Un corazón para Justina – 7 de septiembre 2017

Justina está internada en la Fundación Favaloro. Está primera en la lista del Incucai porque necesita un corazón en forma urgente. Justina tiene la sonrisa y la mirada pícara de todas las nenas de 12 años. Una cardiopatía congénita le complicó su vida. Se la descubrieron al año y medio y desde entonces la vienen piloteando con atención rigurosa y medicamentos adecuados. Pero su ventrículo lastimado dijo basta. Tiene que ser trasplantada lo antes posible. Ella espera pero no desespera. Tiene una fuerza que apuntala a su familia. Tiene el corazón con agujeritos pero tiene un corazón así de grande. Solidario y bondadoso. Siempre me gusta decir que los únicos discapacitados que existen son aquellos que no tienen corazón.
Cuando Ezequiel Lo Cane, su padre, le explicó lo que estaba pasando Justina, no pensó en ella. Pensó en los demás. Con esa carita angelical que tiene lo miró y le dijo: “Papi, ayudemos a todos los que podamos”. Fue difícil para todos no llorar ante semejante entrega generosa. “Papi, ayudemos a todos los que podamos”, se transformó en el combustible de una campaña extraordinaria para fomentar la donación de órganos. Se llama “Multiplicar la vida por siete”. Es que cuando uno muere y dona sus órganos les puede prolongar la vida a siete personas. Y a veces a 9 o 10, porque hay tejidos que también pueden implantarse en otro ser humano y ayudarlo a que se aleje del abismo.
Justina recibe la visita de sus hermanos menores, de Ceferino de 8 y de Cipriano de 6. Y hablan de las cosas de la vida, de los chicos. De música, del colegio, de las compañeras que le mandan dibujitos. Uno que tiene pegado en su habitación muestra corazones concéntricos y multicolores que repiten la esperanza como un rezo laico: “Multiplicar la vida por siete”. Ese objetivo es el motor que todo lo mueve. Mientras tanto, Justina espera que le llegue el suyo. Por momento siente dolores de cabeza, náuseas y se descompone. Pero en la Fundación Favaloro la cuidan y la atienden con la excelencia y abnegación con que hacen todo lo que hacen.
El padre de Justina ya conoce del tema. Hace unos años, Ezequiel perdió a su padre y donaron los órganos. Comprendieron en el momento más terrible, cuando le anuncian la pérdida más dolorosa y se da cuenta que ya no podrá ver nunca más a su padre que lo va a llevar siempre en el recuerdo y que parte de su cuerpo va a estar dando vida en el de otro ser humano. Eso ayuda a elaborar el duelo. Da una paz espiritual impresionante.
Donar órganos es como sembrar mil esperanzas todos los días. Es la máxima solidaridad posible. Es la generosidad solidaria que se disemina en tierra fértil. Es una forma de procreación al alcance del ser humano por ser humano. ¿A cuántos hermanos podemos salvar? ¿Cuántos compatriotas pueden recibir semejante bendición? ¿Se lo preguntó alguna vez? ¿Hay otra forma superior de la entrega y el servicio hacia los demás? Es ser solidario con nuestro propio cuerpo aún después de muerto. Dar hasta que duela como pedía la Madre Teresa. Es como arrebatarle un poco de vida a la muerte, como ganarle algunas batallas.
Muchas veces la gente tira para atrás por desconfianza. La comprendo pero no la justifico. Hemos sufrido tantos engaños y desilusiones desde las instituciones que todo nos despierta sospecha. Pero en el caso de la donación de órganos hay que confiar. Nunca, jamás, se comprobó un solo caso en el que haya ocurrido algo poco claro o reñido con la ética. Hay tanta leyenda urbana producto de la ignorancia que vale la pena repetirlo una y mil veces. No se registran hechos de corrupción ni de malversación y mucho menos de tráfico vinculado al trasplante de órganos. Esas historias inventadas nos hacen mucho mal como sociedad. A todos, porque todos podemos ser donantes y todos podemos necesitar que nos donen un órgano. Uno nunca sabe su destino. Nunca sabe de qué lado del trasplante puede estar. Es actuar en defensa propia. Le recuerdo que la evaluación de los doctores del INCUCAI es muy rigurosa para confirmar la muerte. La ley exige que dos médicos, un terapista y un neurólogo firmen el acta de defunción. Y se hacen dos exámenes separados por seis horas. Hacen falta más campañas de concientización hacia la sociedad y capacitación para los médicos. En este momento hay 7.910 personas en lista de espera. No son números de una planilla. Son hijos, padres, hermanos, novios, amantes, soñadores, tan argentinos como cualquiera de nosotros y esperan en la lista y desesperan en la angustia. La medicina avanza a pasos agigantados y los trasplantes son cada vez más frecuentes y exitosos en la Argentina pero en este bendito país los donantes no alcanzan. Hemos mejorado pero todavía falta. Según el Instituto Nacional Central Único Coordinador de Ablación e Implante (INCUCAI) hay 2.800.000 donantes. En lo que va del año ya donaron efectivamente sus órganos 997 personas. Los periodistas, los docentes, los religiosos, los políticos, los artistas, los deportistas y todos los que tenemos un micrófono, una tribuna o un púlpito desde donde difundir informaciones y pensamientos tenemos la responsabilidad social, la obligación moral de incitar a la esperanza, de fomentar la donación, de multiplicar la solidaridad de hacer una propaganda constante de los valores que nos hermanen más y nos hagan mejores personas y mejores argentinos. No hay otra. Un nuevo país solo tendrá mejores cimientos con mejores ciudadanos. Hubo campañas de todos los colores. Una que decía: escribir un libro, plantar un árbol, tener un hijo y donar un órgano. Hay que iluminar la vida de los donantes con la posibilidad de dar a luz sin ser padre o madre. Dar a luz a otro ser humano sin parir pero dando vida. Suena maravilloso. Es una epopeya que salva la vida de nuestros semejantes. ¿Hay algo superior a eso?
A esta hora exactamente hay un donante en la calle. A esta ahora, la ternura de Justina está esperando su corazón para seguir creciendo. Es bueno viralizar la campaña de “multiplicar la vida por siete”. Eso que late en la patria no es otra cosa que nuestro corazón multiplicado. Combatiendo a la muerte, honramos la vida. Quién dijo que todo está perdido/ yo vengo a ofrecer mi corazón. Combatiendo a la muerte, honramos la vida. La gran Eladia nuestra que está en los cielos lo decía con toda luminosidad:
Eso de durar y transcurrir,
no nos da derecho a presumir,
porque no es lo mismo vivir,
que honrar la vida.
Donar órganos. Dar vida aún después de muertos es honrar la vida. Es multiplicarla por siete. Y ayudar a que Justina concrete sus sueños. La máxima solidaridad posible.