Basta de violencia y femicidios – 27 de noviembre 2020

En los primeros 10 meses de este año se registraron 243 femicidios. Casi 20 casos más que el año pasado. Se quedaron sin madre 172 chicos. Le comento estas cifras del horror porque el miércoles fue el día internacional de la eliminación de la violencia contra la mujer. Hace dos décadas que se recuerda a las hermanas Patricia, Minerva y María Teresa Mirabel que fueron asesinadas porque luchaban por la democracia y contra Trujillo, el feroz dictador de República Dominicana.
No debemos dejar pasar un solo día sin visibilizar la violencia de género. Hace un par de día hablamos con Milagros Mariona, la vocera de la sobrina de José Alperovich al que denunció por violación, abusos sexuales y sicológicos. Mariona nos contó que la Corte Suprema de Justicia todavía no resolvió si el caso debe juzgarse en Tucumán o en la Ciudad de Buenos Aires. No se que esperan. ¿Apostarán a la impunidad de Alperovich? No es una decisión tan complicada para tomar. Y es un caso emblemático. Porque es la denuncia por violencia sexual del victimario con el más alto poder de todos los denunciados. Alperovich fue tres veces gobernador de Tucumán, empresario millonario y además actualmente es senador por el cristinismo y tiene licencia.
Estos casos hay que investigarlos con la mayor velocidad posible. No se puede seguir re victimizando a la víctima.
La denuncia asegura que Alperovich cometió por lo menos, 7 casos de abuso sexual agravado y que dos ocurrieron en su departamento de Puerto Madero y los 5 restantes en la sede de campaña.
Esto no se puede demorar más. Hay un silencio demasiado parecido a complicidad o a búsqueda de impunidad.
A Alperovich lo podemos ubicar dentro de la categoría del “ladri feudalismo K”. Por algo, un sector amplio de los tucumanos lo bautizó como “El Zar”. El rechazo que provoca su figura lo llevó a salir cuarto en las últimas elecciones, detrás de Ricardo Bussi, el hijo del temible genocida.
Les pido a los oyentes que si hay chicos que están escuchando los alejan de la radio porque quiero relatar con toda la crudeza necesaria lo que víctima de 29 años dice que le hizo su tío segundo. En un fragmento de su texto, dice: “No quería que me besara. Lo hacía igual. No quería que me manoseara. Lo hacía igual. No quería que me penetrara. Lo hacía igual.”. Lo trata de monstruo y da detalles de cómo la violó en forma reiterada durante un año y medio. “El avasallamiento fue demoledor. Nunca lloré tanto en mi vida”, escribió la chica.
Una cosa que llama mucho la atención es el silencio de su polémica esposa, la zarina Beatriz Rojkés. El abogado Gustavo Morales, directamente exigió que se le quite la banca por “inhabilidad moral a Alperovich” Y en su momento, impulsó una nueva denuncia contra Beatriz Mirkin, la otra senadora por Tucumán que nada casualmente, es prima de Alperovich. La acusa de “encubrimiento agravado” porque cuando la denunciante de la violación sexual se lo contó y le pidió ayuda, Mirkin le dijo “que se la aguantara hasta después de las elecciones”. Mirkin que suele hacer alarde de sus posturas feministas y en contra de la violencia de género, calló y ocultó lo que le comunicaron y lo que es más grave todavía, le comentó en un bar de un shopping que “no le extrañaba lo que le contaba porque Alperovich ya había tenido actitudes similares con una anterior secretaria de ella. Alperovich tiene algunos antecedentes nefastos en su relación con las mujeres. Durante una entrevista con la periodista Carolina Servetto, se comportó agresivo, desafiante y en forma misógina. Le dijo: “Esta chica me encanta, es el perfil que a mí, me gusta. Sos una preciosura”. Eso fue en vivo, en pleno reportaje. Y ante la incomodidad y el enojo de la periodista, expresó: “No te sale ponerte en mala. No te sale, sabés. A mí, vos me haces acordar a mi señora”.
También tuvieron mucha cobertura mediática los rumores de una relación del Zar con Mariela Mirra, una joven que había ganado el reality Gran Hermano en el 2008. Le había dado un empleo pagado por el estado provincial pero cuando estalló el conflicto, intervino la Zarina y lo trató de abuelito a Alperovich y Mariela dejó de trabajar para Tucumán.
Hay que combatir a todos los golpeadores y violadores sin que importe la camiseta partidaria. Un par de muchachos de La Cámpora fueron acusados y la agrupación hizo todo para ocultar el tema, Lucas Carrasco fue condenado antes de morir a 9 años de prisión por violación, un profesor universitario ex integrante de 678 también fue señalado por varias alumnas y militantes K.
Ojalá el caso de Alperovich no corra la misma suerte y no traten de esconderlo bajo un manto de silencio.
Las consignas son claras.
Ni una menos. Ni una violada más.
Ni un violador más.
A ellas, vivas las queremos.
A ellos, presos los queremos.
