San Cayetano y la dignidad del trabajo – 7 de agosto 2020

Por primera vez en 150 años, la misa de San Cayetano se hizo en forma virtual. El arzobispo Mario Poli, desde las pantallas, expresó su “vergüenza y humillación” por la extrema realidad social que estamos padeciendo. Las multitudes no pudieron concurrir para respetar el aislamiento social obligatorio. Pero hubiera sido un océano de argentinos desocupados, rezando ante la imagen del santo patrono del Pan y del Trabajo. Eso en el campo celestial. Pero hay que ser sincero. En lo terrenal, con la burocrática ley del teletrabajo y con la reacción corporativa y mafiosa de los camioneros de Hugo Moyano contra Mercado Libre, se está expresando lo peor de la política laboral. Esa que se llena la boca diciendo que defiende a los trabajadores pero son tantas las piedras que pone en el camino, que cada día se crea menos trabajo genuino en la Argentina. Hace 28 meses que vienen cayendo los empleos registrados. Por supuesto que hay que proteger a los trabajadores para que no sufran abusos de las patronales. Nadie fomenta situaciones de esclavismo. Pero tampoco hay que irse para el otro lado con reglamentaciones que abusan y empujan a los empresarios a que no inviertan en este país o que directamente prefieran irse a otro lado. Son tan reaccionarios, conservadores y corporativos que Hugo Yasky, los Moyano y los Recalde, entre otros, no comprenden o no quieren comprender que son muchas las empresas que se van o no quieren venir, porque la oligarquía sindical fija reglas absolutamente antiguas y de una protección que finalmente no es tal porque nadie genera empleo privado y el estado ya tiene tantos empleados que no puede aguantar. Es urgente revisar de verdad estos temas. Regla básica es proteger a ambos sectores de los abusos. Segunda regla: conversar para ver cuáles son las mejores normas encada sector, para facilitar la creación de nuevas fuentes de trabajo. Gran parte de la legislación laboral es obsoleta y hasta los gremios al final pierden porque cada vez tienen menos afiliados y menos poder.
Este debería ser el eje de la discusión tripartita entre empleados, empresas y estado. Responder a la pregunta de cómo hacemos para que haya una catarata de nuevos puestos laborales. Insisto, sin desproteger a nadie, pero sin abusar de nadie tampoco.
No hay otra manera de salir adelante. Los planes y el empleo público es pan para hoy y hambre para mañana. No hay que atacar a las empresas que producen porque sin empresarios no habrá trabajadores. En el primer trimestre de este año, con solo una semana de impacto de la cuarentena ya habíamos llegado al 10,4% de desocupados. Una verdadera calamidad que sufren más de dos millones de compatriotas. Es la situación más grave desde 2006.
No quiero ni pensar cuantos trabajos se habrán destruido cuando termine esta pesadilla del covid porque son miles y miles las empresas que han cerrado sus puertas, muchas de ellas, para siempre.
El trabajo dignifica y significa. El trabajo y el amor son los dos motores que mueven el mundo. Nuestra vida y la de nuestra familia gira alrededor del trabajo. Es lo que nos permite crecer y multiplicarnos. Multiplicar los panes y los peces. Desarrollar nuestras capacidades. Sacar lo mejor que tenemos adentro. Es el orgullo que llevamos en el pecho. El sacrificio personal, la superación constante, la cultura del esfuerzo que heredamos de nuestros viejos y nuestros abuelos. Es un mandato de la vida desde el fondo de los tiempos. Es un mandato ético y bíblico que nos recuerda eso tan sabio de que ganarás el pan con el sudor de tu frente. Hay pocas cosas más horrorosas que no tener trabajo. Con excepción de la muerte, es lo más doloroso.
Es como morir en vida. Un desocupado es alguien que no tiene ocupación. Que fue condenado a ser pero a no ser. Los desocupados son los desaparecidos de estos tiempos. Se los intenta borrar de todos lados. Los Kirchner los quisieron hacer desaparecer hasta de las estadísticas oficiales, cuando dejaron de medir la pobreza y malversaron las estadísticas.
