Argentina, un país, una selección – 14 de diciembre 2022

Muchachos, ahora nos volvimos a ilusionar/ quiero ganar la tercera/ quiero ser campeón mundial…
Ayer fuimos felices. Los argentinos, envueltos en nuestra bandera transformada en camiseta, celebramos la alegría colectiva. Levantamos nuestros brazos y nuestra autoestima. Cantamos y bailamos por el triunfo deportivo y también por la esperanza de una selección argentina de fútbol que si lo sabemos aprovechar, nos puede marcar el rumbo de los valores que debemos recuperar.
Ayer fuimos felices. Nos abrazamos con nuestros hijos, con amigos y compañeros de trabajo. Fuimos familia. Fuimos un pueblo en movimiento inspirados por jugadores que estuvieron a la altura de las circunstancias históricas. El Dibu Martínez, ese gigante del arco, lo dijo con sencillez: millones de argentinos la están pasando mal, y para ellos jugamos y entregamos todos. Para los millones de compatriotas quebrados por la hecatombe económica. Nuestros muchachos que están en Qatar se motivan para darle una alegría a los que sufren tanto todos los días.
Ayer fuimos felices. Casi, casi que sin distinción de banderías. Por arriba de la grieta nos reencontramos unos con otros y comprendimos que se puede. Solo quedaron afuera los talibanes del chavismo K que son incapaces de pensar la vida colectiva sin la trampa y el oportunismo político. Pocas cosas nos emocionan y nos conmueven más que tener un objetivo común y lograrlo con los mejores valores. Y digo lograrlo porque más allá del resultado del partido del domingo, este equipo ya quedará instalado en la gloria del recuerdo. Si salimos campeones del mundo, mucho mejor, por supuesto. Pero con lo que ya hicieron, nos llenaron el alma.
Ayer fuimos felices. Imaginamos que podemos construir un país a imagen y semejanza de la selección. Es la ilusión argentina de fútbol, como definió un relator de la tele. Entre los gritos de gol, el sufrimiento y las cábalas, pudimos soñar una utopía ciudadana. Una nación donde se fomente y valore el mérito, el esfuerzo y la dedicación. Donde nadie afloje a la hora de empujar para adelante. Valorando el talento descomunal y la experiencia de un Lionel Messi, un conductor que nos lleva de la mano. Pero no solo de individualidades y magias está hecha la trama de nuestra felicidad. Hay un equipo que transmite disciplina, ayuda solidaria, el juego asociado, salir a raspar y recuperar la pelota con los dientes apretados y avanzar con la frente alta, apuntando al arco.
Ayer fuimos felices. Porque encontramos una generación dorada de jóvenes maravillosos que nos garantizan un par de mundiales más en la cima de la competencia. Igual que aquellos caballeros en la vida y majestuosos en el básquet con Manu Ginóbili, Fabricio Oberto, y el Chapu Nocioni, entre tantos. Pibes transparentes en su habilidad y potencia física como Julián Álvarez, Enzo Fernández, Alexis Mac Allister o el mismísimo arquero total. Son liderazgos positivos. Nada tóxicos. Sirven de ejemplo para los pibes que los juntan en figuritas y sueñan con sus botines.
Adoro esa mixtura entre los más experimentados y la sangre nueva que explota en las hormonas. Esa manera de comprobar que todos somos útiles y necesarios si jugamos en el puesto adecuado y si interactuamos con honradez y desprendimiento. Como el genio de Messi que diseñó una obra de arte colosal para que la araña Julián tejiera el tercer gol. Casi casi, la perfección del fútbol. Arranco, me freno, amago para acá y voy para allá, caracoleo, gambeta y arte con los pies, desborde frente a uno de los mejores marcadores del mundo y ese centro atrás de precisión quirúrgica para que Julián la mande a guardar.
Ayer fuimos felices. Derrotamos a los fantasmas del martes 13 y de los energúmenos que quisieron estigmatizar a un ex presidente acusándolo de mufa. Una superchería típica de oscurantistas e ignorantes. Nadie trae ni buena ni mala suerte. La suerte se construye con el trabajo de todos los días, con un proyecto claro como el que instaló Lionel Scaloni con su humildad y su emoción a flor de piel. Sin escándalos ni bravuconadas. Pero sin dejarse humillar ni agachar la cabeza frente a las burlas y el maltrato naranja. Lo digo siempre para todos los órdenes de la vida. Para el fútbol y la ética política. No arrodillarse ante nadie. Pero tampoco hacer arrodillar a nadie. Todos somos iguales ante la ley y en un campo de juego. Los que desequilibran, los que ganan, lo hacen por sus capacidades, por su dedicación, por su sangre, sudor y lágrimas.
Ayer fuimos felices. Océanos de argentinos convocados por una pelota y un sueño pendiente. Un motor que nos empuja, que nos entusiasma y nos saca lo mejor de nosotros. Venimos muy golpeados por tanta miseria. Una desilusión cotidiana que nos hace dudar de nuestras posibilidades. Estamos en el horno, no lo podemos negar. Soportamos al peor gobierno de la historia que fomenta acciones tóxicas que nos hunden en el barro de la historia. Bancan a dictadores y golpistas de cuarta, niegan la corrupción más grande la historia, miran para otro lado y defienden a los delincuentes que nos arruinan la vida y, como si esto fuera poco, tozudamente nos llevan a un precipicio social y económico que explota en inflación y falta de trabajo. Eso no lo olvidamos. Esta realidad dolorosa es la que tenemos que derrotar por goleada, codo a codo con los mejores argentinos. Como hizo la selección argentina. Somos conscientes que se trata de una felicidad que nos durará solamente unos días. Que estas sonrisas de hoy no borran los sufrimientos de ayer y de mañana.
Hay un título del mundo por ganar este domingo. Y hay un país que debemos construir todos los días.
Ayer fuimos felices porque las calles de nuestro bendito país se llenaron de esperanza. Como canta Diego, “Sé que las ventanas se pueden abrir/cambiar el aire depende de ti/ Sé que lo imposible se puede lograr/ que la tristeza algún día se irá.
Saber que se puede.
Querer que se pueda.
Quitarse los miedos. Sacarlos afuera.
Como la selección argentina. Como la ilusión argentina.