Una flor para Alfonsín – 31 de marzo 2021

Permítame que simbólicamente y en forma remota, deposite una flor en el monumento a Raúl Alfonsín. El radicalismo de La Plata convocó a colocar claveles rojos y blancos en el monumento que lo recuerda y que está emplazado en la Plaza Moreno, frente a la municipalidad. Me sumo con toda humildad.
Hace poco, en este mismo espacio, le rendimos un homenaje con motivo del día de su nacimiento. Pero es tanta la basura corrupta y autoritaria que hoy inunda las calles de nuestra bendita Argentina, que no está de más perfumar el día y reconocerlo nuevamente. Un día como hoy, hace 12 años, murió Alfonsín y se estrujó el alma de los argentinos. Se nos instaló un agujero negro en nuestra conciencia ciudadana. A las 20.30, el doctor Alberto Sadler lo anunció formalmente. Estaba en la cama del dormitorio del histórico departamento de la calle Santa Fé al 1.600. Lo acompañaba toda su familia cuando, finalmente, se quedó dormido para siempre. Dejó de sufrir. Eran tan grande los dolores que le tuvieron que dar morfina para poderlos soportar. Respiraba de un tubo de oxígeno. Le había hecho mucho daño ese maldito cáncer de pulmón con metástasis ósea que, encima, se complicó con una neumonía.
La entonces presidenta de la Nación Cristina Fernández de Kirchner estaba en Londres, en la reunión del G-20 y por eso, el decreto de 3 días de duelo nacional lo tuvo que firmar el vice, Julio Cobos, un radical que había entrado a la política entusiasmado por la primavera alfonsinista.
La misa de cuerpo presente la hizo monseñor José María Arancedo, que en ese momento era arzobispo de Santa Fé y primo hermano de don Raúl.
Todavía tengo las imágenes de ese multitudinario cortejo fúnebre con que lo despidió el pueblo argentino que tanto le debe. La cureña partió desde el Congreso, por Callao hasta el cementerio de la Recoleta. El Regimiento de Granaderos a Caballo lo escoltó hasta la última morada.
Julio Bárbaro, un peronista hasta los huesos lo definió como el mejor presidente que tuvimos desde la recuperación de las instituciones en 1983. Es que su figura se transformó en prócer con el tiempo. Por eso digo que, como Gardel, Alfonsín, cada día canta mejor. Creció y se agigantó porque supo honrar la política y porque hizo de la honradez y la ética de la responsabilidad sus principales banderas. Su gestión tuvo ataques de todo tipo pero Alfonsín respondió sin una gota de autoritarismo ni violencia y cero corrupción. Era un gallego calentón, como él decía de sí mismo, que se enojaba cuando elogiaban su honradez. No concebía otro tipo de comportamiento.
En el 2007 durante un largo reportaje, dijo que Cristina: “Tiene un déficit muy grande, que es su iracundia”. Y del populismo, agregó: “Es una plaga en cualquier parte, es algo sin doctrina, puja de poder, no respeta, crea su propia institucionalidad”.
Oscar Muiño escribió que Alfonsín: “detestaba la demagogia. No amenazaba ni apretaba. Su verbo era persuadir. Aunque había que aguantarlo. La persuasión resultaba agobiante, difícil de resistir”.
Y agregó que: “Su tolerancia no era tibieza. No rehuía el debate. En plena capilla Stella Maris se paró y tomó la palabra para refutar a un religioso promilitar (monseñor José Medina). Otra vez reclamó ante una Sociedad Rural que lo silbaba que “es fascista no dejar hablar al orador”. No invocaba la investidura presidencial, sino el simple derecho a expresarse”.
Me pregunto y les pregunto: ¿Volverá Alfonsín? ¿Cuándo? Porque él también habita en el corazón de su pueblo. ¿Tendremos los argentinos la posibilidad de comprobar en la práctica la verdad y la justicia de su prédica?
Por eso Don Raúl está en la eternidad. Seguramente está tomando unos mates con don Hipólito Irigoyen y don Arturo Illia en el cielo de la austeridad republicana y las manos limpias. O saludando a la gente por las calles de la memoria, con dignidad y la frente alta, como le gustaba hacer aquí en la tierra
Don Raúl, el padre de la democracia recuperada, caminando lento, como perdonando el viento, según la poesía emblemática del día del padre. Don Raúl, firme en sus convicciones y peleando con coraje contra ese maldito cáncer que lo rompió pero que no lo pudo doblar, como proclamaba Leandro Alem.
