La grieta, es la violencia – 3 de enero 2018

Una vez más, la lucidez de Santiago Kovadloff, puso el debate político en donde tiene que estar. Santiago sacó la hojarasca de las chicanas cotidianas y fue al corazón de los problemas que tenemos. Quitó del medio lo circunstancial para ir a lo permanente. Reveló que hay cuestiones tácticas que nos hacen avanzar o retroceder pero puso la lupa de su análisis en lo estratégico
Sostiene Kovadloff que estamos en un tiempo histórico donde hay dos proyectos en pugna que tienen larga tradición en la Argentina y que ambos, quedaron truncos.
Por un lado el proyecto que intenta reinstaurar en el presente la violencia del pasado.
Y por el otro, el proyecto que intenta reinstalar en el presente la reconstrucción de la República democrática.
Esta es la puja actual en nuestro país, reducida a su expresión más concentrada. Sobre esta gran verdad, me permito hacer unas reflexiones acompañando el rumbo de Kovadloff.
La apuesta a la violencia como instrumento de cambio social tuvo su gran fracaso en los años 70. Gran parte de una generación apostó, como decía Mao, a que el poder nacía del fusil. El foquismo guevarista que Fidel Castro quiso exportar fue derrotado en todas sus líneas con un saldo terrible de muertes y desapariciones en todo el continente. Hay cien motivos para tratar de explicar esa debacle. Pero lo más importante es que la inmensa mayoría de la sociedad y, sobre todo los más pobres, apostó a la paz y la tranquilidad y rechazó visceralmente el crimen y las bombas como herramienta para construir una sociedad más igualitaria, lejos de capitalismo salvaje. La caída del muro de Berlín, el terrorismo de estado de los países stalinistas, dinamitaron esa utopía con la que muchos jóvenes se habían ilusionado. Las guerrillas no lograron sus objetivos y por el contrario, fueron las excusas que utilizaron las fuerzas dictatoriales para cometer crímenes aún peores, crímenes de lesa humanidad.
No creo que estos sean los únicos motivos del fracaso de la violencia armada pero sí que son los más importantes.
El contrato de 1983, como le llamó Graciela Fernández Meijide a esa suerte de compromiso de decirle Nunca Más a los asesinatos políticos se respetó bastante bien, en líneas generales, en estos 35 años de democracia que vamos a cumplir este año. Hubo delirios ultras e irracionales como el asalto del MTP al cuartel de La Tablada bajo la dirección de un mesiánico Enrique Haroldo Gorriarán Merlo pero solo consiguieron el repudio unánime de la inmensa mayoría de la sociedad. Fue un cisne negro que enlutó nuevamente al país pero que no modificó el ritmo de las urnas y la soberanía popular.
La lucha valiente y genuina de los organismos de derechos humanos por verdad, justicia, castigo y condena se mantuvo como un faro moral y ecuménico, lejos de los intereses partidarios, hasta la llegada del kirchnerismo al poder.
Tanto Néstor como Cristina, en uno de los gestos de mayor hipocresía y oportunismo, se proclamaron hijos de las Madres de Plaza de Mayo pese a que durante su intendencia en Río Gallegos y su gobernación en Santa Cruz, prácticamente estuvo prohibido hacer aunque sea una misa en homenaje a los desaparecidos. Solo hace falta hablar con los organismos de derechos humanos provinciales para certificar que los Kirchner no quisieron prestarle ni un local para ese tipo de actividades. Y eso que estamos hablando de bien entrada la democracia. Ni hablar de su actuación repudiable durante la dictadura. Los exitosos abogados jamás movieron un dedo por un preso o desaparecido. Solo les preocupó enriquecerse con actividades de usureros al quedarse con casas sencillas que mucha gente no pudo pagar. Otros abogados como el peronista Rafael Flores y dos radicales si se ocuparon de esos temas arriesgando su vida.
Sin embargo, los organismos de derechos humanos fueron cooptados por el matrimonio presidencial. Algunos por que sintieron que nadie les había dado tanto protagonismo y centralidad y otros, por dinero y prebendas. Hay muchos casos de corrupción que lo confirman: entre otro, Bonafini y Shocklender son los apellidos de esa infamia.
