Macri y Cristina – 23 de octubre 2017

La histórica elección dejó a Macri más cerca de la gloria y a Cristina, más cerca de la cárcel. Esta es la primera conclusión, el primer mensaje que la mayoría de los argentinos dejaron en las urnas.
El presidente Mauricio Macri ingresará en el paraíso de la política si en el 2019 logra entregar el bastón de mando a otro jefe de estado en tiempo y forma. Este sencillo acto institucional no ocurre en Argentina desde hace 89 años. Es una de nuestras vergüenzas republicanas. Desde Marcelo T. De Alvear que un presidente no peronista no logra terminar su mandato como corresponde.
Don Hipólito Yrigoyen recibió la banda presidencial como corresponde, pero en dos años, en 1930, fue derrocado por el golpe fascista de José Félix Uriburu que dio comienzo a muchos de los peores dramas nacionales.
Ayer, Macri dio un paso fundamental para aprobar esa asignatura pendiente institucional que nos colocaría en la madurez democrática que todavía no tenemos. Demostrar que no solo el peronismo puede gobernar.
La ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner, construyó su propio infierno a fuerza de incapacidad y soberbia. Después de más de 12 años con casi la suma en el poder público, llevó al peronismo a la crisis más profunda desde su fundación. Ella perdió su virginidad electoral frente a Esteban Bullrich y empujó al justicialismo a ser un archipiélago de voluntades sin rumbo. Y como si esto fuera poco, dejó instalado que ella y su marido lideraron los gobiernos más corruptos, autoritarios y mentirosos de la historia democrática. Rogelio Alaniz lo sintetizó con talento: “la derrota del peronismo es al mismo tiempo la derrota de la vocación hegemónica, de la cual el kirchnerismo fue su expresión más extrema e impiadosa”.
Todo parece indicar que está naciendo una nueva era en la vida de los argentinos. Que puede estar pariendo un cambio cultural y no solo de figuritas. Que una metodología del peronismo encarnado por Cristina ya recibió su certificado de defunción política y que una coalición diversa como Cambiemos está edificando otros tiempos donde la meritocracia y la honradez sean privilegiados por sobre las mafias y las coimas. Esa vuelta de página, ese punto de inflexión tiene el color amarillo y para consolidarse necesita completar una gestión donde el final de la pobreza y el narcotráfico, sea mucho más que una consigna.
Macri llevó a su tropa hacia la victoria y Cristina hacia la hecatombe. Macri se cohesionó como un líder de equipo y Cristina hizo implosionar su agrupación. Hay muchas formas de medir esto en números y realidades. Los 10 millones de votos, más del 40% que nadie sacaba hace 10 años. Le recuerdo que en el 2019 solo necesitan el 45% para ganar la presidencia y evitar la segunda vuelta. Están a tres puntos de lograrlo. Y hay que sumarle las 13 provincias ganadas, las 5 más grandes en esa generala que solo había logrado Raúl Alfonsín en 1985, el aumento de los miembros de los bloques legislativos que aun sin conseguir la mayoría, se la quitan al peronismo en el senado.
Hay otras realidades simbólicas y chicaneras. Perdió Menem en La Rioja que era el pasada más pisado; perdió Urtubey en Salta que era el futuro más anunciado. Y Cristina demostró para estallido de las redes sociales y sus memes que donde pasa ella no crece más el pasto. Fue ampliamente derrotada en todos los lugares en los que vivió o vive. En Santa Cruz, la cuna del kirchnerismo, en La Plata la cuna de Cristina, en Recoleta la cuna de los K cuando desembarcaron en Buenos Aires y en Puerto Madero la cuna de la fortuna megamillonaria que no pueden explicar.
