Intento definir a José Ignacio López con una sola palabra. Creo que no me equivoco demasiado en calificarlo como el periodista de la dignidad. El diccionario colabora porque en sus sinónimos describe a Nacho. Dignidad es honra, decencia, decoro y nobleza. Todo eso, mas coraje, es José Ignacio López que hoy recibió la mención de honor “Diputado Juan Bautista Alberdi” en la cámara baja.
Una alegría que, sin dudas, fue superada por el nacimiento de su primer bisnieto. José Ignacio todavía anda con bastón porque se está reponiendo de una fractura.
A los 86 años, su trayectoria es inmensa y luminosa. Trabajó en Clarín, La Nación, La Opinión, NA, Dyn y también en radio y televisión. Pero hay tres momentos que jamás olvidará.
Dos ocurrieron un 10 de noviembre, pero con 7 años de diferencia. Uno trágico y el otro mágico. En 1976, plena dictadura de Videla, le pusieron una bomba en la puerta de su casa. Y en 1983, el presidente electo Raúl Alfonsín lo convocó para que fuera su vocero.
El golpe que posibilitó el terrorismo de estado fue el 24 de marzo. Ocho meses después, un artefacto explosivo destruyó una habitación, el garaje, parte de living, su autito, un Citroen 3CV y casi todas las ventanas de la cuadra en donde vivía en José Mármol. En su familia, no hubo heridos de milagro. Estaba su suegra cuidando a los 5 hijos porque Nacho y Lita, su mujer, estaban en el Vaticano. Jacobo Timerman lo había enviado para que construyera fuentes informativas cerca del Santo Padre ya que Nacho era columnista de temas políticos y religiosos. Llegó a su hotel cerca de Stazione Termini y recibió las llaves de la habitación y un telex de Timerman donde le daba la noticia bomba. José Ignacio nunca supo quién fue el autor de ese atentado criminal. Sospecha de la ultra derecha que publicaba un semanario llamado “El Caudillo” que lo había incluido en una lista donde lo acusaban de ser un marxista infiltrado en la iglesia.
Nacho nunca fue marxista. Era de la Acción Católica y su referente era Monseñor Vicente Zaspe que fue uno de los primeros en preocuparse por la violación a los derechos humanos.
Ese mismo día, pero de 1983, Guillermo Alfonsín lo convocó por encargo de su hermano, el presidente de la Nación. No era amigo de Alfonsín y tampoco militante del radicalismo. Parece que lo recomendaron otras personas que también podríamos definir con la palabra “dignidad”, David Ratto y Magdalena Ruiz Guiñazú, nuestra querida colega con la que había trabajado en radio. Hubo tantos valores compartidos que en dos minutos, José Ignacio López se transformó en el vocero de Alfonsín hasta el día de su muerte. Ese día, en un programa de televisión que yo hacía en canal 26, José Ignacio, en medio del dolor y el luto, contó aquel primer encuentro.
El tercer momento cumbre de su vida profesional fue cuando con una valentía que no abundaba se atrevió a preguntarle al dictador Videla sobre los desaparecidos. Un horror clandestino que nadie mencionaba. Desaparecían personas y también desaparecían esa palabra.
José Ignacio aprovechó que el Papa Karol Wojtyla, Juan Pablo Segundo, en la Plaza San Pedro había mencionado la palabra maldita y le trasladó la inquietud a Videla. Nervioso, incómodo, el dictador, hizo una larga perorata y Nacho tuvo el coraje de repreguntar. Fue en ese momento donde Videla dijo una atrocidad que quedó grabada para siempre en la memoria colectiva: “el desaparecido es una incógnita, no tiene entidad, no está ni muerto ni vivo, está desaparecido”.
Estuve cerca de José Ignacio, en medio de otra tragedia social y política. Fue cuando se trató de evitar la masacre del 2001. Nacho fue el coordinador del “Diálogo Argentino”, donde las Naciones Unidas, la Iglesia, algunos políticos y periodistas pretendimos hacer un aporte para evitar la muerte por las calles y la caída de Fernando de la Rúa. Fue un esfuerzo monumental al que, lamentablemente, De la Rúa subestimó.
Son apenas mojones en una vida dedicada a la búsqueda de la verdad, la justicia, la democracia, la fé y a la familia. El muy merecido premio de hoy, fue recibido con alegría. Pero nada comparable a la felicidad de jugar con su bisnieto. Porque como periodista y como ser humano, la palabra que lo define es dignidad.
