El virus del autoritarismo – 18 de marzo 2020

En sus 100 días como presidente, Alberto Fernández tuvo (y tiene) que enfrentar a tres enemigos muy poderosos: la deuda, la pandemia y Cristina. En esas tres batallas homéricas se define el futuro de todos los argentinos y el futuro político del jefe de estado. Si Alberto logra superar, aunque sea mínimamente, a estas tres terribles acechanzas, es probable que su gobierno empiece a gobernar. Aquí aplica muy bien eso de que lo que no te mata, te fortalece. Si la colosal deuda, la pandemia criminal y el virus autoritario y feudal de Cristina, no lo noquean en los primeros rounds, Alberto podrá sentirse victorioso. No es nada fácil. Por el contrario, son batallas de una complejidad pocas veces vista. El mundo económico también se hunde y eso, seguramente, hará que esta Argentina en el fondo del mar despierte algún tipo de lástima o comprensión por parte de los acreedores. La peste traicionera comete crímenes de lesa humanidad planetaria pero, como otras pandemias, más temprano que tarde, agotará ese veneno que tiene coronita.
Lo que parece un obstáculo insuperable es Cristina. Ella sí, que como buena peronista, es incorregible. La deuda y el coronavirus le hacen la vida difícil a Alberto. Pero Cristina le hace la vida imposible.
De arranque, Cristina se apropió de todos los lugares claves del estado pero ella y su banda no se hacen cargo de ninguno de los dos dramas más graves que sufre este país: la deuda y la pandemia. Sus soldados están estratégicamente atrincherados en donde puedan manejar montañas de dinero, impulsar la venganza y la propaganda y sobre todo, garantizar a impunidad de Cristina, su familia y el cártel de los pingüinos. Si se mira con atención, podrá verse que casi no hay cristinistas dedicados a atajar los crueles penales de la deuda o del virus. Ellos miran de afuera. Dejan que Alberto se desgaste con su gente. Que pague todos los costos políticos y que Cristina siga invicta.
Alberto no puede decir nada porque el capital político mayoritario, es decir los votos, en su mayoría son de ella. Pero quien sepa mirar, se dará cuenta de sus gestos que demuestran lo insoportable que es gobernar con el feroz fuego amigo que le disparan tanto la vice presidenta como la tropa de fanáticos que la rodea.
Los cristinistas no dejan pasar una para boicotear o sabotear a Alberto. Cristina manda a los gurkas para que hagan el trabajo sucio. Pero en algunas oportunidades no puede con su genio y utiliza sus propias palabras como puñales por la espalda.
Apenas asumieron, mientras estaban festejando en la Plaza de Mayo, Cristina tomó el micrófono y le hizo una advertencia, casi una amenaza: «no se preocupe por las tapas de diario» y le ordenó que «se preocupe por llegar al corazón de los argentinos», dado que «ellos siempre van a estar con usted».
Cuando el presidente abrió con su discurso las sesiones ordinarias en el Congreso, Cristina mostró varios gestos de disgusto, mientras abanicaba sus calores y antes de llegar al recinto hizo una actuación antológica frente a las cámaras de la televisión. No se pudo escuchar demasiado, pero la lectura de labios y de gestos ayudaron a comprender la magnitud del reto: “Esto se acabó. No va más”, le espetó Cristina con cara avinagrada. Pero el gesto que hay que observar en ese video imperdible, es el de Alberto. La mira con espanto y disgusto y se queda callado como reconociendo que una respuesta destemplada sería un remedio peor que la enfermedad. Se tuvo que tragar semejante sapo en vivo y en directo. Después, algún albertista negó que esto haya sido así. Sanatearon que fue un tema de que se terminaba el protocolo de la firma de libros. No se lo creyó nadie.
Con el tema de los ex funcionarios delincuentes que están presos por robarle los dineros al pueblo, los tiros vinieron de parte de los que hablan cuando Cristina se los ordena. Bastó que Alberto hiciera una diferencia, cuando planteó que “no hay presos políticos. Son detenciones arbitrarias”. Eso fue suficiente para que una andanada de militantes de Cristina le salieran al cruce planteando lo contrario. Incluso su propio ministro del interior, Wado de Pedro. Por supuesto que Julio de Vido fue el más agresivo y contundente en la defensa de Amado Boudou, Milagro Sala, entre otros. A José López no lo defendió. Por el contrario lo acusó de ser macrista y traidor. López fue su mano derecha y dijo que los 9 millones de dólares que había intentado esconder en un convento se lo había llevado un secretario de Cristina. Tal vez por eso, ella dijo que llegó a odiar a López. Y él contestó que temía por su vida porque Cristina “era muy vengativa”. Por su parte, Oscar Parrilli, quien funciona como un mayordomo de Cristina, también salió a pedir por la libertad de los presos políticos. Todos contra Alberto.