La primera lectura de los resultados demuestran que una gran mayoría de los ciudadanos expresó su hartazgo por la violencia callejera, las patotas ideologistas y el dedito levantado de los que se creen dueños de la verdad. En Jujuy, donde está presa una delincuente llamada Milagro Sala que todo el tiempo amenaza con suicidarse y tiene un apoyo insólito y sesgado de ciertos organismos internacionales, el gobierno de Gerardo Morales superó el 52% de los votos. En gran parte de la Patagonia, ganaron los candidatos de Cambiemos. Es un territorio donde los Kirchner eran señores feudales y los encapuchados que tiran bombas de nafta y se esconden detrás de los mapuches mintieron sobre Santiago Maldonado.
Hay ciudadanos a los que le preocupan la libertad y los derechos humanos y están dispuestos a defenderlos. Pero hay otros sectores más humildes y necesitados que reclaman menos fotos de Chávez y Néstor y más créditos hipotecarios, trabajo en blanco, cloacas y agua potable. Cristina se preocupó tanto por defenderse de las gravísimas causas judiciales que tiene que se olvidó de defender a la gente. Cataratas de millones que se robaron a cuatro manos no fueron a los más necesitados, fueron a los bolsillos de los cómplices y testaferros de la dinastía K. La gente no es tonta.
La paliza electoral que recibieron los cristinistas y que arrastró a los peronistas que no se corrieron a tiempo, deja otra enseñanza: lo pueblos necesitan líderes ejemplares y dialoguistas y no caudillos mandones y agresivos. Cristina es tan altanera y caprichosa que ni siquiera felicitó a los ganadores, reconoció a medias la derrota, “no nos alcanza” balbuceó y mostró su hilacha destituyente como cuando se negó a entregar la banda y los atributos presidenciales a Macri. Eso produce un profundo rechazo. Decía el padre de Fernando Bravo: “Saber perder es la clave, porque ganar cualquiera sabe”.
El cristinismo fue vencido en toda la línea. Un chupamedias como Agustín Rossi, a la hora de la verdad perdió en Santa Fé por más de diez puntos contra casi un desconocido. El problema de Rossi es que él era demasiado conocido.
Otra forma de medir el éxito político tiene que ver con la siembra y el futuro. Cristina pisó todos los brotes, concentró el poder en su puño de hierro, mandó a la Siberia a todos los que expresaron algún matiz diferente y ahora el peronismo no tiene ningún candidato potente para el 2019. Lo tiene que empezar a construir con jóvenes razonables y eficientes como el gobernador de San Juan, Sergio Uñac y algún otro. Por el contrario, en Cambiemos hay un equipo de presidenciales, siempre y cuando la economía funcione como generadora de riqueza para todos. Hablo de María Eugenia Vidal que junto a Elisa Carrió fueron las principales fábricas de votos y Horacio Rodríguez Larreta que al igual que Macri podrían aspirar a la reelección y de Marcos Peña y Rogelio Frigerio, entre otros.
Ese peronismo democrático, republicano con renovación generacional incluida demuestra también un dato clave de esta elección. Cristina entró en su ocaso y es la última representante importante de la generación que entró a la política en los violentos años ’70. Hoy casi todos los nuevos protagonistas son hijos de la democracia refundada en el 83, de ese contrato que dice Nunca Más a todo tipo de terrorismo, al de estado que cometió crímenes de lesa humanidad y al foquismo insurreccional de los grupos guerrilleros.
Hoy la inmensa mayoría de los argentinos apuesta a la paz y al diálogo. A ir cerrando la grieta poco a poco, a suturar lentamente las heridas para cohesionar a la Argentina detrás del mejor de los objetivos: edificar el país que soñamos para nuestros hijos. Un país normal, sin corruptos ni violentos ni golpistas.
Una elección siempre responde una cantidad importante de preguntas que nos hacemos los ciudadanos. Marca los tiempos y los rumbos. Hay todavía mucho para analizar. Pero no hay duda que la amplia victoria de Cambiemos deja a Macri a un paso de la gloria y a Cristina, a un paso de la cárcel.