Alberto y Cristina son íntimos enemigos – 12 de julio 2021

Desde que Alberto se fue del gobierno
de Cristina, en el 2008, fue creciendo el odio y el desprecio entre ellos. No anduvieron con chiquitas. Hubo acusaciones graves de ambos lados. Cristina lo espió y lo persiguió con los servicios de inteligencia. Por boca de sus militantes pauta dependientes de “67chorro”, de Diego Gvirtz, lo acusó de traidor, de cobrar y ser lobista de Repsol y de ser funcional a Clarín.
Alberto la culpó de todo. Fue su crítico más feroz: dijo que su gobierno fue deplorable y psicótico y que ella actuaba como una psicópata y de haber encubierto a los terroristas iraníes que volaron la AMIA. El nivel de agresión fue de alto calibre. En una de sus desfiles por los canales no kirchneristas llegó a acusar a Cristina de “soberbia” y de “someter a las instituciones”.
En el caso de la designación del general César Milani fue demoledor: “Que tosudez de Cristina. Se encaprichó con Boudou y pagó un enorme costo. ¿Cuánto pagará por sostener a un encubridor de desapariciones”. Lo cuento porque el otro día, sacaron del sarcófago a Milani a propósito de la opereta berreta y floja de papeles para acusar a Macri de colaborar con el golpe en Bolivia.
Ocurre algo insólito. Son tantos los cachetazos políticos que Alberto le pegó a Cristina por la televisión que Juntos por el Cambio podría hacer campaña solo con esos dichos.
Desde que celebraron el matrimonio por conveniencia y el pacto espurio de cumplimiento imposible que llevó a Alberto a la presidencia, se siguen hostigando y despreciando pero no lo hacen en forma explícita y pública. Lo estuvieron disimulando. Siguieron esa guerra de misiles pero en forma subterránea.
Pero avanzó tanto Cristina que hoy tiene a Alberto contra las cuerdas. Hasta hubo un sincericidio explícito cuando Alberto, en La Plata, dijo sin ponerse colorado: “ Cristina, hice lo que me mandaste.”
Ella lo fue vaciando de contenido. Le fue comiendo las piezas del ajedrez de poder y de los funcionarios que no funcionan. Es una realidad de extrema gravedad institucional que llevó a decir a la diputada Mariana Zuvic que “el presidente no está en funciones, es un ejemplo de indignidad y humillación. Nadie arrodillado y envilecido, puede sostenerse”.
En los últimos días y tal vez porque Alberto vio el abismo, sus cruces con la reina Cristina y el príncipe heredero, Máximo, fueron explícitos y en actos públicos. Es una realidad que, si se sostiene en el tiempo, puede impactar con fuerza en los resultados electorales y en los dos años que le quedan de mandato. Si el oficialismo gana las elecciones del 12 de setiembre, con las listas llenas de camporistas, leerán esos resultados como un cheque en blanco para seguir avanzando hacia el chavismo santacruceño. Y si las urnas muestran una mayoría de voto castigo, van a dejar a Alberto como un espantapájaros desnudo y como mariscal de la derrota.
¿Qué pasó?
Como siempre la que abrió el fuego y el juego fue Cristina cuando hablando de la causa Qunitas, con una chicana, dijo que habían procesado a todos, Gollán, Kreplak, menos a quien era ministro, Juan Manzur, actual gobernador de Tucumán. Cristina tiene una regla de los setenta: ni olvido ni perdón. Solo puede llegar a disimular por conveniencia, como en el caso de Alberto Presidente.
El 9 de julio en la histórica casa de la Independencia, Alberto resaltó con varios elogios que Manzur era su amigo. No le soltó la mano frente al embate de Cristina. Es que intenta tardíamente y desde el subsuelo de su imagen, recomponer sus vínculos con los gobernadores no K.
El cruce con Máximo fue mucho más duro todavía. En la historia de esa relación hay que anotar que cuando Alberto estaba en el llano, dijo textualmente: “Todos los militontos se creen revolucionarios y son tristes repetidores de mentiras”. Ese dardo les tiro a los camporitas. Después de la unidad no por amor y si por espanto, Alberto elogió la capacidad política y el futuro de Máximo Kirchner.
Pero hace unos días, en diputados, Máximo disparó directo al pecho de Alberto. Enojado dijo que no quería un país que cediera a los caprichos de los laboratorios extranjeros (después quedó claro que se refería a los norteamericanos) y se preguntó qué pasará con el acuerdo con el Fondo si se bajaban los pantalones de esa manera con un simple laboratorio.
Santiago Cafiero, el alter ego de Alberto, acababa de anunciar en el recinto que se había firmado un acuerdo con Moderna para la provisión de 20 millones de vacunas.
Esta vez Alberto no se tragó el sapo en silencio. Le contestó que antes de ceder y perjudicar los intereses del pueblo argentino, se iba a su casa.
A este nivel llegaron los cruces. No fue una expresión muy positiva para el futuro del Frente de Todos. Alberto puede hacer cualquier cosa, pero jamás irse a su casa y abandonar el poder. Sería un terremoto institucional. Si no soporta los caprichos y las imposiciones de su jefa, que lo denuncie con todas las letras. Tiene mandato hasta el 2023 y lo tiene que cumplir. No puede huir. Se tiene que hacer cargo de todo. De la catástrofe sanitaria con más de 100 mil muertos, de la hecatombe económica y de haber ayudado a Cristina a volver al poder. Alberto sabía quién era Cristina. Fue uno de sus críticos más feroces y ahora sufre tanta perversidad militante. Que no venga a poner excusas y a amagar con irse a su casa. Nunca es gratis pactar con un enemigo íntimo.