La ética inmensa de María Elena – 1 de febrero 2021

Hace apenas 20 días, pusimos de luto a nuestras neuronas porque se cumplió una década de ausencia de María Elena Walsh. Fue una mujer imprescindible. Una de las artistas más grandes que dio esta tierra, prócer de la cultura. Todavía extrañamos su inmensidad ética y cultural. Su aporte permanente a la lucha por la paz y la libertad. Hoy hubiera cumplido años. Fue un glorioso primero de febrero cuando María Elena entró a la vida en Villa Sarmiento, un pueblo asentado en las tierras de la familia Ramos Mejía.
Me propongo hacerle un humilde homenaje cada vez que pueda y no olvidarla jamás. María Elena es un ejemplo luminoso que todos podemos seguir si queremos ir por el buen camino de la creatividad y la cultura pero cargada de transparencia y honestidad intelectual.
Todos los días, pienso que la necesitamos más que nunca. Era y debe seguir siendo un faro de los valores con los que tenemos que construir la Argentina que soñamos para nuestros hijos. Eso se pudo ver en la muestra retrospectiva dedicada a ella. Estuvo montada bajo la supervisión y colaboración de quien fuera su pareja durante más de 30 años, la extraordinaria fotógrafa, Sara Facio. Ella tiene 88 años y es la directora de la Fundación María Elena Walsh que se dedica a ayudar a los jóvenes talentos de la cultura. Sara tiene los derechos literarios de María Elena. Y dice que como no le interesan los autos ni las alhajas, dedica todo ese dinero en hacer las cosas que María Elena hubiera hecho en vida.
Eso se llama dignidad. Coherencia. Y honradez a prueba de bala.
Nos vamos a dar un gusto maravilloso y hablar de la magia de María Elena Walsh que a los 17 años publicó su primer libro de poemas llamado: “Otoño imperdonable”. Juan Ramón Jiménez, el genial español autor de “Platero y yo”, estaba en la Argentina y su comentario de ese texto fue consagratorio: “estoy maravillado de su expresión, de su naturalidad en lo sencillo y en lo difícil”.
Señora oyente, le ofrezco una gran posibilidad de respirar aire puro. Y salir aunque sea por un rato de ese túnel miserable de los que le roban al pueblo y que encima el reducen las penas como al no tan amado Boudou.
Hablar de María Elena, es hablar de su espíritu, sus ojos azules, su combate contra todo tipo de solemnidades y almidones, su lucha a favor de todas las libertades como buena defensora de los derechos de la mujer de la primera hora. En 1973, en su “Carta para una compatriota” definió al Movimiento de Liberación Femenino como “una ideología revolucionaria, no exprimida de libracos apolillados, sino del cotidiano martirio de la mitad de la humanidad”. Vanguardia de pensamiento en 1973, cuando los izquierdos, no hablaban de estos derechos.
Hoy podemos saborear todos los platos exquisitos que supo cocinar María Elena. Nada de los humano le era ajeno. Por eso apeló a todos sus instrumentos: la poesía, la canción, las columnas de opinión, los cuentos, el teatro, la sátira, la literatura infantil, sus denuncias a los autoritarismos, el music hall.
Dicen que cuando María Elena murió, se elevó al cielo como una bandera de libertad. Por eso, si me permiten, me gustaría decirles que yo no creo demasiado en su muerte. Ni en la de María Elena ni en la muerte de la libertad. La historia demuestra que son llamas que arden para que la vida sea vida. Y que no se apagan jamás.
Yo le creo más a ella cuando dice que tantas veces la mataron, que tantas veces se murió y sin embargo está aquí resucitando. En eso creo. En que ella volverá y será millones de benditas mujeres de esta tierra que nos seguirán ayudando a ser felices y a pensar. No tengo dudas de que María Elena sigue estando al lado nuestro cada vez que la necesitamos para que navegue por nuestra conciencia y nos ayude a ver lo mejor y lo peor de nosotros. Ese fue, es y será siempre el gigantesco aporte inagotable de María Elena. A su talento para bordar letras y melodías o para darle a las palabras alas y colores como decía José Martí, le agregó esa capacidad para decir las cosas de frente, sin pelos en la lengua, con la polémica y el coraje en el bolsillo.
