El periodismo de la década – 14 de septiembre 2017

Confieso que estuve lento de reacción.
La ficha tardó demasiado en caerme. El vértigo informativo y la locura de hacer radio y televisión en vivo del día martes me aceleró tanto que puse el eje en honrar mis compromisos y no en disfrutar de los premios Konex. Con Diego entramos y salimos de la imponente Facultad de Derecho a mil por hora. Casi no tuvimos tiempo de saludar a tanta gente querida que había entre los colegas. Pero a la noche, en los camarines de TN, después del fernet y el cuídate changuito, nos dimos un abrazo profundo. Un abrazo más sereno y menos eufórico que el de un gol de Palermo. O de Benedetto. Casi no hubo palabras. Es que estaba todo dicho. Teníamos mucho, pero mucho que celebrar. Por primera vez el mismo día un padre y un hijo recibieron (recibimos) el diploma al mérito que se entrega cada diez años en Konex de “Comunicación y periodismo”. Eso sólo ya vale la pena y el mejor de los abrazos. Los Konex que generó Luis Ovsejevich son los premios de mayor prestigio por su independencia y su pluralismo. Se cometen algunas arbitrariedades, como en todos los premios que son básicamente subjetividades, pero todo el mundo los valora y los respeta. Yo recibí mi diploma por segunda vez. En el 2007 fui distinguido en el rubro “Análisis político audiovisual” y ahora en la categoría “Televisión”. Eso me da una gran satisfacción. Habla de 20 años de carrera. Pero la máxima felicidad, lo que siento como una bendición de la vida es que mi hijo Diego, todavía con 27 años recibió su diploma en el rubro “Revelación”. Si me permite me pongo otro babero. Es por cuatro años, el más joven de las 105 “mejores figuras de la década” como dice el programa que nos dieron cuando entramos.
Siempre pienso que algo bueno debo haber hecho en la vida para que me haya tocado semejante premio. Para mí siempre será un changuito, un chanchito volador como le cantaba a la hora de dormirlo en su cuna. Y hasta que me muera, yo seré su “viejo” como me dice ahora, pero también su “Papupa” como me llama a veces, cuando se le escapa, en la intimidad y logra que yo me derrita de amor paternal.
En el público aplaudían a rabiar su madre, Silvana y su novia Daniela. Yo lo miraba emocionado por la alegría con que lo recibió en el escenario Magdalena Ruiz Guiñazú, la presidenta del Gran Jurado y la “Pachamama” de nuestro maravilloso oficio. Estábamos rodeados por compañeros premiados de esta radio como su director, Jorge Porta o las naves insignias y/o locomotoras de la mañana como Marcelo Longobardi y Jorge Lanata (aunque en realidad estuvo Bárbara, su changuita) y de dos genios que son amigazos nuestros como Jorge Fernández Díaz y Nicolás Wiñazki, claramente dos de los mejores periodistas argentinos.
Encima, entre los premiados estaba mi hermano mayor de la radio: Fernando Bravo. De él traté de aprender todo aunque no haya aprendido nada.
Con tantos años de periodismo, casi 40 si cuento mis inicios en Córdoba, había muchos viejos compañeros de redacciones, de otras radios, de la tele. Tengo un afecto muy especial por los periodistas. Los conozco como si los hubiera parido. Y sé que es la forma más divertida de ser pobre pero es mejor que trabajar. No, era una broma. Este trabajo que tanto amo es adictivo y es la gran posibilidad de colocarse como fiscal del poder (de todos los poderes) y de ser abogado del hombre común (de todos los hombres comunes). No siempre está bien pago. Nunca tiene horarios. Se es periodistas todo el tiempo y toda la vida. La curiosidad, las ganas de conocer y dar a conocer la verdad son un motor muy potente. No te deja parar un minuto. Es una pasión irrefrenable que produce stress, agotamiento pero una gran felicidad.
Pero también es cierto que el periodismo profesional atravesó el momento de mayor autoritarismo y censura desde que retornó la democracia en 1983. Los Kirchner siempre odiaron al periodismo. Solo les gustan los chupamedias o los que no hacen preguntas comprometidas. Una vez Cristina dijo que el periodista que ella quería era Robertito de C5N, porque “era elegante, un divino total, te hace sentir bien, feliz, alegre”.
