La muerte de la mejor abuela – 13 de marzo 2020

Le pido que preste atención a esta historia de amor y de dolor. Si todavía no sabe quién es Mateo Salvatto, se lo cuento rápidamente. Mateo tiene 20 años y es uno de los jóvenes más talentosos que hoy tiene la Argentina. Un pequeño genio que inventó una aplicación para el teléfono que es de una maravillosa innovación creativa y de una impronta solidaria e integradora. Escuche lo que Mateo inventó cuando tenía apenas 18 años. La aplicación se llama “Háblalo”. Se lo explico en forma sencilla. Una persona sorda o con otras dificultades para comunicarse, escribe un mensajito en el celu. La aplicación lo transforma en audio para que otra persona pueda escuchar ese mensaje. Pero eso no es todo. La persona que no tiene ese problema, le contesta con un mensaje de voz y el celu lo transforma en texto para que la persona hipoacusica lo pueda leer. Es alucinante. Esto le cambia la vida. En plena calle, puede preguntar dónde queda la farmacia, o darle la dirección a un taxista o lo que se le ocurra. Todos van a entender y escuchar esa voz que dice lo que la persona sorda escribió. Y cuando le respondan, eso se transforma en texto y lo podrá leer en la pantalla del teléfono. Es tremendamente útil. La aplicación inventada por Mateo es absolutamente gratis y ya fue bajada por 132 mil personas en todo el mundo.
Mateo es un pibe luminoso. Tiene la cara fresca, el pelo corto pero con el jopo revuelto, suele vestir una remera de la NASA y desde el barrio de Caballito se proyectó al mundo y fue premiado por el prestigioso MIT y ganó el campeonato mundial de robótica en Israel. Fue la única vez que un pibe argentino logra semejante victoria.
Mateo tiene un padre contador y un hermano politólogo, pero fue marcado a fuego por su madre que es profesora de personas sordas. Muchas veces, Mateo acompañaba a su madre a trabajar. Y eso le hizo ganarse amigos que le enseñaban el lenguaje de las señas. Esa relación de afecto lo llevó a pensar que podía hacer para ayudar a los sordos.
Mateo Salvatto se recibió con honores de técnico electrónico en la escuela ORT y después de analista de sistema. Ahora estudia un Master en Administración de Empresas. Es un bocho impresionante. Se emocionó hace poco cuando un usuario de su aplicación le contó que se comunica con su hermana que es ciega. El no se había imaginado esa utilidad. El muchacho sordo escribe en el celu: “hola querida hermana” y el aparato dice “Hola querida hermana”. La chica ciega, dice “Hola querido hermano”, y su hermano lo puede leer en su pantalla. Todo en tiempo real. Todo en un segundo de gloria. No se necesita internet. Y repito: es gratis. Ahora está tratando de inventar algo para las 500 millones de personas que tienen Alzheimer en el mundo.
Mateo Salvatto es orgullosamente argentino. Ama este país y desprecia a los corruptos y mentirosos. Esto que le cuento es para que conozca apenas una parte de lo que es Mateo Salvatto. Habla de sus neuronas y su inteligencia. Pero esto no termina acá. Mateo tiene un corazón gigante para ayudar al prójimo y una sensibilidad especial y amor por su familia. Hace 48 horas se murió su abuela del alma. Y Mateo escribió algo que me conmovió hasta las lágrimas y por eso quiero compartirlo con ustedes. Hoy le doy mi palabra a Mateo Salvatto:

Hoy se fue la persona más importante de mi vida.
La que reemplazó su amada Galicia por
Buenos Aires para darnos una vida mejor.
Te amé como nunca voy a amar a nadie, y hoy
te perdí. Pero no voy a dejar que tu historia
muera. Todos merecen conocer
a la mejor abuela del mundo:
Hace setenta años abandonabas a tu pequeña
aldea en Galicia, Bealo, para perseguir al amor
de tu vida que, tres años atrás, había decidido
cruzar el atlántico en un barco de carga para
apostar por un nuevo destino, con nuevas
oportunidades: Buenos Aires, Argentina.
Llegaste con poco más de veinte años,
apenas sabiendo sumar. Jamás habías tomado
un colectivo en tu vida, nunca habías estado en
una gran ciudad. No conocías más que de
pastar vacas, coser tu propia ropa, y sobrevivir
al frío aterrador de Galicia, con lo que había.
Pero nada te detuvo. Nada. Llegaste y te
reencontraste con el amor de tu vida al que yo,
muchas décadas más tarde, llamaría «abuelo
Ramón». Hicieron todo lo que pudieron.
Trabajaron de todo, a todas horas, en cualquier
condición, para formar una familia sana.
Poco tiempo después tendrían tres hijos: María,
José y mi mamá, Mercedes. Alquilaron toda la
vida. Nunca pudieron comprar un auto, casi no
pudieron ahorrar, y prácticamente no tomaban
vacaciones. Pero eran muy felices, porque al
gallego nunca le faltaba un chiste o una sonrisa.
Así la familia fue creciendo, con lo que había.
En casa se hablaba una mezcla extraña entre
gallego y castellano que todos conservaríamos
hasta hoy. Pasaron los años, y los chicos ya
eran grandes, hasta que eventualmente
Mercedes se casaría con Carlos, quien hoy es
mi papá.
Mis tíos siguieron el mismo camino, y la familia
creció. Los abuelos, Ramón y Ramona, tendrían
seis nietos: Ezequiel, Camila, Lucila, Eugenia,
Augusto y yo. Todos criados escuchando las
interminables historias de una «tierra prometida»
llamada Galicia.
