El pacto espurio entre Cristina y Alberto – 16 de julio 2020

El pacto espurio que firmaron Cristina y Alberto es el origen de todos los tiroteos verbales de estos días. Es una situación de gravedad institucional porque ese acuerdo, es de imposible cumplimiento dentro de las reglas del sistema democrático. Cristina le ofreció lo que Alberto siempre aspiró y nunca había imaginado poder cumplir: el sillón de Rivadavia. ¿Y qué le pidió Cristina a cambio? Lo único que le interesa en la vida en estos momentos: la impunidad para ella y sus hijos y, si se puede, de paso, para los integrantes del Cartel de los Pingüinos. La jefa política del gobierno quiere volver a tener un prontuario virgen, donde no haya vestigios de haber cometido delitos de mega corrupción y que Máximo y Florencia también queden limpios de toda sospecha. Y si puede, Cristina pretende que la feliciten como dijo Jorge Lanata o que le hagan un monumento como los que le hicieron a Néstor Kirchner. ¿Cómo se puede concretar eso respetando la división de poderes y la Constitución Nacional? Son muchas las causas y varias están muy avanzadas. Cristina tiene que estar en el banquillo de los acusados pese a que según ella, ya la absolvió la historia, como dijo emulando a Fidel Castro. Hay cantidad y variedad de pruebas documentales y decenas de testimonios de ex funcionarios y empresarios coimeros arrepentidos.
Cristina aceleró esta movida antidemocrática porque comprende que es ahora o nunca. Debe aprovechar la oportunidad, antes que se disipe la preocupación social por el saldo de muertos por la pandemia y de heridos graves por la hecatombe económica.
¿Qué puede hacer Alberto para cumplir con su parte del trato? ¿Indultar a todos y todas? El no quiere quedar grabado a fuego con ese estigma en la historia y ella no quiere porque el indulto perdona la pena pero no oculta el delito. ¿Una amnistía? Debe ser generalizada y desataría un escándalo social. Solo le queda ampliar los miembros de la Corte Suprema con abogados militantes para lograr una mayoría automática que liquide todas las causas. O llenar de magistrados de Justicia Legítima los tribunales de Comodoro Py para que volteen todos los expedientes. Todo eso pone en tensión al sistema republicano y es muy difícil hacerlo de la noche a la mañana. Y tal vez más adelante, sea directamente imposible, con el panorama de conflictividad social por la pobreza y la desocupación galopante que se viene.
Alberto no sabe cómo honrar ese acuerdo fundacional y deshonroso. Va y vuelve en todos los temas y, por ahora, no quiso o no pudo construir poder propio dentro del oficialismo. Primero anuncia con tono marcial que ya ordenó expropiar la empresa Vicentín. Después, frente al repudio masivo del banderazo, retrocede, dice que se equivocó porque espera festejos y que no es un loco suelto que anda con la chequera expropiadora. Y en ese mismo momento, la senadora Anabel Fernández Sagasti, la preferida de Cristina, insiste con la idea, desmiente al presidente y plantea que el objetivo de expropiar la agroexportadora, sigue en pie.
El mismo mecanismo del sí, no, bueno pero no tanto, lo hizo con Hugo Chávez y Maduro. A Lula le dijo que lo extrañaba. Su funcionario en la ONU le pidió elecciones libres a Maduro y protestó por las brutales violaciones a los derechos humanos. Hasta el PRO felicitó a Alberto por ese volantazo democrático. Pero bastó que el relator del relato, Víctor Hugo, hablado por Cristina, lo retara por esa “vergüenza” y le manifestara su desilusión para que al Presidente, le volviera a temblar la voz y a titubear con los conceptos para asegurar que con Venezuela mantiene la misma posición de siempre.
Cristina radicaliza sus acciones y ahora lo hace públicamente, junto a sus soldados más fanáticos. Presiona a Alberto para que vaya en ese sentido y rompa con los empresarios, con Estados Unidos y con los medios de comunicación.
Y es ahí, en ese río tan revuelto con turbulencias institucionales, donde Cristina quiere encontrar su ganancia.
Por eso es tan inquietante esta situación.
