Cristina, juicio y castigo – 10 de julio 2019

Como suele ocurrir, Jorge Fernández Díaz, dio en el clavo. Su talento periodístico y literario resumió el espíritu de estos textos inflamados: “Este libro es un combate contra la amnesia social que puede destruir a la Argentina”. Hace mucho que me pregunto por los motivos que llevaron a mucha gente a “perdonar” a Cristina y a creer (algunos por ingenuidad y otros por conveniencia) que Alberto Fernández era un hombre republicano y que Néstor Kirchner había sido un santo patrono de la justicia social.
Me sigue generando misterio la fragilidad de la memoria colectiva. Creo que el kirchnerismo es un veneno político que le partió el espinazo a la convivencia pacífica en el país, pero que además es una enciclopedia de engaños.
La entronización de Alberto Fernández se explica con la idea de encubrir todas las verdades que el mismo llegó a decir. No lo quieren recordar pero fue Alberto el que trató a Cristina de “psicópata” y de encabezar un gobierno “psicótico que busca subordinar a la justicia”. Fue Alberto el que escribió: “No estoy a la altura de Cristina. No suelo vivir en la fantasía de los soberbios. Es penoso como ella somete a las instituciones” y
“es deplorable toda su acción”.
Dudé mucho en elegir el título de este libro. Primero se me ocurrió «Ni olvido ni perdón». Era una arenga que en los 70 cantaban los grupos insurreccionales.
Hace un tiempo, ese concepto fue el final de una revulsiva columna de Carlos Ares en el diario Perfil. Terminaba diciéndole a Cristina Fernández de Kirchner con toda ferocidad: «No voy a olvidar. Ni los muertos ni los delitos, ni los muertos en Cromagnon, por la inundación, los trenes, la inseguridad, de hambre, de miseria. No voy a olvidar. Ni a perdonar. La memoria es todo lo que tengo. Todo lo que me hace persona».
Yo no creo ni apuesto por el rencor. Es un veneno que envenena a todos. Es el odio añejado. Pero sí creo en la memoria, la verdad, la justicia y la condena, como decían nuestras pancartas en las marchas multitudinarias mientras se replegaba el terrorismo de estado de Videla y sus cómplices. Eso no significa igualar aquel proceso dictatorial con estos doce años de autoritarismo, mega corrupción y degradación de los valores fundacionales del progresismo.
En varias columnas opiné que la historia va a colocar el apellido Kirchner como el que profanó las sagradas banderas de los derechos humanos y las convirtió en una camiseta partidaria manchada por el dinero negro de los Schocklender y compañía.
Estas páginas más que un libro pretenden ser una rendición de cuentas. En estos artículos están todos mis aciertos y errores sin tocar una sola coma del texto original. Confío que en esa honestidad brutal está el aprendizaje y también una interpelación al proceso kirchnerista. Para que expliquen lo inexplicable de su fortuna ante los tribunales y para que se pueda desmontar el relato mentiroso que pudieron instalar en forma exitosa durante una docena de años.
Por eso me parecía que se podía utilizar, a su vez, como resumen y título: «Juicio y Castigo a los Culpables». Ese era también un alarido de aquellas épocas de combate a los genocidas y de refundación de la democracia. Completo, el coro repetía levantando rítmicamente sus manos: «Ahora/ Ahora/ resulta indispensable/ Aparición con vida/ juicio y castigo a los culpables». Es un reclamo profundamente democrático y republicano. No es un escupitajo de venganza. Es la exigencia de que se aplique la ley a los que la violaron. Que paguen por lo que hicieron. Que todo el peso de la ley caiga sobre ellos. Creo que hoy también es refundacional. Es el ADN del nuevo contrato democrático que tenemos que firmar los argentinos. Nunca Más a los golpes de Estado fue lo que suscribimos hace 30 años con Raúl Alfonsín. Y ese logro es propiedad del colectivo social. Es un activo de todos. Hoy deberíamos decir Nunca Más a los ladrones y a los patoteros de Estado. Nunca más a los que pisotearon la democracia en aquellos tiempos. Nunca más a los que provocaron la fractura social expuesta y los que atacaron la libertad.
Otro título que analicé fue «La impostora», como si fuera la versión femenina del libro de Javier Cercas. O «araña mala», como le dijo el Pepe Mujica al verla enojada. Pero era muy irrespetuoso aunque en la verba del ex presidente uruguayo sonara campechano. Eran intentos de definir a la presidenta, sobre todo en su segundo gobierno, en el Cristinato. Jorge Fernández Díaz la había bautizado «La patrona de Balcarce 50″ y yo alguna vez le robé la idea para potenciarla: La patrona del mal, dice por ahí alguna columna enojada con ánimo de ofender, como deben ser todas las columnas según el maestro Arturo Pérez Reverte. Hay miles de ejemplos para argumentar la caracterización de impostora hacia Cristina. La promesa de llevarnos a ser como Alemania para terminar atados a Venezuela e Irán. Esa sensación de sentirse una exitosa abogada y no una sospechada hotelera, y tantas mentiras dichas con toda impunidad y elocuencia.