Los taxistas facturaron mucho menos. Los almacenes de barrio también. Muchos profesionales jóvenes bajaron sus ingresos. Y muchas changas que se hacían en el Conurbano, desaparecieron producto del freno de la construcción.
Este país no se puede permitir que haya hermanos sin trabajo. Que haya casi cuatro de cada diez trabajadores en negro y que a los que están un poco mejor, el gobierno les meta la mano en el bolsillo mientras disfrazan de impuesto a las ganancias un despojo al salario. Siempre digo que la historia juzgará a los gobernantes por la cantidad de trabajo genuino y en blanco que puedan generar. La historia condenará o absolverá a los presidentes por este motivo. Porque es la medida de la justicia social plena. Junto con la educación, esa es la manera de hacer una sociedad más igualitaria y más equitativa.
Hay más de 10 millones de hermanos argentinos con problemas de trabajo. Están desocupados, subocupados, suspendidos y ocupados en negro lo que significa un fuerte recorte a sus derechos. Es una afrenta a nuestra conciencia que haya tantos trabajadores en negro. No existen, no están registrados, se los borra de los libros, los expulsan a la marginalidad. Trabajo en blanco para todos. Esa debería ser la consigna del mejor de los gobiernos. Lo grita Jairo con Atahualpa cuando dice: “Trabajo/quiero trabajo/Porque esto no puede ser/ No quiero que nadie pase/ las penas que yo pasé/ Porque todos estamos a tiro de telegrama.
Todos podemos quedar desocupados y sufrir el desprecio de no tener precio. De estar depreciados y despreciados. De sentirnos abandonados y por eso abandonar. Mientras más desocupados hay en una patria más fragmentada está. Más quebrada en sus cimientos. Un estudioso como Jeremy Rifkin dice que por cada punto que aumenta la desocupación, crece un 4% la criminalidad. Es como desquiciarse, perder el rumbo, quedarse sin futuro. Sentir vergüenza ante la familia. El desgarro de no poder ser proveedor de tus hijos. Uno está habilitado a creer que por cada punto que aumenta la ocupación, hay un 4% más de seguridad y paz en la sociedad. Nos hacemos mejores personas, más humanas, menos rapaces.
Se debe poner la maquinaria del estado a construir fuentes de trabajo en la actividad privada. Facilitar ese parto de empresas. Se puede fundar una nueva sociedad o fundir un país. Con Cristina, las mentiras del INDEC no nos permitieron hacer un diagnóstico riguroso. Pero alcanzaba con salir a caminar el conurbano y las espaldas de las grandes ciudades para certificar el desastre que dejaron.
Hay muchas asignaturas pendientes pero que esta es la más importante. Trabajo digno y en blanco para todos y todas. Ese es el camino para combatir la pobreza y la indigencia de verdad y no la malversación de las estadísticas o la condena a la eternidad del clientelismo de los planes. El que esconde desocupados o pobres hace salvajismo de estado. Comete un ocultamiento de lesa humanidad. No solo porque no atiende a los desocupados. Además, porque ni siquiera los tiene en cuenta. Porque los borra del mapa, los ningunea. Hay que operar sobre la realidad y la verdad.
Y combatir a las mafias sindicales que se aprovechan de sus afiliados para llenarse los bolsillos. Estamos hartos de ver trabajadores pobres y gremialistas millonarios y atornillados a sus cargos como si fueran una monarquía. No digo que todos sean patoteros y ladrones. Pero los Caballo Suarez, los Pata Medina, los Marcelo Balcedo o los Moyano, son una muestra clara de esa mafia sindical.
Todo para construir igualdad de oportunidades. Eso es lo que debemos conquistar. Como canta el talento de Alejandro Lerner que lo dice todo: “Que no nos falte el trabajo ni las ganas de soñar que el sueño traiga trabajo y el trabajo dignidad”…