Ya se dijo mucho, pero vale la pena repetir la definición por certera: los Kirchner utilizaron los derechos humanos como un escudo para ocultar el mayor saqueo al estado y patoterismo de estado que se haya registrado desde el retorno de la democracia en 1983.
Eso enfermó de sectarismo y relato a los organismos que con la camiseta del Frente para la Victoria dejaron de defender los colores de todos los argentinos como debía ser. Pasaron a ser militantes orgullosos y en algunos casos remunerados del sistema K.
Esa profanación de lo sagrado es uno de los daños más terribles que Néstor y Cristina le hicieron al proyecto de la Argentina democrática y republicana con derechos humanos sin ideologitis del que hablaba Santiago Kovadloff.
Fue una bomba de fragmentación que destruyó los principales valores de los organismos que dejaron de ser representativos de la totalidad para convertirse en voceros de una facción.
Mientras fueron apareciendo otros organismos de derechos humanos con criterios más amplios y actuales como “las Madres del Dolor” o del Paco o Usina de Justicia, entre otros, no nos dimos cuenta que faltaba el golpe de gracia.
Un día en la Plaza de Mayo, un emblemático 24 de marzo, en lugar de repudiar la dictadura fascista de Jorge Videla y pedir por los nietos aún desaparecidos, como se hacía siempre, se produjo un grave atentado contra el sentido común. Ese día nefasto y desde el escenario se reivindicaron y glorificaron a los comandos guerrilleros de los 70. Se los colocó casi en el panteón de los héroes y se habló su ejemplo que había que seguir. Sacralizaron la metralla. Muchos no se dieron cuenta de la gravedad de lo que se estaba cocinando a fuego lento y otros prefirieron mirar para otro lado. Ya no solo se elogiaron las ideas de una sociedad más igualitaria sino que se rescató la metodología del tiro en la nuca, como dijo Serrat para condenar a la ETA. Fue como abrir la caja de pandora con todos los males. O abrir la puerta a las mismas consignas anquilosadas y manchadas de sangre. Los Kirchner ya venían sembrando esa fruta envenenada con más o menos sutilezas entre los profesores y alumnos universitarios y secundarios, en el mundo de la cultura, el arte y los actores y cantantes y también en el periodismo. Fue parte de la batalla cultural que se libró y que todavía se sigue librando. Pero ahora hay un cambio clave: los Kirchner ya no están en el poder y Cristina tiene serias posibilidades de ir presa, no por su liderazgo revolucionario sino por la jefatura de una asociación ilícita para saquear al estado y enriquecerse ilegalmente. Esa mezcla es explosiva. Están cada vez más lejos de llegar al gobierno por las urnas, Cristina está cada vez más cerca de ir a una celda por la justicia y encima, grupos del anarquismo o los RAM que se ocultan detrás del reclamo territorial mapuche o del histórico trotskismo se han visto obligados a radicalizarse para ocupar el andarivel de la izquierda anti sistema.
En esta situación estamos. Este es el peligro que un gobierno democrático debe atender y resolver con obsesivo respeto a la ley, pero sin caer en ingenuidades. Estamos muy lejos de un levantamiento insurreccional y golpista, pero hay síntomas que deben convertirse en una alerta en el tablero democrático.
Lamentablemente hay grupos que no creen en el voto popular. Lamentablemente hay grupos que se aprovechan del sistema democrático para sabotearlo desde adentro.
Solamente una democracia republicana con funcionamiento pleno de las libertades, que apueste con eficacia a reducir al máximo la pobreza y la desocupación, puede cerrar esta grieta.
Solo así podremos responder a la pregunta original sobre la grieta: ¿Es o se hace? Esa fractura social expuesta sólo se puede cerrar con la victoria social, cultural y política de los que apuestan a ser un país serio inserto en el mundo. Un país de todos y para todos, mucho más parecido a Finlandia o Suecia que a Cuba y Venezuela. Para que haya educación, trabajo genuino, progreso y nunca más retorne la violencia. Nunca más.