Cercas, en su libro, hace una radiografía del impostor que podría ser una descripción profunda de Cristina. Allí se pregunta: “¿Es una picardía o una bajeza y una agresión, una sucia falta de respeto y una ruptura de la primera regla de la convivencia entre los seres humanos: decir la verdad?».
Define al impostor/a como el que adorna, maquilla su pasado o directamente lo inventa. Como la malversación patotera del Indec y la no medición de los pobres bajo el pretexto de no estigmatizarlos. En la privatización de YPF, como diputada provincial en Santa Cruz, fue la autora de un proyecto para apoyar semejante herejía, según la Cristina de ahora. Lo mismo pasó con la amistad con Domingo Cavallo, que con el tiempo ella negó tres veces. O el apoyo a Carlos Menen en siete boletas compartidas hasta la satanización de neoliberalismo de los ’90 como la madre de todos los problemas.
Cercas da en el blanco de nuestra Cristina cuando dice que «el mentiroso es un narcisista que se oculta de su realidad (…) y tiene una necesidad compulsiva de admiración». Una vez en una charla con Hugo Moyano me confesó que lo que más lo irritaba era tener que decirle a Cristina todo el tiempo que era la más linda y la más inteligente. Su discurso en cadena nacional nunca se priva de «la más grande inversión de la historia», «el mayor desarrollo en 200 años» y otras grandilocuencias que se transforman en luces y espejitos de colores.
De allí a la imposición de que se la trate con unción reverencial, propias de la monarquía hay un paso. Por eso la búsqueda del poder y la impunidad ilimitada. Además, Cristina es reacia a ponerse en la piel de los demás. Todo el tiempo, en todos los momentos tristes, ella tomó distancia y miró para otro lado. No solo en Cromagnon u Once. De cada tragedia escapó para no contaminarse. Cristina está convencida de que las leyes que rigen para todos no rigen para ella. Habla con desprecio e ironía de los millonarios y evita mirarse al espejo. Muchas veces se trata de pánico disfrazado de seguridad en sí misma y de presunto coraje. Yo no le tengo miedo a nadie. A mí no me van a correr. Esto no es para tibios y otro tipo de alardeos sobre lo que carece.
La frase del escritor inglés Henry Fielding le viene como anillo al dedo: «Es ridículo aparentar más de lo que uno es. Pero mucho más ridículo es aparentar lo contrario de lo que uno es. »
Estas columnas sobre las que edifiqué toda mi vida profesional pueden tener desmesuras, exageraciones, arbitrariedades y algunas inexactitudes informativas, pero es mi corazón apasionado puesto sobre un teclado que busca la mayor verdad y la mayor libertad posible. Para ejercer el oficio que tanto amo y para que los argentinos podamos vivir sin comisarios políticos ni deditos acusadores.
Los que me quieren y los que me odian van a encontrar opiniones descarnadas, definiciones a corazón abierto y con sangre caliente sobre la marca que Néstor y Cristina dejaron en la historia de nuestro país. Es también un recorrido sin maquillajes por mi pensamiento y mi sentimiento.
No tengo camiseta partidaria. Hace más de 30 años que frecuento y dialogo con la mayoría de los dirigentes políticos argentinos. Algunos me parecen más valiosos y honrados que otros. Pero nadie me enamora. No tengo camiseta partidaria puesta.
En 2006 me aplicaron todos los castigos del manual kirchnerista y yo no era «un monopolio destituyente», era apenas un humilde periodista sin relación de dependencia que trabajaba en una radio y que como todo patrimonio tenía la casa familiar y un auto de medio pelo. De verdad siento que el periodismo es la búsqueda de la verdad, la piedra en el zapato, la posibilidad de tocarle el culo a los poderosos. Todo lo demás es propaganda, gacetilla oficial o presunta militancia. Eso jamás me interesó. Es demasiado aburrido y rutinario. No tiene adrenalina. No es periodismo.
Con este libro, mis admiradores y detractores que son muchísimos gracias a Dios, tienen la posibilidad de abrazarme e insultarme por lo que realmente pienso y digo y no por lo que el paraperiodismo de Cristina y los pautatraficantes dicen que digo. Aquí está todo expuesto en forma brutal y sin medias tintas contra parte del elenco estable del ladrikirchnerismo.
Finalmente me quedo con «Juicio y Castigo» como título. Es la manera más institucional de hacer borrón y cuenta nueva. De democratizar la democracia. Propongo trazar una raya que separe la delincuencia de estado de las estafas ideológicas. Unas tienen que desfilar por tribunales con posible destino de cárcel y otras por los debates y asambleas ciudadanas que traten de explicar que hicimos para merecer esto. Y como hacemos para no repetirlo. Una vez más y hasta que me muera. Les doy mi palabra.