Lerner al Colón – 22 de enero 2020

En otras épocas del fútbol, cuando las tribunas eran más ingenuas y pacíficas, cuando un jugador metía un golazo, la hinchada gritaba: “Al Colón… Al Colón”
Era un reconocimiento máximo a la belleza. Era algo merecedor de ese templo de la cultura y la estética. Hoy el Colón sigue siendo símbolo de excelencia en el planeta. Y en ese teatro con la mejor acústica del mundo, cantará Alejandro Lerner que, encima, en un rato va a estar con nosotros en este estudio para charlar un poco de todo. Lerner al Colón. Absolutamente merecido. Un espacio de lujo para que entregue sus canciones clásicas, pero en versión sinfónica. El año pasado cerró con un Luna Park lleno. El símbolo de la cultura popular lo ovacionó de pie. Ahora arranca el año en el Colón, el símbolo de una cultura más elaborada. Es que Alejandro juega en todos los puestos. Le queda a medida cualquier traje musical.
El 8 de febrero, Lerner estará en el Colón y eso es una fiesta para todos los sentidos. Hay que aprovecharlo porque después se va a una larga gira por los Estados Unidos.
Alejandro, como siempre dio en la tecla y no solo de su maravilloso piano fileteado en argentino y custodiado por la estampita de don Osvaldo Pugliese. Contó que cuando murió la negra Mercedes Sosa, se le estrujó el corazón como a todos los argentinos, se le hizo un agujero negro en el alma y recordó tantos escenarios compartidos con ella cantando entre otras cosas ese himno contra la impunidad llamado “Indulto”.
Lerner confesó que esa tarde, en un bar junto a Marcela, su mujer, la inspiración le bajó a borbotones una canción que tituló “Carta por la dignidad del hombre”. Allí dice muchas verdades con formato de poema. Allí aparece el mismo Lerner que respira junto a su pueblo y utiliza su sensibilidad para ser una suerte de cronista de la historia. Describe realidades tan universales que se transforman en clásicos. Ese tema parecía haber sido escrito ayer. En uno de sus párrafos Alejandro dice: “Que hubo algunos que se han ido/ con los bolsillos vacíos/respirando dignidad/Mientras que otros se han llenado/ de todo lo que han robado/ pese al hambre popular.”
Todos pensamos en José López y su “Monasterio de Planificación”, como dice Jorge Fernández Díaz. O directamente en los Kirchner. Pero eso corre por nuestra cuenta. Alejandro es un hombre comprometido con el sufrimiento y la esperanza de los argentinos, pero es ajeno a las camisetas partidarias.
Apareció intacto el Lerner auténtico. El mismo que tiene una historia y una trayectoria que me gusta recordar.
Villa Gesell era otra cosa. No era el domicilio de la tragedia de un asesinato a patadas de un pibe a la salida de un boliche. Villa Gesell era otra cosa. Por esa época, era el imperio del rock naciente. Los pelos largos, el aroma a pachuli, las guitarras de madrugada, arena y sexo. Por la calle 3 iba caminando un tal Alejandro Lerner. Vio a un gringo barbudo pegar unos afiches en los postes de la luz que invitaban al concierto de esa noche. ¡Cantaba León Gieco, señores! Pegaba los afiches, también León Gieco. Todo a pulmón, podría decirse, pero esa es otra historia. Se pusieron a charlar porque estaban hechos de la misma melodía. En poco tiempo, Lerner era el pianista invitado en el disco “La banda de los caballos cansados”. Fue como su bautismo. Esa esquina de la historia hizo que Lerner, igual que León, se transformara en uno de los musicalizadores más certeros de varios de los momentos históricos de los argentinos. Un día Malvinas nos desgarró el alma. Y “La isla de la buena memoria” de Alejandro nos hizo comprender mejor que no hay guerra que se gane, que las guerras se pierden todas: “Madre, me voy a la isla, no se contra quién pelear; tal vez luche o me resista, o tal vez me muera allá./Qué haré con el uniforme cuando empiece a pelear,/con el casco y con las botas, ni siquiera sé marchar”.
