Un héroe submarino – 19 de noviembre 2018

Los 44 son héroes. “Corazones de acero”, como dice una bandera de los familiares. Ahora sabemos que están descansando en paz en el lecho del mar. Que están a 907 metros de profundidad y a 500 kilómetros de Comodoro Rivadavia. Pero hay un lugar en donde siempre estuvieron: los 44 tripulantes del submarino San Juan vivirán eternos en el corazón de todos los argentinos. Ya pasó un año de la tragedia que conmovió al mundo. El dolor y el duelo empiezan a procesarse en medio de debates lógicos sobre la posibilidad de reflotar o no a ese casco resistente que hace las veces de féretro y monumento funerario.
Yo quiero hacer un humilde homenaje a esos marinos que arriesgaron su vida para defender y cuidar nuestras fronteras marítimas. Por eso le quiero hablar de uno de ellos que es como hablar de todos. Quiero contarles la historia de Aníbal Tolaba, el más chico de todos los que bajaron a las profundidades del mar para cumplir su sueño de servir a la patria en el subsuelo de nuestro territorio.
Aníbal tenía apenas 25 años y era cabo segundo. Aníbal era uno de los tres sonaristas del grupo y recibía un sueldo de 14.780 pesos que lo mantenía por debajo de la línea de pobreza. Aníbal era uno de los ocho jujeños que se jugaban la vida todos los días y encontraron la muerte. Salieron de la tacita de plata, cerca de las bellezas de Purmamarca, a 1.259 metros sobre el nivel del mar y, según dice la armada de los Estados Unidos, tuvieron el accidente a 380 metros de profundidad. Los especialistas dicen que se produjo una implosión de 40 milisegundos y que todo terminó. Y que en principio, la causa fue una falla mal reparada. Esa es la ciencia. Pero el amor de los familiares y los amigos dice otra cosa. Sueñan, ruegan, rezan y creen que pueden recuperar sus cuerpos para darles sepultura en la tierra. Y para saber qué fue lo que pasó y que los responsables tengan su correspondiente juicio y castigo. No se resignan. La esperanza es lo último que se pierde y por eso muchos, no todos, reclaman con desesperación que intenten reflotarlo. Algunos, los que tienen agua de mar corriendo por sus venas, prefieren que los tripulantes o sus restos queden en donde están, como un símbolo, como una siembra de soberanía en lo más profundo de un océano insondable. Uno de ellos tiene autoridad para decirlo. Es Jorge Bergallo y fue comandante del submarino ARA San Juan y de la Fragata Libertad. Y como si esto fuera poco, su hijo, Jorge Ignacio es uno de los 44 tripulantes.
En el barrio “El Chingo” de la capital jujeña vive Margarita Díaz, la madre de Aníbal. Ella estuvo enseguida en la Base Naval de Mar del Plata. Pero cada vez que le daban la información diaria, ella se descompensaba y la tenían que atender los médicos y los psiquiatras de la fuerza. En un momento no fue su madre, Margarita. Fue su hermana mayor, Antonia fue la encargada de cuidar a los más chicos de los 9 hermanos. Antonia se recibió con un esfuerzo monumental de maestra de grado y de profesora de teatro. Cada vez que Aníbal regresaba a Jujuy le pedía el manjar que se le hacía agua a la boca: la lasagna. Era su plato preferido. Siempre quería ese mimo del plato humeante en la mesa familiar cuando recorría los 1.500 kilómetros desde Buenos Aires para volver a Jujuy.
Aníbal siempre traía alguna foto de sus aventuras para dejarle de recuerdo a su madre. Con el uniforme de gala, blanco, impecable. O con el chaleco naranja salvavidas. La preferida, la que está en el espejo del living es la foto de Aníbal en el puerto de Tierra del Fuego, con el fondo de los picos nevados y el canal de Beagle. Aníbal y su rostro recio parecen mirar el horizonte. O recordar aquellas calles del barrio, de la canchita donde tantos jujeños a pura gambeta soñaban y sueñan con ser otro Burrito Ortega, millonario en todo el sentido de la palabra. Al fútbol se las rebuscaba. Pero la gloria de Aníbal era ir a pescar. Ya el agua y lo que hay debajo del agua le producía un misterioso atractivo. Pescaban con una cañita de morondanga y luego comían lo que fritaban en el sartén que habían tomado prestado de la casa de alguno de sus amigos.
