Rabinovich, otro genio – 9 de enero 2018

Cuando los argentinos contemporáneos escuchamos el apellido Rabinovich, automáticamente pensamos en un genio de la cultura, el humor y la música: hablo de Daniel Rabinovich, que en paz y risas descanse, uno de las figuras fundacionales de Les Luthiers.
Pero ahora, hay otro genio llamado Gabriel Rabinovich que no hace reír pero que despierta orgullo nacional y esperanza celeste y blanca.
Me gustaría decir que en ambos casos utilizo la palabra “genio”, en su verdadero significado y no en ese elogio facilongo que cualquier cholulo le grita a la estrellita mediática de turno.
Estos son genios de verdad. Y no necesitan salir de la lámpara de Aladino.
Según el diccionario de la Real Academia Española, “genio” significa “alguien con capacidad mental extraordinaria para inventar cosas nuevas y admirables”.
Rabinovich significa hijo de rabino. Y el rabino es el maestro hebreo que interpreta los textos sagrados. Tal vez por ese lado podemos encontrar alguna respuesta: Porque las canciones de Daniel en Les Luthiers y las investigaciones sobre el cáncer de Gabriel podrían aplicar a la definición de textos sagrados. Uno ilumina la alegría de vivir y el otro, alumbra la esperanza de no morir.
Gabriel dice que la palabra “sacrificio” es el corazón de su vida. Y dice que el significado de “sacrificio es hacer sagrado el trabajo que uno hace”.
Hace poco le conté que estábamos en una entrega de premios conversando con Gabriel y una persona pidió sacarse una foto conmigo. Mi culpa judía explotó de vergüenza. Estábamos ante el científico argentino más brillante, el que más cerca está de conseguir el Premio Nóbel y esta buena señora quería un recuerdo con este humilde periodista. Pensé en la injusticia que los medios a veces cometen (cometemos) al confundir a una persona notoria, que es mi caso, con un talento notable, que es el caso de Gabriel. Esta semblanza de Gabriel intenta reparar aunque sea en algo aquella herejía.
Me gustaría que todo el mundo lo conociera. Que los que admiran a Lionel Messi lo sigan haciendo pero que sumen al cuadro de ídolos a Gabriel Rabinovich. Es el tipo de argentino que necesitamos para volver a ser un gran país como el que nos dejaron nuestros padres. Tiene todas las características del ciudadano que puede ser una locomotora que nos ayude a construir ese país que soñamos para nuestros hijos.
Le pido disculpas por arrancar con algunas confesiones personales. Como buen cordobés, que Gabriel también lo sea, y que no haya perdido la tonada, es algo que me hace inflar el pecho. Fui compañero de su hermana Sonia en la escuela San Martin y hemos compartido como chicos algunos viajes en colectivo y varias tardes en Noar Sioni, el club donde aprendí de todo, pero sobre todo a jugar al básquet. Había algo más en común. Mis viejos tenían una farmacia en Alvear y Sarmiento que hoy maneja mi hermana, mi cuñado y mi sobrino Daniel. Los Rabinovich también tenían una farmacia pero en la avenida Caraffa al 2.100. Su padre, Lucho, es contador, pero Ana, su madre, era la que preparaba alquimias de colores y aromas en remedios casi caseros en la trastienda de la botica.
Gabriel trepó en su nivel de conocimiento por tres motivos recientes: una nota de tapa en la revista VIVA, de Clarín, el premio al investigador de la Nación que le otorgó el presidente Mauricio Macri y su incorporación a la Academia de Ciencias de los Estados Unidos. Los integrantes de esta entidad conforman la elite de la ciencia dura. De allí surgieron 200 premios Nóbel. Cerebros y neuronas privilegiadas al servicio de la humanidad. Apenas hay 465 que no son norteamericanos. Solamente 7, son argentinos. Gabriel es el más joven. Tal vez por eso y porque era el sueño de toda su vida, Gabriel, aquel 3 de mayo del 2016, lloró de alegría. Y porque tuvo que competir con pares de países que son potencias mundiales como Japón o Alemania. Y porque esa Academia de máximo prestigio fue fundada en 1863 por Abraham Lincoln.