Todo bien con Roberto. No me cae mal. Pero está más cerca del entretenimiento que del periodismo. Nuestro trabajo debe incomodar a los cómodos y acomodar a los incómodos, como dice el Talmud. Tenemos que ser la piedra en el zapato. Si no somos la mirada crítica, nos convertimos en propagandistas que es una profesión muy digna pero que no es periodismo. Los periodistas además, tenemos que ser los firmes custodios de nuestro principal insumo que no es la noticia: es la libertad. Me gusta decir que con libertad es posible practicar un periodismo bueno, malo o regular, pero sin libertad solo es posible la propaganda.
Y tampoco me olvido que la defensa de esa libertad, durante el kirchnerismo, hubo que ejercerla con los dientes apretados. Con todo el aparato del estado, Néstor y Cristina se dedicaron a atacar al periodismo independiente. Repartían chequeras para los sumisos y látigo para los rebeldes. Pautas publicitarias por millones para empresarios adictos y periodistas militantes y castigo para los que no se arrodillaron ante el altar del gobierno más corrupto de la democracia.
Utilizaron los servicios de inteligencia, la AFIP, la televisión y la radio pública, los atriles y las decenas de cadenas nacionales para estigmatizar e injuriar a los medios y a los periodistas que no se rindieron. Fueron implacables. Feroces. Fomentaron los escraches de todo tipo. Chicos empujados a escupir fotos de periodistas frente a la Casa Rosada. Juicio popular ridículo y caricaturezco, también en la Plaza de Mayo. Personalmente me tuve que bancar las peores bajezas. Trescientos tipos con capuchas y palos en la puerta de la radio cantando “Que suene el bombo/ que suene el tamboril/ que Fernando Bravo y Alfredo Leuco/ se tienen que morir”. Vandaliaron el edificio con aerosol con consignas amenazantes y violentas. Tuvimos que salir custodiados por la policía. Como si fuéramos delincuentes y yo jamás tuve ni siquiera un cheque devuelto por falta de fondos. Después 4 salvajes vestidos de negro y en dos motos me dieron una paliza terrible y me robaron mi mochila con mi computadora y los archivos de toda mi vida. Luego se comprobó que un auto que estaba en la esquina les dio la orden. La zona estaba liberada porque solo ese día no estaban los dos policías que custodiaban el “Café Tortoni” y esto ocurrió a 5 metros de ese lugar. Ni un peso de publicidad oficial fue la constante. Pero además apretaron a los empresarios privados y los amenazaron. Si ponían publicidad en lo de Leuco los iban a reventar. Todavía recuerdo cuando Cristina sacó 12 millones de votos y yo estuve a punto de abandonar mi programa de cable porque perdíamos plata todos los meses. Ni hablar de los despreciables payasos de 678 castigando con mentiras todos los días desde los medios estatales que pagamos todos los argentinos. Los insultos en la calle. Las provocaciones. El silencio de los funcionarios que no respondían preguntas ni daban conferencias de prensa. Solo chupamedias y aplaudidores que fingían ser periodistas y cobraban tres o cuatro sueldos que pagaba el pueblo.
Por eso el premio Konex en esta década tuvo un sabor especial. Porque fue la década maldita para el periodismo. La década censurada. Por orden de Néstor Kirchner, Julio de Vido hizo levantar el programa que hacíamos con buen rating con Marcelo Longobardi llamado “Fuego Cruzado”. Claro, nos metimos con los fondos de Santa Cruz y la corrupción K. Muy pocos hablaban de esos temas en esos tiempos de cólera.
Pero este premio tiene un sabor especial, sobre todo porque lo recibí con mi hijo. Diego en el libro que escribimos juntos contó (para mi total sorpresa) que entre otras cosas se hizo periodista para que los K supieran que ahora había dos Leuco, espalda contra espalda. Dice que me quiso regalar la eternidad de nuestro vínculo, de un padre y un hijo que se quieren hasta el infinito. Me hizo llorar como pocas veces. De felicidad y emoción. ¿Qué más le puedo pedir a este oficio maravilloso? ¿Qué más le puedo pedir a la vida?