Hoy este juglar profundo de las cosas que nos pasan afuera y adentro de nuestro corazón, este señor con cara de pibe que tiene una sensibilidad especial para radiografiar a sus hermanos es padre de dos hijos como Luna y Tomas a los que define como “su sentido, su identidad”. Cree profundamente en Dios pero no se siente un Dios aunque lleva años de cantar la justa. Se dio todos los gustos porque es pianista, cantante, compositor y productor. Sabe lo que hace de ambos lados del mostrador. De la creatividad y de la industria. Siente la orgullosa influencia de monumentos del tamaño de los Beatles o Elthon John. Estuvo codo a codo en los escenarios con Paul Anka, Tom Jones, o Celine Dion y nuestro Miguel Cantilo con los dedos en vé, Piero del alma o Sandra Mihanovich de la solidaridad activa. Cantaron sus canciones desde Luis Miguel a Mercedes Sosa pasando por Armando Manzanero. El amor y la realidad. Mi piel y mis ideas. La pareja y la sociedad, como dos caras de una misma moneda. Nada de lo humano le fue ajeno. El indulto de Carlos Menem quebró el espinazo de la memoria y Alejandro no pudo con su genio y puso nuestra angustia en contexto: “Porque después de tanto llorar /los veo salir de nuevo/ Porque no habrá perdón /porque no habrá consuelo/de qué sirve el castigo /sin arrepentimiento”.
Era su plegaria por:” los que han sufrido/ y por los que no están/ Por los que se han ido a ningún lugar”.
Buscó su destino en Estados Unidos y eso le sirvió para encontrar la excelencia del jazz y la orquestación. Cuando estuvo parado al lado de Santana sintió que gran parte de sus sueños de elefante se habían concretado. Y pensar que después se fue de gira con él. Era como tocar con un emblema, con una estatua de sinfonías.
La vida le dio sorpresas a Lerner. Miguel Abuelo y Cachorro López lo convocaron para integrar la reencarnación de Los Abuelos de la Nada a principios de los 80. Alejandro prefirió tomar el camino de solista y recomendó para ocupar ese lugar a un pibe que recién empezaba, un tal Andrés Calamaro. Lerner nadó contra la corriente y nació un salmón.
Se le hizo difícil mantenerse en ese viaje, sin saber a dónde iba, en realidad. Todo a pulmón fue su emblema para proclamar que “difícil se me hace/mantenerme con coraje/ lejos de la transa y la prostitución.
Alejandro Lerner dijo muchas verdades y destruyó muchos dogmas anquilosados. Fue profundo y provocador al decir que defendió su ideología, buena o mala pero suya, tan humana como la contradicción.
Su estatura humana la demostró un día de luto parado frente al cadáver de Juan Alberto Badía. Sintió la necesidad de cantar “Let It Be” de los Beatles como despedida. Y todos se sumaron para dejarlo ser con el corazón en llagas.
Y finalmente ese himno a la posibilidad de caerse y levantarse que es la virtud más humana. Esa apuesta al esfuerzo y a no bajar los brazos jamás que tanto no sirve en los momentos más duros. Si un texto justifica a un artista, Alejandro, con “Volver a empezar” tiene el olimpo asegurado. Sobre todo cuando propone que “No se apague el fuego/ queda mucho por andar/ y que mañana será un día nuevo/ bajo el sol… para volver a empezar.
Un auténtico Lerner para volver a empezar. El que le canta al amor y a sus amores. El que canta a la lucha y a los que luchan. Un Lerner auténtico para seguir diseminando canciones como semillas por toda la Argentina. Un Lerner que merece un Teatro Colón, porque mañana será un día nuevo/ bajo el sol… para volver a empezar.