Un año sin Sábat – 3 de octubre 2019

Hoy Eduardo van der Kooy nos habla de esa oficina huérfana y apagada desde hace un año en el fondo de ese largo callejón que es la redacción de Clarín. Las ventanas miran hacia la calle Piedras en ese laboratorio de ideas y pinceladas luminosas. Todavía están sobre su tablero algunas acuarelas resecas y unos pinceles esperando que su amo les vuelva a dar vida.
Estoy seguro que el Menchi Sábat, volverá y será dibujos. Y talentos. Y coraje. Hace un año que se fue al cielo de la cultura y la ética y lo extrañamos muchísimo. Y lo necesitamos. Sobre todo ahora que estamos tan preocupados por la defensa de la libertad de prensa en la Argentina. Otra vez el cristinismo tiene posibilidades de volver al poder y ya se habla del salvajadas como una Conadep del periodismo, de meter preso a nuestro compañero Daniel Santoro, un multipremiado ejemplo de periodismo de investigación y en los documentos de La Cámpora y de Eugenio Zaffaroni, vuelven a insistir con el tema Ley de Medios y la posibilidad, incluso, de expropiar y estatizar medios de comunicación privados. Por eso estamos alertas y con la guardia alta. Porque defendemos nuestro derecho a informar pero sobre todo el derecho de los ciudadanos a ser informados. No hay democracia plena sin libertad de expresión plena.
Para convocar el recuerdo del querido Sábat y abrazarlo, necesitamos jazz del bueno. No pude faltar en este humilde homenaje a Sábat.
Es la mejor forma de retratar a semejante ejemplo como profesional y ciudadano. Hace un año que no lo tenemos con nosotros pero lo tenemos porque Clarín sigue publicando sus trabajos que mantienen la misma actualidad que los monólogos de Tato Bores. Los dibujos de archivo del Menchi parecen dibujados ayer.
Por suerte quedan esos trabajos magistrales y su gallardía flotando en el adiós con música de Duke Ellington.
Lo recuerdo caminando sigiloso por la vieja redacción de Clarín, esa cuadra interminable poblada de afectos y conspiraciones. Con su delantal gris o azul, como si fuera un mameluco, las manos entrelazadas atrás de su cintura, el pelo engominado y sus anteojos tan enraizados. Era un duende que navegaba entre el ruido de las máquinas de escribir y los linotipos que venían del taller. Una vez confesó que extrañaba aquella música de la fábrica de noticias. Todos le decíamos maestro. Su talento había trascendido las fronteras. Publicó sus trabajos en el New York Times y en Liberatión, solo para nombrar dos medios. Había conversado con Jorge Luis Borges, seguramente de su amor por el jazz y el tango. Supo ilustrar a Julio Cortázar sobre Henri de Toulouse Lautrec y recibir un premio de la Fundación del Nuevo Periodismo de manos del mismísimo Gabriel García Márquez. Cuando le dieron el Konex de Brillante fue rodeado y aplaudido por todos sus compañeros del diario. Jamás voy a olvidar que el día que me casé y me regaló una de sus creaciones con plumín y tinta china que siempre estuvo en una pared central de living de mi casa. Parecía metido hacia adentro, pensativo e irónico pero era muy feliz tocando el clarinete. Tenía varios y para comprar el primero tuvo que recurrir al ex presidente Jorge Battle que le salió de garante. Escuchaba a Gardel o al Gordo Troilo y disfrutaba las melodías de Charlie Parker y Benny Goodman. Su máxima alegría era la docencia en el atelier glorioso de San Telmo donde había una luz de otro planeta y aroma a colores y a lápices.
Menchi era muchas cosas. Fotógrafo, un artista plástico descomunal, poeta, caricaturista, pero yo lo quiero guardar en mi memoria como un periodista. Fue un editorialista demoledor sin utilizar palabras. Por algo era el presidente de la Academia Nacional de Periodismo. Fue el dibujante de la libertad.