Por eso revolucionó el lenguaje. Porque fue la primera en no tratar a los chicos como si fueran tontos. Fue la primera en sacarle ese protocolo severo a las canciones, en hablar jugando, en cantar divertido, en crecer con sonrisas. Por eso Manuelita con su nueva estética y su vieja ética quedó grabada a fuego en el corazón de las multitudes. Un día María Elena se marchó, igual que Manuelita. Tuvo dos viajes que la refundaron. Fue a Estados Unidos invitada por Juan Ramón Jiménez. Y a Europa de la mano de Leda Valladares para huir de un peronismo que le sonaba autoritario y para armar un dúo inolvidable de vidalas, de bagualas y de vinchas. En París se enriqueció “lícitamente”. Su sensibilidad y su espíritu se multiplicaron interactuando con George Brassens, Jaques Brel, Charles Aznavour, Ives Montand, Pablo Neruda y la mismísima Violeta Parra. Fue su propia serenata para la tierra de uno, una de las canciones más hermosas que se han escrito sobre estas tierras y sobre estas pasiones inmigrantes y criollas que en ella se mezclan. ¿Se acuerda? ¿Me permite?
“Porque me duele si me quedo/Pero me muero si me voy/Por todo y a pesar de todo, mi amor/ Yo quiero vivir en vos.
¿Me deja seguir?
“Por tu decencia de Vidala/ Y por tu escándalo de sol/Por tu verano de jazmines, mi amor/ Yo quiero vivir en vos…
¿Qué maravilla, no? Por el idioma de infancia, por tus antiguas rebeldías.
Casi nadie modeló la ternura y la ironía para hacerla belleza como ella. Siente lo que pasa, presiente lo que pasará. Mucho antes de que los dictadores argentinos inventaran la desaparición forzada de personas escribió: “Tantas veces me borraron, tantas desaparecí, a mi propio entierro fui/Sola y llorando/Cantando al sol como la cigarra/ después de un año bajo la tierra/ igual que sobreviviente que viene de la guerra.
Descubrió el ADN de nuestro país cuando habló del Reino del revés. Nadie baila con los pies. Un ladrón es vigilante y otro es juez. Justo hoy que el cristinato reinante acaba de poner nuevamente en la Cámara Federal al juez Eduardo Farah. Un ladrón es vigilante y el otro es juez escribió María Elena del talento. Esa editorial cantada por todos la escribió hace casi 60 años y parece que fuera hoy.
Si hasta los trabajadores del INDEC, aprovecharon su melodía en su momento para quejarse cuando Guillermo Moreno los intervino porque dos más dos empezaron a ser tres.
Un día sacudió a la temible y blindada dictadura militar desde un diario con un texto que pasó a la historia. ”Desventuras en el país jardín de infantes”, se llamaba. Y fue un golpe cultural demoledor al golpe militar. Y vino la democracia y vino Alfonsín que le ofreció un lugar en la política y otro en la tele junto a María Herminia Avellaneda. Y vino el peor de los dramas de 6 letras pero innombrable. Y ella le puso el cuerpo y las agallas para agarrar al cáncer a cachetadas y a los gritos. Lo maltrató, lo expulsó de su cuerpo, lo mantuvo a raya, fuera de sus límites. Vade retro satanás. Y se puso de pié nuevamente, como La Cigarra. Y todos los argentinos dimos gracias a la desgracia y a la mano con puñal porque la mató tan mal y siguió cantando.
María Elena nos hizo mejores a todos. Nos hizo más felices y pensantes. Nos hizo más chicos y más grandes. Nos hizo más alegres y llorones. María Elena de la palabra, María Elena de la conciencia, María Elena de la decencia. Una vida militando en la imaginación no es poco. Una vida militando en la libertad lo dice todo. María Elena, nos hizo más y mejores argentinos, si eso es posible. Por eso está en el cielo de la argentinidad: con Borges, Gardel, Atahualpa Yupanqui y Piazzola.
Hay que recoger su nombre y llevarlo a la victoria.
Para que los textos mágicos de María Elena se repartan como pan caliente por las calles. Y tal vez así, algún día dejaremos de ser un país jardín de infantes lleno de corruptos y golpistas. Para que nuestros hijos no sueñen con marcharse de la Argentina, como le ocurrió a la pobre Manuelita que vivía en Pehuajó.