Después de un discurso conciliador de Alberto donde planteó que aspiraba a terminar con la grieta y buscar consensos con la oposición, Cristina salió fuerte contra Macri. En Cuba, hizo una alusión absolutamente discriminatoria contra los calabreses asociando esa condición a la mafia. Habló de los ancestros italianos del ex presidente y su “componente mafioso”. Cristina fue denunciada ante la Oficina Anticorrupción “por su agravio racista”. Achile Variatti el vice ministro del interior, del Partido Demócrata de centro izquierda, se manifestó indignado “por este horroroso e insoportable agravio racista” y Nicola Morra, el presidente de la Comisión Anti Mafia y otros dirigentes expresaron su fuerte condena a esos dichos y le exigieron “formales disculpas”.
Abochornado y con vergüenza ajena, Alberto Fernández respondió recibiendo al embajador italiano y agradeciendo el extraordinario aporte de esa colectividad a la Argentina.
¿Y Cristina? Bien gracias. No pidió disculpas ni se retractó. Mantuvo tozudamente sus palabras y le produjo otro daño a las relaciones internacionales de Alberto. Al decir verdad, Cristina debe estar batiendo un record: debe ser la mujer que jamás pidió perdón por nada, ni reconoció un error. Es un signo de altanería y soberbia creer que uno es perfecto. Los italianos merecían un pedido de perdón. Pero eso es mucho pedirle a Cristina.
Con lo del Fondo Monetario pasó algo similar. Alberto hablaba de negociaciones firmes pero racionales con el Fondo. Se manejaba con respeto de la mano del Papa, Joseph Stiglitz y Martín Guzmán para intentar llegar a un acuerdo beneficioso para la Argentina. Y Cristina salió con los tapones de punta para marcarle la agenda y el territorio a Alberto y de paso dinamitar esas buenas relaciones. También desde Cuba (su segunda patria), Cristina reclamó una quita sustancial de la deuda y el Fondo le contestó a través de su vocero que esa posibilidad no estaba contemplada por el estatuto”. Cristina redobló la apuesta y retrucó que el reglamento también “prohíbe que se den préstamos para permitir la fuga de dinero y sin embargo lo hicieron”. Provocativa finalizó su tuit asegurando que “los argentinos y argentinas sabemos leer”. Dejó en offside a Alberto que no tuvo más remedio que salir a decir que la observación de Cristina había sido muy pertinente. ¿Qué otra cosa podía decir? ¿Contradecir a su vicepresidente? ¿Reconocer que ella se había mandado por las suyas sin siquiera consultar al presidente de la Nación?
El operativo desgaste de la investidura presidencial y el fuego amigo se potenció con el tema de la atropellada para lograr la libertad de Milagro Sala. Alberto buscó una salida legal y prolija diciendo que la Corte Suprema debería expedirse en un tema tan delicado. Pero Gerardo Morales denunció que Cristina le ordenó al senador Guillermo Snopek que presentara del proyecto de intervención de la justicia jujeña. Y en el senado, otra legisladora hiper cristinista, le dio curso.
Eugenio Zaffaroni y Horacio Verbitsky son, según el gobernador jujeño, los autores ideológicos de la operación “Impunidad para Milagro Sala”. Es más, el gobernador aseguró que el principal es Verbitsky “quién tiene las manos manchadas en sangre porque entregó a sus compañeros durante la dictadura militar en su condición de doble agente”.
Pero la demostración más grande de Cristina se produjo en estos días. Exhibió la impunidad y la autonomía con la que se maneja, en plena hecatombe por el coronavirus y mientras el gobierno ataja penales terribles y recomienda quedarse en su casa. Sin embargo, ella se fue, entre gallos y medianoche a Cuba. Algunos la justifican porque dicen que fue a ver a su hija. Pero lo cierto es que recién al día siguiente la justicia suspendió el juicio por la corrupción en la obra pública de Santa Cruz donde ella debía comparecer. ¿Qué pasó? ¿Cristina es adivina? ¿Tiene la bola de cristal y se enteró que al otro día iban a suspender el juicio o directamente se fue a Cuba sin que le importe nada como es su costumbre? Ya se lo dijo a los jueces: Ustedes son los que van a tener que responder preguntas. A mi, me va a absolver la historia. Parece que ya la absolvió porque ni siquiera pide autorización para ausentarse del país. Ella es la que reina en la Argentina. La Reina Cristina parece tener un secretario llamado Alberto Fernández. Los virus de la pandemia y de la deuda son muy difíciles de dominar. Pero el virus del autoritarismo es casi imposible.