Me dolió en el alma cuando la presidenta Cristina Elisabet, en ejercicio de sus facultades mentales, con alto grado de altanería autoritaria descalificó al Menchi como “un cuasi mafioso”. Nada menos que a Sábat, uno de los personajes de los medios y la cultura más queridos en el ambiente por su honestidad brutal, su austeridad franciscana y su espíritu solidario y democrático. Cuando Cristina y Néstor se apropiaban de las casas de los que no podían pagar las cuotas durante la dictadura en una clara actitud usurera, Sábat se jugaba la vida publicando caricaturas de Videla y Massera manchados de sangre o de un ínfimo, insignificante Bignone sentado en un sillón de Rivadavia gigantesco. Y a aquel general Galtieri que tenía un vaso de whisky en la mano, como un símbolo de la desmesura y el horror que desató en Malvinas.
Hace poco, en una entrevista dijo: “Miro los dibujos que hice durante la dictadura y creo que es un milagro estar vivo”. Se refería a una amenaza que le hizo el entonces terrorista de estado Guillermo Suarez Mason: “Si sigue publicando esos pequeños dibujos, puede terminar tirado en el río”, en referencia a los atroces vuelos de la muerte que arrojaban detenidos desaparecidos al mar desde los aviones.
Sábat es admirado y amado por todos. Aquel dibujo de las curitas cruzando la boca de Cristina no eran un deseo de censura: eran una expresión del hastío que producía Cristina hablando hasta por los codos todos los días y por cadena nacional. Cristina fue prepotente e injusta pero también ignorante. Creo que ni sabía quién era Sábat. Pero lo que más me dolió fue el silencio cómplice y cobarde de los artistas y periodistas kirchneristas que si sabían quién era Menchi. Su silencio fue patético. El dijo con su genial ironía que “muchos se pusieron la camiseta para defender los altos valores de la Cristinidad”.
El retrato que hizo de Nisman fue estremecedor. Su cara limpia en blanco y negro y un chorro de témpera roja saliendo de un agujero en su cabeza.
Sabat fue corajudo, humilde, uruguayo y argentino hasta los huesos y nos dejó una obra maravillosa. Decía que cada dibujo le llevaba 80 años para hacerlo porque durante todo ese tiempo estuvo aprendiendo a dibujar. Entraba en éxtasis no con una caja fuerte porque nunca le sobró el dinero. Lo podían los cuadros de Diego Velázquez y Goya.
Pasó por el diario El País de Montevideo, La Opinión y Primera Plana de Jacobo Timerman y en 1973 echó anclas en Clarín. Ganó el premio Moors Cabot que otorga la escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia.
Uno de sus grandes logros fue haber dejado esos cigarrillos negros que él llamaba petardos y no utilizar teléfono celular. Los correos electrónicos recién los leía a la noche. Nunca nadie lo vió exaltado o fuera de sí. Así fue en vida Hermenegildo Mariano Sábat Garibaldi
Dicen que se murió dormido. Por suerte no tuvo que sufrir a sus 85 años.
En aquel adiós y en este reencuentro, me gustaría enviarle un abrazo solidario a Blanca su esposa y a sus dos hijos, Alfredo que sigue su camino en el diario La Nación y a Rafael.
Dicen que el día anterior se fue del diario como todos los días. De riguroso traje y corbata. Entregó su dibujo y le preguntó al editor: “¿Te sirve?”. Saludó la foto que presidía su escritorio, la de Rogelio García Lupo, el Pájaro, otro periodista admirado por su honradez y capacidad intelectual. Uno de sus últimos trabajos fue una caricatura de Julio Blanck que había muerto un mes atrás. Lo dibujó con alas, como a Gardel y a tantos hombres y mujeres que el admiraba y quería. Tal vez hoy este en el cielo con su gente querida, comiendo un chocolate, escuchando música de Piazzola, leyendo a Fernando Pessoa, pintando magias y peleando como siempre por la libertad. Es que se ganó el paraíso. Menchi querido. Fue un lujo haberte conocido. Fuiste un viento puro en este país. Te extrañamos mucho. Chau y Hola Menchi querido, dibujante de la libertad y la honradez.