Alberto Fernández – 17 de mayo 2019

Son varias las personas que hablaron pestes de Cristina y que ahora están colgadas de sus polleras. Felipe Solá, Pino Solanas, Daniel Arroyo, entre otros. Pero el más impactante es Alberto Fernández. En el origen, integró la mesa muy chica con Néstor y Cristina. El triángulo político era tan estrecho que un chiste de la época decía que si el matrimonio se divorciaba iban a tener que pelear por la tenencia de Alberto. Fue el jefe de gabinete cantado de Néstor y después de Cristina. Fue el transmisor y muchas veces, el ejecutor de las desmesuras y arbitrariedades autoritarias de ambos. Cuando los K apretaban e insultaban a periodistas, Alberto era uno de los que iniciaba los ataques, con temibles llamados telefónicos a los dueños de los medios y también a los trabajadores de prensa. Cristina lo tuvo siempre en la mira porque sospechaba que era un representante de Clarín en el gobierno. Lo miraba de reojo. Después de la paliza que el campo le propinó en los tres planos, la calle (con movilizaciones extraordinarias en Rosario y en el Monumento a los Españoles), el Congreso (con el voto no positivo de Cobos) y las urnas (con la derrota electoral de la lista encabezada por Néstor, Scioli y Sergio Massa), la relación se fue deteriorando hasta que Alberto tuvo que irse. Cristina lo acusaba de traidor. Alberto la acusaba de todo, ante los oídos de los periodistas. Ayer pasamos un audio antológico en ese sentido. Alberto habla en televisión y dice lo mismo que hubiera dicho en ese momento un líder anti kirchnerista. ¿Se acuerda? “Yo creo que Cristina tiene una enorme distorsión sobre la realidad. Francamente lo digo. Si Cristina revisa las cosas que dijo, debería rectificarse de un montón de cosas que dijo. Cristina llegó a decir que Alemania estaba más preocupada que nosotros por el tema de la pobreza. Cristina sostuvo hasta el final que el cepo no existía y que la inflación no era importante. Eso es negación, terca, absurda. Y yo creo que son esas cosas la que terminaron deteriorando su base electoral. Porque es muy difícil decir que una está preocupada por los pobres y al mismo tiempo invisibilizar la pobreza. Porque si yo soy un pobre que vive al borde de la marginalidad y escucho a la presidenta que dice que nosotros no tenemos problemas de pobreza y que ese problema lo tiene Alemania, yo siento que no se dieron cuenta que yo existo, que necesito auxilio, que necesito políticas para mi. No hay peor daño que invisibilizar a los pobres. Los que me dicen traidor es producto de sus posiciones fanáticas que no tienen sentido. Tomo las cosas como de quien vienen.” El video graph, que Cristina llama zócalo, decía encomillado “es muy difícil encontrar algo virtuoso en el tercer mandato kirchnerista”. ¿Qué me cuenta? Alberto Fernandez, demoledor contra Cristina.
Hoy ambos se perdonaron. ¿Los unirá el amor o el espanto? ¿O los honorarios que Alberto cobra por defender a un delincuente hecho y derecho como Cristóbal López? ¿O van a decir que Cristóbal que (entre otras estafas) se quedó con 8 mil millones que solamente debía retener y pasarlo al estado por el impuesto a los combustibles, es un preso político? O los alquileres altísimos que le pagaba a Cristina por las propiedades a través de la inmobiliaria Los Sauces no eran una coima a cambio de que le otorgaran privilegios en la timba, la obra pública y la publicidad oficial para sus medios chupamedias?
Le dije ayer que Alberto pasó del amor al odio y nuevamente al amor hacia Cristina. Pegó la vuelta en 360 grados para volver al mismo lugar. Lo que pasa que es mucho más astuto que Oscar Parrilli al que desplazó después que Cristina lo llamara en forma insistente: “pelotudo”.
