para Macri que está muerto”.
Simultáneamente, Fernando Esteche, que seguramente encarna a los grupos más violentos y antidemocráticos, ayer escupió un tuit que es toda una provocación:
“Mañana feriado bancario, cambiario, cierre total de fronteras para que no se escapen los ruines, apertura de cárceles para que liberar a los presos políticos y encarcelamiento masivo de los ladrones. Nada de venganza, justicia”.
Los tiburones más extremistas que tributan a Cristina están oliendo sangre. Los del club del helicóptero se frotan las manos. Habrá turbulencias muy fuertes
Por eso le digo. Por lo menos por ahora y hasta tener más decisiones concretas. Todos necesitamos ver para creer.