Banderazo de la diversidad – 9 de octubre 2020

En el día del descubrimiento de América, el cuarto gobierno kirchnerista va a descubrir, una vez más, la potencia inmensa que tienen los banderazos ciudadanos. El lunes, en el día de la diversidad, miles y miles de argentinos, a lo largo y a lo ancho del país, se proponen demostrar el grado de masividad que tienen sus convocatorias y la diversidad de sus reclamos y exigencias. Será el banderazo de la diversidad. Y promete ser multitudinario, porque así lo indica la temperatura de las redes sociales. Vuelan y se viralizan cientos de mensajes creativos llamando a la unidad en la diversidad. Es tan espontáneo, autónomo y plural el movimiento, que cada individuo se convierte en un difusor y un comunicador de su esperanza y su protesta contra el gobierno de los Fernández en general y contra Cristina en particular. Ella suele ser el blanco de los gritos y las pancartas. “Argentina/ sin Cristina”, es el canto que aparece, inmediatamente después del himno nacional o la marcha de San Lorenzo. Nunca falta el gigante muñeco de goma inflable con Cristina vestida con traje a rayas de presidiaria y dos números grabados que son casi una editorial. El 678 de los estigmatizadores y agitadores de Diego Gvirtz y el 18-1-15, la fecha en la que asesinaron al fiscal Alberto Nisman. Últimamente han aparecido decenas de muñecas iguales pero más chicas, que circulan entre la gente.
Es imposible registrar todas las consignas que resumen los motivos de la concentración celeste y blanca. Pero hay dos que sobresalen por la masividad y el grado de aceptación que han tenido. Hablo de “La Hora de los Patriotas” y de “Somos Libres”. En línea con la diversidad del día, se espera la participación de todos los que por algún motivo han sido afectados, humillados o destruidos por las decisiones nefastas de este gobierno. Casi no hay sector social que no esté enojado y con bronca. Los afiches virtuales llaman a “trabajadores y empresarios; productores agropecuarios y economías regionales; docentes y alumnos; comerciantes y fabricantes; jubilados y gimnasios; hoteles y agencias de turismo; influencers y familias; médicos y pacientes; enfermeros y bomberos; colectiveros y taxistas; financistas y ahorristas; tecnológicos y artesanos; artistas y científicos; dueños de bares y mozos; porteños y provincianos; jueces y fiscales y finalmente los más golpeados por la inseguridad galopante: policías y víctimas de delitos.
Todos estos grupos tienen motivos para quejarse. Todos estos argentinos fueron cacheteados por algún drama que vino desde el gobierno. Todos están hartos de todo, pero básicamente del patoterismo de estado, de la cleptocracia que no se castiga y de la búsqueda desesperada de impunidad para Cristina.
Este fenómeno de los banderazos es la novedad más importante, desafiante, creativa y torrentosa que tiene la política. Es un movimiento popular y republicano que no tiene líderes y que se conduce a sí mismo. Como toda estructura aluvional, es difícil de clasificar. No van a las unidades básicas ni a los comités partidarios. Su territorio de militancia son las redes, las neuronas innovadoras y las calles. Es un tsunami pacífico, corajudo y policlasista, aunque con fuerte presencia de la clase media elegida como enemiga por el cristinismo. Es tan grande la dimensión que alberga en su seno, como todo movimiento, a sectores que simpatizan con la derecha conservadora, con el centro político o con la centro izquierda socialdemócrata. No tienen camiseta partidaria. Todo lo contrario, tienen sus simpatías y antipatías por determinados dirigentes de la oposición. Celebran y agradecen a los que a título personal, se suman y acompañan las caravanas y critican muy duramente a los pechos fríos que siempre tienen una excusa para callarse la boca y mirar para otro lado. Esta gente es la vanguardia de la lucha por la libertad y la República. Y avanzan con los dirigentes a la cabeza o con la cabeza de los dirigentes. Quien no logre descifrar o subestime semejante transformación de las formas de hacer política, quedará al costado del camino, pedaleando en la burocracia de los despachos o en el chiquitaje de las prebendas.
Es una movida original que puede tener algún antecedente en los indignados de Europa y se multiplica todos los días con un funcionamiento de asamblea horizontal, sin líderes ni patrones. Hay muchos grupos y cada uno aporta lo suyo. Por ahora no compiten y se ayudan y complementan. Entre los más activos están Banquemos, Campo más Ciudad, Equipo Republicano, Ahora Más que Nunca, Argentinos en el exterior, Ciudadanos Autoconvocados, Rebelión de los Mansos, Guardianes del Cambio y Gorilas, una genialidad irónica para exorcizar el insulto típico de los populistas.
Por muchos motivos las coberturas periodísticas están apuntadas a los grandes centros urbanos, pero otra característica de los banderazos es su presencia federal hasta en los pueblitos más chicos de nuestra bendita Argentina.