Con todos sus errores, con todas sus equivocaciones, a once años de su muerte, creo que Alfonsín es mejor que la media de los presidentes que tuvimos y –si me apura- creo que es mejor que la media de la sociedad que tenemos.
No quiero decir que el doctor Raúl Alfonsín haya sido un presidente perfecto. De ninguna manera. Fue tan imperfecto y tan lleno de contradicciones como todos nosotros. La democracia es imperfecta. Pero nadie puede desmentir que Alfonsín fue un demócrata cabal. Nunca ocupó ningún cargo durante ninguna dictadura. Y eso que muchos de sus correligionarios si lo hicieron. Estuvo detenido por ponerle el pecho a sus ideas. Fue un auténtico defensor de los derechos humanos de la primera hora y en el momento en que las balas picaban cerca. Fue su bandera permanente. Se jugó la vida por eso. No fue por una cuestión de oportunismo ni para cazar dinosaurios en el zoológico. Fue defensor de presos políticos durante la dictadura, reclamó por los desaparecidos y fue co-fundador de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos. Vale la pena recordar que Alfonsín hizo todo eso. Como para respetar la sagrada verdad de los hechos. Por eso, con toda autoridad, después parió el Nunca Más y la Conadep y el histórico Juicio a las Juntas Militares que ningún otro país del mundo se atrevió a hacer con la dictadura en retirada pero todavía desafiante, poderosa y armada hasta los dientes. Tuvo sublevaciones militares carapintadas, paros salvajes de la CGT de Ubaldini y golpes de mercado que intentaron derrocarlo. Es verdad que también existieron los errores y los horrores propios. La economía de guerra y el desmadre inflacionario. La gran desilusión frente al “felices pascuas” y “la casa está en orden”. O el Punto Final y la Obediencia Debida. Y el derrumbe de la confianza en la capacidad para gobernar y ese descontrol que terminó con la entrega anticipada del poder. Si tratamos de ser lo más ecuánimes y rigurosos posibles aparecen las luces y las sombras de una gestión. Pero el paso del tiempo y la comparación con lo que vino después, lo deja a Raúl Ricardo Alfonsín del lado bueno de la historia. En la vereda del sol. Entrando a los libros como un héroe que se definió como el más humilde de todos los servidores del pueblo. Nadie puede negar que fue un patriota. Cada día los extrañamos más. En estos tiempos de cólera su sabiduría nos podría iluminar el camino. Aquellas frases dichas casi como testamento: “Si la política no es diálogo, es violencia” y “gobernar no es solo conflicto, básicamente es construcción”. Algo así como decir que la palabra enemigo hay que extirparla del diccionario político. Que solo hay que marginar a los golpistas y los corruptos. Cada día es más necesaria su apuesta a la coexistencia pacífica de los diferentes, a una república igualitaria y a la libertad. Raúl Alfonsín fue el partero del período democrático más prolongado de toda la historia. Siempre será como un símbolo de la luz de las ideas que salieron del túnel de la muerte y el terrorismo de estado.
El día que murió hice el programa más conmovedor que me haya tocado hacer. En vivo y en carne viva. Con Pepe Eliaschev, Nelson Castro, Nacho López, Luis Brandoni y Jesús Rodríguez llorando en cámara, conmovidos por tanto dolor.
Mientras más corrupción y autoritarismo se instalan en esta sociedad, más extrañamos a Raúl Alfonsín. Pero su legado, su coraje sigue en el corazón y en las neuronas de los argentinos. Nos queda grabado en la memoria colectiva, con su chaleco impecable, su austeridad franciscana y esa cara de bueno capaz de seducir hasta al más acérrimo de los enemigos. En su homenaje, hoy es el día del militante radical. Hoy cumpliría 94 años. Casi como una señal del destino, el padre de la democracia recuperada nació el día del Escudo Nacional. Y Alfonsín en vida (y ahora con su legado) fue un escudo contra la corrupción y todo tipo de autoritarismo.
El día que los pueblos sean libres, el día que Argentina sea un país sin pobreza ni desocupación y con igualdad de oportunidades y sin ladrones ni golpistas, ese día, Alfonsín volverá y será millones. Porque él también vive eterno en el corazón de su pueblo. Y cada día canta mejor la melodía de aquel rezo laico histórico que quedó grabado a fuego en la memoria colectiva. Mirando de frente a las multitudes, Alfonsín proponía un país que apostara a la unión nacional, a la justicia, a la defensa común, el bienestar general y a asegurar los beneficios de la libertad, para todos los hombres del mundo que deseen habitar en el suelo argentino.
Alfonsín hizo de este preámbulo de la Constitución su bandera. Y ese es su mayor legado.