Aníbal era prolijo, ordenado, buen alumno en la escuela primaria número 10, José de San Martin y en el comercial donde terminó el secundario. Estudió con un sacrificio tremendo en la Armada. Eran muy exigentes. El les decía a sus hermanos: “Hay que ser muy valiente para estar arriba de un barco y con uniforme militar”.
Margarita no se resigna. Es su hijo el que no está. Y nadie puede calmar su desgarro, el agujero negro que tiene en el alma. Aníbal alquilaba una vivienda humilde en Mar del Plata. La dueña de casa lo amaba por la buena onda y el afecto que siempre tenía. Si hacía un asadito con Karen, su novia, o con sus compañeros de trabajo siempre le acercaba a la propietaria un plato con alguna costilla o un matambre. Ella lo sigue llorando como si fuera su hijo.
Hay muchas explicaciones técnicas y tecnología de punta que logró encontrar al submarino querido. Hay videos y 67 mil fotos en 3-D a disposición de la jueza federal de Caleta Olivia, Marta Yañez que va a tener que tomar decisiones muy delicadas.
Hay muchas explicaciones pero ninguna alcanza. Los silencios son eternos, las lágrimas cotidianas y profundas. Hay familiares que todavía les siguen mandando mensajitos de texto a sus celulares. O que llevan sus fotos colgadas del cuello y dicen “prohibido olvidar” o “Todos somos los tripulantes del San Juan”.
Argentina es el octavo país del mundo en cuanto a la dimensión de nuestro territorio. Y nuestro gigantesco litoral marino duplica esa magnitud. Eso es lo concreto, lo tangible que custodiaban estos 44 héroes.
Quiso el destino que me tocara viajar con Antonia, la hermana de Aníbal Tolaba. Estaba con sus tres hijos y no sabía en qué asiento debía sentarse. Era la primera vez en su vida que viajaba en avión. La pude orientar con la tarjeta de embarque y ella me contó quien era. Me pidió que los periodistas y el gobierno no nos olvidáramos del submarino San Juan y de su gente. Le prometí que iba a contar la historia de su hermano como una manera de mantener la parte más humana de todo esto en primer plano. Y ella entre lágrimas, me contó muchos de los datos que utilicé para escribir este texto.
Aníbal trabajó siempre para pagar sus estudios. De lustrabotas o vendiendo diarios o haciendo changas. Pero apostó a los valores y a la dignidad en un barrio atravesado por las privaciones, la droga y el alcohol. Estaba orgulloso de vestir el uniforme de la patria y de ser el encargado como sonarista de registrar en una computadora todo tipo de ruidos y novedades que se escucharan bajo el agua. Ahora los encontraron a ellos. La inmensidad del océano se tragó una mole de 2.700 toneladas y 60 metros de largo pero está diseñada para no ser visualizada.
Antonia la hermana le enseñó a los dos hermanos más chicos a hacer esa lasagna que tanto les gustaba. Aníbal aprendió a hacerla pero Fernando, el más pequeño, también se alistó en la marina como cocinero y su especialidad es la lasagna. Herencias de familia, dice.
La última vez que Antonia vió a su hermano Aníbal le dio un abrazo profundo y le regaló un “devocional”, un libro que tiene una plegaria diaria bíblica que ayuda al rezo y a la reflexión. En un mural que se hizo en homenaje a los 44 gladiadores, en Rosario, aparece Jesús dibujado que dice “No busques en lo profundo lo que está en lo alto conmigo”.
Esa fe es la que le da fuerza a Margarita para seguir pese a que la vida le amputó un hijo.
Unos animales que se creen revolucionarios pintaron con anarquismo su odio: “44 menos”. Una cachetada a la condición humana que debemos superar con actitud humanista, solidaria y comprensiva del dolor de nuestros compatriotas.
Hay 44 héroes del submarino San Juan para honrar cada día. Prefiero no dar precisiones que ignoro. Para esto están los especialistas y los estudiosos del tema. Saber que pasó y como pasó es una necesidad porque la verdad siempre es sanadora y ayuda a elaborar la pérdida.
Los argentinos estamos de duelo. Las banderas a media asta lloran sus lágrimas por orden del presidente Macri.
Hay 44 héroes en la profundidad del mar custodiando nuestra soberanía. Los homenajeamos a todos. A Aníbal lo espera su madre Margarita y su hermana Antonia con un humeante plato de lasagna. Es lo menos que se merece el héroe más joven de un submarino lleno de héroes.