Más democracia para Bolivia – 11 de noviembre 2019

La ultraizquierda sin votos de los ’70 tenía un lema: “Ni golpe ni elección: revolución”. Hoy aprendimos dolorosamente que la democracia es el sistema menos malo de todos. Que tiene debilidades que habrá que corregir, pero que los problemas de la democracia, solo se arreglan con más democracia. El lema de los ciudadanos más republicanos y honrados debe ser “Ni Golpe ni revolución: elección”. Esto quiere decir que la verdad y el camino está en las urnas y en la soberanía popular. Los militares fascistas solo apuestan a la dictadura y los violentos foquistas le hacen el juego porque son profundamente antidemocráticos y también quieren imponer sus ideas a sangre y fuego.
Hoy y siempre, Bolivia necesita más y mejor democracia. Que se mantenga el esquema sucesorio que marca la Constitución Nacional y que las autoridades que surjan de la Asamblea Legislativa convoquen a elecciones en 60 días. Esos comicios deben ser supervisados por la OEA con el máximo de rigurosidad para que no haya trampas ni fraudes como los que hizo Evo Morales. Su adicción al poder, sus sueños de caudillo eterno fueron castigados primero en las urnas y ahora debe ser la justicia la que lo sancione. No debe ser gratis violar la Constitución y la ley electoral manipulando groseramente el escrutinio.
Evo fue un buen presidente hasta que el síndrome de Hubris le contagió la borrachera de poder. Son populistas que se creen los salvadores de la patria, los únicos que están en condiciones de conducir los destinos de pueblo. Y eso los hace desbarrancar y pasar de ser líderes democráticos que administraron bien el país en casi 14 años a personajes autoritarios que solo tiene el objetivo de eternizarse en el poder. Eso les hace perder el sentido común y hasta la sensibilidad y el olfato popular. Gran parte de los bolivianos lo voto cuando iba por el camino correcto. Bajó la pobreza muchísimo. Mejoró la situación de los que más necesitan y la distribución del ingreso. El PBI creció casi al 5% durante 13 años, bajó en analfabetismo. Fue el primer presidente indígena en un país donde más del 60 % de la población pertenece a los pueblos originarios. Eran tiempos en que ganaba por más del 60% de los votos. Tenía el respaldo de su gente y el visto bueno del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional por su economía ordenada y creciente.
Pero a Evo se le metió en la cabeza los delirios de la monarquía. No le parecieron suficientes 14 años. Empezó a forzar la Constitución y no le alcanzó. Pero miró para otro lado. Llamó a un referéndum y perdió. El “No” a la reelección sacó más del 51% de los votos. Pero ignoró la voz del pueblo. Ya había caído más de 15 puntos en las urnas, pero igual quiso ir por otro mandato y no supo, no quiso o no pudo parir un heredero a su imagen y semejanza. En medio del escrutinio, se dio cuenta que iba a la segunda vuelta y que en esa instancia perdía la elección con el socialdemócrata, periodista y ex presidente Carlos Mesa. ¿Qué hizo? Aceptó el resultado como cualquier personas democrática que se precie de tal? De ninguna manera. Abruptamente dejaron de contar los votos. Se congeló misteriosamente el escrutinio y como por arte de magia apareció un resultado que según Evo Morales, lo daba ganador en primera vuelta. Nadie le creyó. Fraude, gritaron los opositores en las calles y la violencia entre ambos bandos fue creciendo hasta que se desbordó en secuestros, heridos, incendios de domicilios, y por lo menos tres muertos, una verdadera batalla campal con pronóstico de guerra civil.
La Organización de Estados Americanos emitió un informe demoledor. Dijo que las irregularidades eran tan tremendas que hacían inválidas la elección, que hubo falsificación de actas y firmas y que metieron la mano en el sistema informático. De inmediato, recomendó que se llamara a nuevos comicios. Evo reconoció implícitamente la estafa y su delito y aceptó llamar a nuevas elecciones. Pero la violencia en las calles siguió su dinámica cruel y devastadora.
