Mercedes, a 10 años – 4 de octubre 2019

La historia grande de nuestra música popular dice que hoy se cumplen diez años de la muerte de Mercedes Sosa. Mucho le debemos a Jorge Cafrune, que la hizo subir al escenario gigante de Cosquín, como un acto de rebeldía. Siempre fuí galopeador contra el viento, dijo ese turco de corazón gigante. Mercedes apareció solita mi alma, flaquita por entonces, el pelo azabache llovido y apenas, con un poncho y su bombo legüero. Cantó «Canción del derrumbe indio» con la voz de la tierra y la Plaza Próspero Molina estalló en una ovación. Ese día comenzó la leyenda. Ese día se ganó el corazón de los argentinos.
El destino iluminó a Mercedes Sosa desde su génesis. La hizo nacer el mismo día y en el mismo lugar que nuestra Independencia. Un 9 de julio y en Tucumán. Fue una señal muy clara de lo que se venía. Igual que la Negra haya nacido el mismo año de la muerte de Carlos Gardel, nuestro gran cantor nacional. Como si el camino de la gran morocha argentina fuera tomar la posta y convertirse en nuestra gran cantora nacional. Mercedes se fue convirtiendo en una bandera argentina que sintetizó muchos de los sueños libertarios de aquel 9 de julio de 1816. Ella fue y seguirá siendo mucho más que una artista. Fue un emblema celeste y blanco que flameó en todo el mundo. Tuvo raíces y rostro para ser el símbolo de nuestra independencia. Tuvo coraje para encarnar la libertad cuando fue condenada a la persecución y al exilio. Y será la voz de nuestra identidad por los siglos de los siglos. Mercedes y la Independencia, dos flores autóctonas del mismo jardín de la República. Una noche se acostó con Matus en Mendoza y engendró a Fabián, su único hijo. Y otra noche de guitarras encendidas y combativas con su esposo y con Armando Tejada Gómez engendraron el Movimiento del Nuevo Cancionero que le sumó el grito de la crítica social al canto del paisaje y el hombre. Y la sangre rebelde de Mercedes empezó a circular por las venas abiertas de la bendita Argentina. En aquél despertar decían que era “La voz de la zafra”. Hoy sabemos que fue, es y seguirá siendo, “La voz de la patria”.
¿Cómo fue que esta profesora de danzas, un día ganó un concurso cantando “Triste estoy” de Margarita Palacios y fue contratada por dos meses por una radio tucumana.
Muchos no le perdonaron que hablara contra la injusticia y el autoritarismo. Muchos no le perdonaron que hablara de una patria grande latinoamericana. Muchos no le perdonaron que se convirtiera en prenda de unidad entre una generación de artistas talentosos que venían del folklore y otros también artistas y talentosos que venían del rock como Charly García. Todos la adoptaron como su Pachamama. Fue la madre de todos ellos y la madre de todos nosotros. Nos cobijó con su gran poncho tímido y generoso. Nos abrigó el alma con su arte aún en los momentos más tenebrosos. Hubo épocas en que ir a escuchar a Mercedes Sosa era un acto de resistencia. Recuerdo más de 100 personas detenidas en un boliche de La Plata cuando la dictadura recién empezaba a mostrar sus garras. Recuerdo una actuación en el Gran Rex con amenaza de bomba y cola para comprar las entradas entre patrulleros, carros de asalto y las miradas amenazantes e inquisidoras de habitantes de falcon verdes sin chapa. Le hicieron la vida imposible con amenazas de la Triple A y hostigamientos de todo tipo. Censuraron su música y su palabra. La empujaron al destierro. Fuera de Tucumán, lejos de su madre y de su tierra sufrió como pocas. Sufrió su corazón y su voz. No aguantaba el desarraigo.
Pero un día glorioso de 1982 pudo volver y el teatro Opera se llenó 13 veces. La bienvenida eran ovaciones y consignas que anunciaban que la dictadura se iba a acabar. ¿Se acuerda? Pasó lo mismo cuando volvió a Tucumán. Al estadio del club San Martín donde pocas veces floreció una fiesta semejante. Los encendedores se levantaban como antorchas y ella traía un pueblo en su voz. Ella, tan solita con su poncho, tan Negra, tan Mercedes y tan Sosa. Miraba al cielo y cantaba con la fuerza de un huracán democrático.
Había terminado la tortura del exilio. El humillante castigo del destierro. La ausencia de la serenata para la tierra de uno, su rezo laico y su duda porque sentía dolor si se quedaba pero se moría si se iba. Después fue nuestra embajadora. La mejor representante de los mejor de la Argentina ante el mundo. Y levantó admiración en el Lincoln Center y en el Carnegie Hall y en París donde fue condecorada, y en Alemania, y en todos lados y en Israel donde sienten devoción por ella. Si hasta se dio el lujo de cantar en el mismísimo Coliseo Romano por la paz entre árabes e israelíes. Hasta el último día se ganó el pan con el sudor de su garganta y siguió sembrando solidaridad y derechos humanos a su paso. Una amazona de la libertad. Mercedes Sosa de la dignidad. Mercedes Sosa de la patria de todos.
En un tiempo tormentoso que nos asustó a todos, la vida la llevó al borde del precipicio. Y todos temblamos con la sola idea de perderla tan pronto. Estuvo 5 meses en cama sin poder asimilar nada de lo que comía. Bajó 32 kilos. Caminar era un milagro y se temió lo peor. Algún insolente dijo cáncer y hasta empezó una quimioterapia maldita que la puso peor. Después comenzó la resurrección. La muerte empezó a aflojar. Ella dice que una mañana vió un pajarito muy sencillo en su ventana y que eso le fue calmando los dolores y que por eso, recuperó la fe y la espiritualidad. Comenó a tener a Dios entre sus oraciones y por eso quiso grabar la Misa Criolla de Ariel Ramirez como agradecimiento porque al parecer, Dios la empezó a tener a ella en sus oraciones. Y se fue curando. Y se fue poniendo de pié con esa fuerza brutal de sus antepasados indios. Fue el momento de agradecerle a la vida, de la mano de Violeta Parra. A esa vida que le había dado tanto, que le dio la risa el llanto y así ella pudo distinguir risas de quebrantos, los dos materiales que forman su canto.
Nunca se supo bien que tuvo. Algunos médicos dijeron que fue una depresión encubierta. Una tristeza gigante preventiva, como si supiera que poco tiempo después moriría Ema, su querida madre del alma.
Y volvió y fue millones de seguidores. Mercedes ocupó nuevamente su lugar de bandera cultural y canto a nuestra independencia. Morocha argentina como el morocho del abasto. Nuestra cantora nacional. Para que siga cantando la alegre zamba que canta aquí. Porque no se olvida, vieja compadre/ de aquellos bailes que hacen allí/… donde hacen linda esta mala vida, así se olvidan que hay que sufrir.
Que en Tucumán descanse en paz y que siga cantando la alegre zamba que canta aquí…