Aumenta la condena social pero los femicidios no disminuyen. Son la expresión más inhumana del ser humano. Esta columna intenta ser un alerta y un aporte al combate contra semejante horror:
Pobre Marcela. Siente dolor, miedo y vergüenza. Tiene miedo de contarle a sus amigas y a su familia que Miguel, su esposo, la castiga brutalmente. Primero siente el dolor físico. Ese puño repugnante contra su cara. La sangre que no para. Las hematomas. El cinto como látigo sobre sus piernas. Después siente miedo que Miguel vuelva a enojarse aunque sabe que no importa lo que ella haga o diga: una vez por semana, él, la va a golpear. Marcela nunca le contó su drama a nadie. Solo hay dos personas en la tierra que lo saben. Miguelito, su hijo más grande que- pobrecito- un día se levantó para hacer pis a la madrugada o tal vez se despertó por los gritos y vio justo cuando él le pegaba una patada en la espalda.
El hijito entró en una crisis de llanto y no paró hasta el mediodía siguiente. En esa época tenía 9 años y él tampoco nunca preguntó ni dijo nada. Ya pasaron dos años y Marcela sabe que él sabe y él sabe que ella sabe. Hay miradas y lágrimas que nunca se olvidan. La otra persona que conoce esta tragedia es Esther. Ella es terapeuta de un servicio telefónico contra la violencia familiar. Un día Marcela encontró el teléfono en el diario y llamó. Decía que atendían las 24 horas y los 365 días del año. Se armó de coraje y llamó. Hace 9 meses que habla con Esther dos veces semana. Espera que Miguel se vaya al trabajo y llama. Llora, se confiesa, se cuestiona, se libera y se atormenta. Le hace bien hablar con la licenciada Esther. Nunca se vieron porque Marcela todavía no se anima a ir personalmente. No se anima a hacer la denuncia.
Tiene vergüenza de que su familia no le crea. De que sus amigas la desprecien de por vida. Es que siempre creyó que estas cosas terribles ocurrían en las villas miserias. Entre gente muy pobre y sin educación. Y ella no es así. Marcela es maestra jardinera. Dejó de trabajar cuando nació Mónica, su segunda hija. Vive en un departamento de tres ambientes en Almagro y a su esposo no le van tan mal las cosas.
El golpeador, el energúmeno es subgerente de un importante laboratorio y casi llega a los 93 mil pesos por mes. En ese aspecto no hay problemas. Viven más o menos bien. Sin lujos, pero a los chicos no les falta nada. El se transforma cuando se pone corbata y el maletín negro: es un caballero, un señorito inglés. Pero los fines de semana es el diablo. El whisky lo pone como loco. O porque se pone como loco es que toma whisky… nunca lo sabrá bien. Además, toma pastillas. El viernes a la noche ya está descontrolado. Pero Marcela siente que la cosa no va más. Está embarazada de dos meses y todavía no se lo dijo a Miguel. El viernes pasado casi se lo dice porque él le pegó en la panza.
Ya está cansada de mandar a los chicos a lo de sus padres o a lo de sus suegros durante el fin de semana. Ya está cansada de mentir diciendo que se cayó por la escalera, que un día resbaló, o de esconderse fingiendo que tiene depresiones los lunes y los martes hasta que se le vayan las marcas más visibles de los golpes. Ya está agotada. Pero tiene miedo que no le crean ni sus amigas ni su familia. Si hasta sus padres lo elogian: que trabajador es Miguel. Es un poco agresivo cuando se enoja pero es bueno. A vos nunca te falta nada. ¿No es así, Marcela? “Tuviste suerte con Miguel”, le dijo su propia madre. Marcela aceptó ir hoy a ver personalmente a Esther. Marcela se enterará de que hay miles y miles de mujeres golpeadas. Y que los hijos son los testigos más desprotegidos. Tal como le pasa a ella. Igualito.
Marcela tiene al golpeador en su casa. Lo tiene metido entre sus sábanas, en la cocina, en la mirada de su hijo Miguelito, que hace dos años entendió todo y no dijo una palabra. En la ausencia total de autoestima. En el pánico a empezar una vida sola porque no tiene trabajo. En los momentos más terribles, a la hora de descender a los infiernos, la pobre Marcela se llegó a preguntar si la culpable no era ella. Si no era ella la responsable de que ese dandy de maletín y celular se transformara en una especie de monstruo.
Hasta tanto llegó la humillación que ella, la víctima, llegó a dudar de su condición. Llegó a pensar que por su culpa él pasaba de ser un ángel a ser un demonio. Es que los domingos a la tarde él le pide perdón. Le dice que la quiere, le hace un regalito, le pide que la ayude, que ella es lo más importante que tiene en la vida y ella accede, no tiene otra salida y accede. La semana que viene se cumple un año del día en que Miguel le fracturó un brazo. Hoy Marcela le va a contar todo a Esther. Está decidida a pedir un abogado que la asesore y a hacer la denuncia. Sabe que no puede condenarse ella ni condenar a sus hijos a tener un padre golpeador. Está decidida a empezar de nuevo. Marcela está muy dolorida pero hay algo que aprendió para siempre. Sabe que está dando el paso más importante de su vida. Y es para salvarse de la muerte. Debemos unirnos en la exigencia de juicio, castigo y condena a los culpables. En cada esquina de este país deberíamos colgar un cartel que diga: «Basta. Nunca más un femicidio. No es no.