Nacho, el periodista de la dignidad – 1 de noviembre 2022

Intento definir a José Ignacio López con una sola palabra. Creo que no me equivoco demasiado en calificarlo como el periodista de la dignidad. El diccionario colabora porque en sus sinónimos describe a Nacho. Dignidad es honra, decencia, decoro y nobleza. Todo eso, mas coraje, es José Ignacio López que hoy recibió la mención de honor “Diputado Juan Bautista Alberdi” en la cámara baja.
Una alegría que, sin dudas, fue superada por el nacimiento de su primer bisnieto. José Ignacio todavía anda con bastón porque se está reponiendo de una fractura.
A los 86 años, su trayectoria es inmensa y luminosa. Trabajó en Clarín, La Nación, La Opinión, NA, Dyn y también en radio y televisión. Pero hay tres momentos que jamás olvidará.
Dos ocurrieron un 10 de noviembre, pero con 7 años de diferencia. Uno trágico y el otro mágico. En 1976, plena dictadura de Videla, le pusieron una bomba en la puerta de su casa. Y en 1983, el presidente electo Raúl Alfonsín lo convocó para que fuera su vocero.
El golpe que posibilitó el terrorismo de estado fue el 24 de marzo. Ocho meses después, un artefacto explosivo destruyó una habitación, el garaje, parte de living, su autito, un Citroen 3CV y casi todas las ventanas de la cuadra en donde vivía en José Mármol. En su familia, no hubo heridos de milagro. Estaba su suegra cuidando a los 5 hijos porque Nacho y Lita, su mujer, estaban en el Vaticano. Jacobo Timerman lo había enviado para que construyera fuentes informativas cerca del Santo Padre ya que Nacho era columnista de temas políticos y religiosos. Llegó a su hotel cerca de Stazione Termini y recibió las llaves de la habitación y un telex de Timerman donde le daba la noticia bomba. José Ignacio nunca supo quién fue el autor de ese atentado criminal. Sospecha de la ultra derecha que publicaba un semanario llamado “El Caudillo” que lo había incluido en una lista donde lo acusaban de ser un marxista infiltrado en la iglesia.
Nacho nunca fue marxista. Era de la Acción Católica y su referente era Monseñor Vicente Zaspe que fue uno de los primeros en preocuparse por la violación a los derechos humanos.
Ese mismo día, pero de 1983, Guillermo Alfonsín lo convocó por encargo de su hermano, el presidente de la Nación. No era amigo de Alfonsín y tampoco militante del radicalismo. Parece que lo recomendaron otras personas que también podríamos definir con la palabra “dignidad”, David Ratto y Magdalena Ruiz Guiñazú, nuestra querida colega con la que había trabajado en radio. Hubo tantos valores compartidos que en dos minutos, José Ignacio López se transformó en el vocero de Alfonsín hasta el día de su muerte. Ese día, en un programa de televisión que yo hacía en canal 26, José Ignacio, en medio del dolor y el luto, contó aquel primer encuentro.
El tercer momento cumbre de su vida profesional fue cuando con una valentía que no abundaba se atrevió a preguntarle al dictador Videla sobre los desaparecidos. Un horror clandestino que nadie mencionaba. Desaparecían personas y también desaparecían esa palabra.
José Ignacio aprovechó que el Papa Karol Wojtyla, Juan Pablo Segundo, en la Plaza San Pedro había mencionado la palabra maldita y le trasladó la inquietud a Videla. Nervioso, incómodo, el dictador, hizo una larga perorata y Nacho tuvo el coraje de repreguntar. Fue en ese momento donde Videla dijo una atrocidad que quedó grabada para siempre en la memoria colectiva: “el desaparecido es una incógnita, no tiene entidad, no está ni muerto ni vivo, está desaparecido”.
Estuve cerca de José Ignacio, en medio de otra tragedia social y política. Fue cuando se trató de evitar la masacre del 2001. Nacho fue el coordinador del “Diálogo Argentino”, donde las Naciones Unidas, la Iglesia, algunos políticos y periodistas pretendimos hacer un aporte para evitar la muerte por las calles y la caída de Fernando de la Rúa. Fue un esfuerzo monumental al que, lamentablemente, De la Rúa subestimó.
Son apenas mojones en una vida dedicada a la búsqueda de la verdad, la justicia, la democracia, la fé y a la familia. El muy merecido premio de hoy, fue recibido con alegría. Pero nada comparable a la felicidad de jugar con su bisnieto. Porque como periodista y como ser humano, la palabra que lo define es dignidad.