Los momentos más felices y los recuerdos más
alegres, fueron siempre con ustedes. Dieron
absolutamente todo por su familia, como padres
y como abuelos. Nos hacían reír, nos enseñaban
gallego, bailábamos, cantábamos, jugábamos a
«la baraja»… Con ustedes, éramos felices.
Tardaron como cuarenta años en volver a pisar
su amada tierra. Cuarenta años sin ver a sus
familias, sin saber cómo estaba todo allá. Pero
eventualmente, volvieron, y una parte de su
alma se volvió a llenar. Regresaron a la tierra
prometida, regresaron a Galicia.
Mi hermano y yo fuimos tan afortunados, que
pudimos ir en un viaje allá con ustedes.
Visitamos juntos esas aldeas de las que nos
habían contado. La fuente del abuelo, a donde
iban a bailar de novios, la casa de la abuela…
Todo, todo lo que siempre habíamos soñado.
Hasta que un marzo de 2010, el gallego se nos
fue. El llanto cruzó a cientos de personas,
tanto en Argentina como en España. Lo
lloramos tanto, porque sabíamos que habíamos
perdido a una de las mejores personas que
jamás vivió… Pero la que más lloró, fuiste vos…
Yo te vi llorar al lado del amor de tu vida,
cuando ya no podía volver… Y, con once años,
recuerdo pensar «La abuela no va a poder sola,
necesita demasiado al abuelo»… Pero me
equivoqué, todos nos equivocamos. Poco
tiempo después, asumiste que, aunque ya
pasabas los 80 años..
Tenías que seguir cuidando de la familia. Así
que pusiste una sonrisa y saliste adelante. Pero
ojo, sin olvidarte jamás del gallego. Dormiste
durante 10 años con dos fotos de el de cada
lado de la cama, lo mencionabas
constantemente, y lo extrañábamos juntos todos
los días.
Y así siguió tu hermosa vida. Nos asustaste con
otro infarto y algunas caídas, pero siempre te
recuperabas… Y nunca faltaba tu llamadito a la
noche solo para ver como andábamos. Estuviste
en todas nuestras etapas, logros y fracasos,
como una madre. Incondicional.
La alegría de tu vida era cuando alguno de
nosotros entraba a tu casa y empezaba a gritar
en gallego, o te sacaba a bailar, o te daba
muchos besos en los cachetes, o te hacía
cosquillas, o se tiraba encima tuyo en la cama…
La alegría de tu vida siempre fue tu familia.
Nosotros.
Y, justo diez años después de nuestro mejor
amigo, vos empezaste a apagarte… Ayer me
llamaste con lágrimas en los ojos porque querías
verme y, cuando llegué a tu casa, me diste un
abrazo enorme y me dijiste que me amabas.
Y yo te dije que, obviamente, yo también, y
mucho.
Asustada, «Siento que se me va la vida», me
dijiste. A lo que te contesté que ni se te ocurra,
que yo no podía hacer nada sin vos. Y me
dijiste que te querías quedar al menos un añito
más… Pero que extrañabas al abuelo.
Lo se, corazón. En diez años jamás dejaste de
extrañarlo.
Me dijiste que nosotros éramos tu orgullo, y que
estabas muy contenta de todo lo que habíamos
logrado. Yo me acosté en la cama con vos,
tomamos unos mates, jugamos con el perro,
charlamos, nos reímos un cachito y ya estabas
mejor… Ya volvías a ser vos. Me quedé tranquilo.
Entonces me dijiste «andá, andá, antes de que
se haga de noche»… A lo que, eventualmente,
dije que sí, te di un besote enorme, nos dijimos
como siempre que nos amamos mucho, y yo te
prometí que todo iba a estar bien, y que nos
veíamos el finde. Agarré la bici, y me fui.
Ignoraba que esa iba a ser la última vez que te
iba a ver despierta, abu. No tenía idea. Lo
pensé, pero lo reprimí pensando «no seas
boludo, la abuela va a estar bien».
Me fui a dormir ayer a la noche un poquito
preocupado, pero pensando que nos veíamos
el finde como quedamos.
Finalmente, este once de marzo de dos mil
veinte, a las ocho de la mañana, te fuiste. Te
me fuiste, amiga… Y con vos se fue una parte
de mí. Con vos se fue una chispa de alegría
enorme que se que nadie más me va a volver a
dar. Con vos se fue el amor más grande que
sentí. Y se que no vas a volver, y me duele.
Porque te extraño. Te necesito. No quiero hacer
nada sin vos, quiero que leas nuestro libro,
que sigas escuchando las entrevistas,
que leas las notas y artículos, que charlemos
por teléfono, que juguemos a las cartas…
Quiero que vuelvas.
Quiero que vuelvas al menos un ratito para
poder decirte mucho más que un simple «te
amo»… Para poder decirte que vas a estar en mi
mente hasta el día que me muera… Porque,
como te dije hoy, nunca voy a amar a nadie
como te amo a vos. Nunca.
Y ayer nos sacamos, nuestra última foto, juntos.
Charlando, en la cama, con el perro, después
de unos mates. Me la voy a guardar toda la
vida, porque se que en ese momento fuiste feliz,
porque estabas conmigo, y yo con vos. Hasta
el último segundo de tus 92 años, fuiste feliz.
Te prometo que voy a recordarte siempre como
la mejor abuela que el mundo conoció. Voy a
contar tu historia con el abuelo a todos, y voy a
volver a pisar tu tierra como si fuera mi casa,
hasta el día que me muera. Chau, amiga de mi
alma. Tu nieto, «Matusito», te ama para siempre.