Otra vez la televisión lo convirtió en un pez que por la boca muere. Amenazó a varios jueces que no se arrodillan ante Cristina e investigan sus causas que lograron el record de 11 procesamientos, 5 juicios orales y dos pedidos de prisión preventiva. Dijo textualmente: «Algún día Ercolini, Bonadio, Irurzun, Hornos y Gemignani van a tener que explicar las barrabasadas que escribieron para cumplir con el poder de turno».
Es insólito que diga eso uno de los que fomentó la agrupación Justicia Legítima que no es otra cosa que la militancia de jueces y fiscales con la camiseta de Cristina.
Esta actitud le valió el repudio de mucha gente pero la crítica dura de la Asociación de Magistrados y Funcionarios de la Justicia Nacional. El comunicado dice que «En tono descalificante y en forma amenazante aseguró que próximamente varios magistrados federales de diferentes instancias serían puestos en la obligación de explicar sus resoluciones jurisdiccionales», y que «ese tipo de expresiones, a más resultar impropias dentro de un Estado de Derecho y de pretender permear en el funcionamiento de la justicia consideraciones propias de las relaciones de fuerza de la política partidaria -en evidentes instancias pre electorales-, cuentan con el agravante de haber sido proferidas por un abogado ex funcionario de altísimo rango que se ha desempeñado como titular de la Jefatura de Gabinete de Ministros».
Alberto además dijo que estaba escribiendo un libro para exponer lo escandaloso que hicieron esos jueces.
Es el mismo Alberto Fernández que contó que tuvo que llamar a Lula para que convenciera a Cristina de no renunciar luego de la derrota de la 125. Ella se quería ir y le comentaba a su marido que este pueblo no los merecía.
Fue patético cuando Alberto ya echado del gobierno comenzó a beber de su propia medicina. Otro bigotudo llamado Fernández pero Aníbal, lo fustigó como ambos fustigaban a los opositores y los periodistas independientes cuando
estaban a cargo de la oficina de descalificaciones e intimidaciones.
Es medio masoquista insistir en amar a alguien que solo le devuelve odio. Aníbal como vocero de la presidenta le dijo lo peor: que Alberto se cagó en la amistad de Néstor Kirchner, que durmió en la cama de Máximo y comió en la mesa familiar y que ahora se la pasa criticando como si fuera Macaya Márquez. Le ordenó que cierre el pico y se vaya a su casa como hace un caballero y que deje tirar piedras de la vereda de enfrente. Tanta ferocidad tuvo una respuesta en los mismos términos. Alberto le dijo “energúmeno verbal” que sufre complejo de inferioridad y le enrostró que ahora se disfrace de progresista para agradar a La Cámpora, y le recordó que cuando era intendente de Quilmes tuvo que salir escondido en el baúl de un auto. El otro día estaban juntos en la Feria del Libro aplaudiendo a Cristina. ¿Sinceramente?
Alberto Fernández desfiló por todos los espacios. Fue funcionario de Carlos Menem y socio político de Domingo Cavallo y acusa a Macri de neoliberal menemista y cavallista. Alberto no se privó de nada. Fue duhaldista, y también massista y luego randazzista hasta que volvió al redil de Cristina y para justificar su panquequeada dijo que ahora hay otra Cristina. Que no es más perversa y vengativa. Que ahora es una nueva Heide pinguina. No le creo a ninguno de los dos. Ni a Alberto ni a Cristina.
Igual que siempre, solo los que hacen saludo uno, saludo dos, tienen lugar en el paraíso kirchnerista. Obsecuencia y discurso único. Dos enemigos de la democracia.
Alberto, en su momento, dijo que no había pauta oficial para la revista Noticias porque era un medio extorsivo. Está en los archivos. Quien quiera leer, que lea. Esa extorsión a los medios fue la piedra angular del kirchnerismo explícito. Dicen que a Néstor se le revolvieron las tripas cuando se enteró de la renuncia por la pantalla de TN, es decir, Todo Negativo, según él bautizó al canal de noticias de Clarín. Todo negativo se podría bautizar hoy a Alberto Fernández. Seríamos precisos, pero no originales.