Por eso muchas veces se destacan las multitudes que envuelven la gran vidriera del Obelisco porteño o el Patio Olmos en Córdoba. Pero pocos han registrado a don Edgardo Rovea. “Solito mi alma”, dijo y apareció con su impecable bandera idolatrada, la enseña que Belgrano nos legó. Su poncho es celeste con vivos blancos y tiene en el pecho el escudo de la República Argentina. Anda en un tractor verde que no es de última generación y participa de los banderazos parado en la puerta de la comisaria o en el arco de entrada, de un pueblito santiagueño llamado Icaño. Le confieso que no sabía ni de la existencia de Icaño. Y mucho menos de este laburante patriótico llamado Edgardo. Icaño, se fundó en 1892 y tiene alrededor de 2.000 habitantes. Nació con pueblos originarios y se desarrolló con inmigrantes europeos, muchos de ellos, judíos. Otto Wolff fue uno de los pioneros. El cine-teatro Berkoff, fue el primero de la provincia. Parece un lugar olvidado por Dios pero ahí está Edgardo con su bandera, su barbijo y un perro marrón que lo acompaña en esos caminos de tierra y esperanza.
Durante años se les estuvo reclamando a los ciudadanos mayor compromiso y participación. Que se sumen los buenos, los honestos y los capaces a la lucha política es la única manera de recuperar su mejor contenido transformador. No hay otra forma. Si ellos, no ocupan esos lugares, serán cubiertos, como hasta ahora por muchos incapaces, corruptos y chantas. Hoy, esos argentinos, salieron de la comodidad de sus casas. Ya no comentan la política que miran por la televisión. Quieren protagonizarla. Comprendieron que con la queja desde su domicilio, no alcanza. No quieren nada demasiado extraordinario. Un país serio y confiable, con igualdad de oportunidades, libertad absoluta, sin ladrones de ningún tipo y menos de ladrones de estado, y sin mafias autoritarias.
Muchos dirigentes políticos o figuras conocidas, anunciaron que este lunes se van a sumar, a título personal, al océano de ciudadanos. Luis Brandoni, Maximiliano Guerra y Alfredo Casero que nunca faltan. Patricia Bullrich, Elisa Carrió, Fernando Iglesias, Waldo Wolff, Alvaro de Lamadrid, Hernán Lombardi, Luis Etchevehere, son algunos de los que pude registrar en las redes. Pero será muchos más, por supuesto. Sin especulaciones partidarias ni ansias de apropiarse del suceso. Acompañando y tratando de comprender lo nuevo para luego tratar de representarlo cabalmente.
Le comento algo personal y no tanto porque tiene que ver con este maravilloso oficio de periodistas que tanto amo. Igual que ellos, yo no tengo camisetas partidarias. No defiendo agrupaciones políticas. Soy absolutamente independiente. Pero tampoco soy neutral. Trato de estar siempre del lado de las víctimas y jamás de los victimarios. Y defiendo valores. Los cristinistas, que siempre tienen miradas conspirativas de la vida, creen que estos banderazos son organizados por fuerzas ocultas y malignas y muy poderosas. La verdad es que hay de todo, incluso gente con la que no comparto determinadas miradas culturales. Pero la mayoría, son héroes anónimos que lo dan todo y no piden nada a cambio. Que le sacan horas a su trabajo o a su estudio para hacer su aporte. No buscan un carguito en el estado ni quieren ser políticos profesionales. Son argentinos todo terreno y toda generosidad. Adoran la meritocracia y la cultura del esfuerzo que aprendieron de sus padres y abuelos. Uno de ellos se llama Pablo Demarchi. Vive en Embalse, en el departamento de Calamuchita, en el corazón de las sierras de Córdoba. No es oligarca ni millonario. Tiene menos de 40 años, se gana la vida como profesor universitario y es licenciado en publicidad. Se sumó al combate por sus ideas durante la guerra que Cristina le declaró al campo con la 125. Pablo comprendió profundamente el concepto de la diversidad. Diferentes pero juntos. Distintos pero unidos. Y redactó el credo republicano con el que me siento profundamente identificado. Esa suerte de rezo laico, de padre nuestro de la Argentina que soñamos, me representa. Y creo que sintetiza los sueños de la inmensa mayoría de los argentinos. Lo comparto para que usted también lo comparta:
Creo en la igualdad ante la ley.
Creo en la independencia de los poderes.
Creo en el Congreso como templo de la democracia.
Creo en la justicia como garante de la libertad.
Creo en los hombres y mujeres de mi patria, y en la Constitución que consagra sus derechos.
Creo en la libertad de prensa, de opinión y de empresa.
Creo en la propiedad privada.
Creo en el derecho a la privacidad y al trabajo.
Creo en el castigo a los corruptos y el respeto a los honestos.
Creo en estos principios y juro solo a ellos someterme.
En ellos, y por ellos, me declaro libre.
Y por todo esto, resistiré.