Es que este bioquímico pelirrojo y muy informal en su vestimenta apenas tiene 48 años. Y descubrió una puerta de entrada clave en la lucha contra el genocidio planetario, simultáneo y constante que provoca el cáncer.
Dice que le gusta contar historias, mirar películas o hacer deportes. Y que todo eso lo acerca a la construcción lógica y sólida del conocimiento.
Se lo puede ver con su guardapolvo blanco impecable, la barba roja y el corte moderno como líder de 32 investigadores del Instituto de Biología y Medicina Experimental. Es hijo de la educación pública de excelencia. A los 23 años se recibió con honores en la Universidad Nacional de Córdoba. Siempre fue un bocho que confió en el trabajo sistemático para investigar, recolectar datos, experimentar y cotejar con la máxima rigurosidad.
Gabriel Rabinovich le confesó a nuestra colega Eliana Galarza que lo marcaron mucho las muertes por tumores de algunos familiares que tuvo que sufrir en carne propia. Y que eso lo motivó mucho en su lucha.
Quería ser maestro y lo logró aunque ejerce la educación científica. Da clases por todo el país. Integró el coro del shill, la sinagoga de la calle Alvear, al frente del olor a linimento del Córdoba Sport donde surgieron varios campeones de boxeo. Su lugar en el mundo es su laboratorio. Pero disfruta y se enriquece con el teatro, el cine y la música.
La pregunta fundacional que se hizo, fue: ¿Cómo se puede hacer para que los linfocitos del sistema inmunológico maten al tumor?”. Y a encontrar esa respuesta se dedicó con alma y vida. Estudia una proteína que es decisiva para destruir el cáncer, las enfermedades autoinmunes, la artritis y la esclerosis.
Tiene un lema que lo fortalece: “Si lo podés soñar, lo podes hacer” y “Sueños grandes, ciencia fuerte”.
Rabinovich es tan argentino que no quiso hacer el post doctorado en el exterior como hace la mayoría. Valora la diversidad de nuestra universidad, pero hizo dos viajes al exterior de perfeccionamiento de su metodología.
Es básicamente un humanista que entiende la solidaridad como servicio hacia los demás y confía en las cabezas abiertas que piensan en forma libre y creativa pero con responsabilidad social.
Milita en una ciencia no partidaria. Dice que nos beneficia a todos por igual y que nos da mayor soberanía. Dice con razón, que el cáncer, su enemigo, no tiene ideología.
Hoy se lo puede encontrar en la calle Vuelta de Obligado al 2.400 en el Instituto donde surgió Bernardo Houssay, el primer premio Nóbel argentino en ciencia. Tal vez eso sea una señal. Allí flota una mística que se refleja en una biblioteca gigantesca como un paraíso. Una vez Gabriel bailó de alegría entre pipetas, tubos de ensayos y computadoras. César Milstein, otro de los genios argentinos ganadores del Nóbel, le había contestado una pregunta.
A muchos jóvenes investigadores y científicos argentinos les debe pasar lo mismo cada vez que Gabriel responde a sus requerimientos o recorre el país sembrando docencia.
Hoy tenemos otro Rabinovich genial. Insisto con la figura: uno ilumina desde el cielo la alegría de vivir y el otro, con los pies sobre la tierra, hoy alumbra la esperanza de no morir de cáncer.
Este genio fabricado en Argentina nos llena de orgullo. Sueña y trabaja donde soñaba y trabajaba Houssay. Tal vez eso sea una señal. Y más temprano que tarde, logremos tener otro premio Nóbel en Ciencias. Gabriel lo sabe: si lo podes soñar, lo podes hacer.