Porque como bien planteó Carlos Pagni en su columna, Cristina no solamente designó al presidente mediante un tuit, también se eligió a ella misma como primera en la línea sucesoria. Y esta es una amenaza constante.
El diputado Álvaro de Lamadrid recordó que Néstor y Cristina apelaron por lo menos dos veces a golpes palaciegos o autogolpes. Los padecieron dos gobernadores de la provincia de Santa Cruz, la cuna del feudo. Sergio Acevedo y Carlos Sancho fueron puestos por los Kirchner al frente del estado provincial y cuando no les sirvieron más a sus intereses, los destituyeron. Ese es el concepto de la lealtad que tuvo el matrimonio presidencial: use y tire. Ya saben cómo se le dice a los productos que se usan y luego se tiran. No quiero ser grosero.
En OPI Santa Cruz, el colega Rubén Lasagno y en las redes sociales, los más audaces especulan con que una enfermedad del presidente resolvería esta batalla. ¿O que agobiado, Alberto, quebrado por su destino de títere, renunciaría. En forma patriótica, por supuesto. Y cuando hablo de títere no erosiono la investidura porque cito al propio presidente. Cinco minutos antes de aceptar el ofrecimiento de Cristina dijo: “O Cristina es candidata o se va a su casa… yo no tengo ganas de que el poder esté en Uruguay y Juncal y en la Casa Rosada haya un títere al que Cristina le prestó los votos”. Lo escucharon al principio de esta columna.
Esta situación le generó a Alberto Fernández una ostensible fragilidad demasiado pronto. Todos los que defendemos y valoramos la democracia republicana, tenemos que estar atentos y denunciar cualquier intento de alterar el orden constitucional.
También Pagni citó a un funcionario que dijo que se viven tiempos de una “Ezeiza con distanciamiento social”. Este es el peor riesgo de todos. Ya es repudiable que una vez más, el peronismo lleve su interna y su pelea de poder a toda la sociedad. Que involucre a los ciudadanos que no votamos a los Fernández, en esta disputa que les hacer ventear mucha energía que no utilizan para gobernar y solucionar los graves problemas concretos que existen. No sería la primera vez que los justicialistas nos obligaran a tomar partido en sus rencillas. En alguna ocasión, como en los 70, estas diferencias intentaron zanjarse a los tiros y con asesinatos, donde la masacre de Ezeiza fue un hito horroroso que desembocó en la dictadura militar y el terrorismo de estado.
Los gobernadores, mudos hasta ahora y los intendentes verticalistas, tienen mucha responsabilidad en evitar que esto se desborde. Estamos como sociedad frente a un desafío descomunal. ¿Cómo contener a Cristina que tiene muchos votos y poder movilizador y evitar que ella se lleve todo por delante? Su exigencia de impunidad es de cumplimiento imposible. No se puede ocultar una inmoralidad y cleptocracia tan grande que hizo mega millonarios, en pocos años, a los secretarios privados del matrimonio presidencial. Eso solo da una pista de la magnitud del latrocinio cometido.
Que el árbol de los fuegos artificiales de los insultos que se cruzan actores secundarios como Grabois, De Vido, Bonafini o Cortiñas, no nos tape el bosque de la crisis en la que han metido a los valores cívicos.
Pero es cierto que la profanación de algunos significados llegó al máximo de su degradación. A los organismos de los derechos humanos, primero, le pusieron la camiseta partidaria y los transformaron en militantes de una facción. Después a algunos, no a todos, los ensuciaron con el dinero de la corrupción como el caso de Bonafini y los manejos de la Fundación Sueños Compartidos o la Universidad de las Madres y finalmente, los sumaron a sus propias peleas internas. Que Hebe de Bonafini ataque al presidente y que Nora Cortiñas o Carlotto lo defiendan, es solo un botón de muestra. El humor profundo de Fernando Sendra, los radiografió con claridad. Dicen las caricaturas: “Último momento. Grabois y De Vido se acusan mutuamente de hacer negociados sucios. De inmediato la gente le cree a ambos. Con semejante credibilidad, podríamos ser candidatos, suponen los dos. Irán juntos en la misma boleta”. Anécdotas tragicómicas que no deben desviar nuestra mirada atenta a la coalición gobernante, que acelera su rumbo de colisión.