Un fascista civil como Luis Fernando Camacho salió a cazar pobres y morochos. Mesa se mantuvo prudente pero el huracán de los terribles enfrentamientos se lo llevó por delante y un sector importante de la policía se amotinó y abandonó sus lugares, sin la intención de reprimir. Muchos edificios públicos quedaron a merced de la turba enardecida. Domicilios de funcionarios fueron tomados y destruidos. El fuego se hizo incendio. Fue en ese momento cuando las Fuerzas Armadas hicieron su aparición golpista y le recomendaron a Evo Morales que renunciara. Dos reflexiones: La Fuerzas Armadas no tienen que participar de la política y por lo tanto no le pueden recomendar nada a un presidente que es su comandante en jefe. Los militares no recomiendan, deben acatar las órdenes de sus superiores que son las autoridades democráticas. Y el otro tema es que una sugerencia o recomendación de un ejército armado tiene la gravedad de una orden. Por lo tanto hay que destituir a las autoridades militares y juzgarlas por golpistas. Aunque no se hayan levantado en armas contra el gobierno.
Lo extraño de esta situación es que la COB; la poderosa Central Obrera Boliviana, de gran alianza con el gobierno pluricultural de Evo, también le pidió la renuncia para evitar el baño de sangre.
Y Evo Morales renunció. Primero, dijo que era un golpe civil apoyado en algún sector de la policía. Se lo puede escuchar clarito en el audio de su renuncia que pasamos al principio de esta columna. Después, en consulta con otros líderes bolivarianos latinoamericanos empezó a radicalizar su discurso y a decir que había sido derrocado por un golpe militar y que Mesa y Camacho iban a pasar a la historia como racistas y golpistas. El grupo Puebla, reunido casualmente en Buenos Aires pasó de idolatrar a Lula y celebrar su libertad a respaldar a Evo y a condenar el golpe de estado que lo volteó.
Y Alberto se subió a esa movida con la intención de hacer politiquería interna con el drama de los hermanos bolivianos. Sin papeles ni pruebas, personajes como Juan Grabois empezaron a decir que Macri colaboró con el golpe y que Gerardo Morales también tuvo un apoyo logístico. Una gigantesca mentira funcional a su mirada bipolar del mundo que dice: nosotros somos la patria y el resto son golpistas oligarcas de derecha y pro imperialistas.
De hecho, Carlos Romero, ministro de gobierno, clave en el gabinete de Evo recibió refugio en la embajada Argentina. Nadie busca asilo en un país sospechado de haber colaborado con los golpistas.
Alberto Fernández enseguida sacó sus conclusiones prejuiciosas y dogmáticas: “Hay una clase dominante en Bolivia que no se resigna a perder el poder. Evo es el primer presidente que se parece a su pueblo”. No tiene en cuenta la complejidad de la situación en la que la propia central obrera boliviana (que tiene cero de clase dominante) también pidió que Evo renunciara. Y también fue un aplaudidor de las violaciones a la Constitución que Evo hizo primero y de la trampa y el fraude que hizo después.
Alberto y el cristinismo calificó de golpe lo ocurrido en Bolivia, pero no dijo una palabra de los pedidos de renuncia con violencia callejera a Sebastián Piñera en Chile. Esa doble vara también se vió con De la Rúa, reclamó Patricia Bullrich:
“Para ellos, fue resistencia popular contra un gobierno oligárquico. Pero lo de Bolivia es golpe”.
Fue la crónica de una pérdida anunciada de popularidad desde que se empecinó en seguir siendo presidente vitalicio.
La democracia es el menos malo de los sistemas y se basa en la alternancia y en el acatamiento de las leyes. El sistema es tan imperfecto como los seres humanos. Y creo que debe encontrar formas más innovadoras para atender las nuevas demandas de los ciudadanos que con las redes sociales se han convertido en dinamizadores veloces de los procesos callejeros y las protestas. Es imperfecta. Pero es el sistema menos malo y solo se corrige con más democracia. Ni golpe ni revolución: elección.