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El kirchnerismo, siempre del lado del delito – 31 de octubre 2022
En medio del pánico y el dolor por el fusilamiento de Andrés Blaquier, esta señora, hizo el análisis político más certero. Estaba indignada, harta ya de estar harta, ya se cansó y dijo que este cuarto gobierno kirchnerista apoya siempre a los delincuentes. No se equivocan nunca. Siempre están del lado del eje del mal. A favor de los victimarios y en contra de las víctimas. Y tiene razón la señora. La cultura presuntamente progre, pero en realidad, profundamente reaccionaria e inhumana del falso garantismo zaffaroniano fue entronizada por Néstor y Cristina.
Sergio Berni contó que el asesino de Blaquier tiene más detenciones que años. Tiene 18 años y fue detenido 21 veces por cometer delitos y por supuesto, fue liberado 21 veces por una justicia permisiva, cobarde e irresponsable que se lava las manos y los larga a la calle a la velocidad de la luz. La tristemente célebre puerta giratoria funciona como siempre.
El delincuente avisó 21 veces que estaba en la carrera criminal y la justicia en lugar de frenarlo, se la aceleró. Lo blindó. Le dio impunidad. Y ese descontrol termina siempre en la muerte. Muere la víctima del robo de la moto como fue Blaquier o el mismo pistolero que a veces es asesinado en medio de un tiroteo.
Berni quiso sacarse la responsabilidad de encima y mostró el legajo y los antecedentes de este criminal al que me niego a llamarlo “Lucianito”. Lucianito, las pelotas. Es un asesino. Debía estar preso pero el juez de garantías se negó a dejarlo entre rejas. “Ese juez –dijo Berni- debería estar acá dando explicaciones”
Berni dijo que esta fue la crónica de una muerte anunciada que se podría haber evitado, que no es un hecho aislado y que pasa todos los días. Chocolate por la noticia. Berni no dijo que esos jueces son los amigos del gobierno. Que son todos hijos putativos de la escuela de Eugenio Zaffaroni que, a esta altura, debería reconocer que su doctrina abolicionista es un fracaso que lo único que hizo fue empoderar a los delincuentes y aterrorizar a los ciudadanos decentes.
Berni, es tugo. Berni, es tu gobierno. Todas las señales que emite el kirchnerismo desde que llegó al poder son de ayuda y protección a los malandras y bandidos de toda especie.
Berni es un soldado de Cristina y Zaffaroni, también. Ambos responden a la misma jefa y todos son responsables del aumento de los robos, los crímenes, la ferocidad y la impunidad.
“Sensación de inseguridad”, diría Aníbal Fernández. Mandan los delincuentes y muchos jueces y fiscales los liberan más rápido que un bombero. No tienen vergüenza ni dignidad para ejercer su profesión. Tienen que impartir derecho. Y no me vengan con la fría letra de la ley y los tecnicismos. Algunos jueces son corruptos. Pero a la mayoría les falta sensibilidad y les sobra pánico. Tienen mil zonas grises en la ley y en lugar de colocarse del lado de los derechos humanos de las víctimas, protegen a los delincuentes. Siempre encuentran alguna vuelta para liberarlos. Y digo que tienen pánico a dos situaciones. A la venganza de los cómplices que después aprietan o amenazan a los jueces y fiscales. Y al qué dirán de los muchachos falsamente progresistas que todavía ven en un ladrón en patota o en un criminal a un subproducto de la injusticia del sistema capitalista. Zaffaroni Básico. ¿Hasta cuándo van a seguir repitiendo esas boludeces de que la seguridad es una bandera de la derecha y de los ricos? Todos los días matan laburantes o jubilados.
Los barras violentos y muchas veces narcos, tampoco fueron combatidos por el cristinismo. ¿Se acuerda de la agrupación hinchadas unidas? ¿Y del Vatayón militante que sacaba presos para llevarlos a actos políticos disfrazados de culturales? Por algo los Fernández ganaron por paliza las elecciones en los penales. Porque saben que esa fuerza, simpatiza y favorece a los que cometen delitos.
Necesitamos urgente que se haga justicia. Y no demagogia barata y criminal. Castiguemos a los que nos matan y cuidemos a los que nos cuidan. Porque si no, ¿Quién nos va a cuidar?
En el ADN del cristinismo chavista está
el delirio de premiar delincuentes y victimarios y de castigar a las víctimas. Todo lo contrario de lo que significa defender la ley y los derechos humanos. Siempre apelan a ese dogma jurásico de ponerse del lado del mal. Con Putin, Daniel Ortega, Maduro o Hamas, más allá de nuestras fronteras. Con los violadores que tienen su misma camiseta partidaria como José Alperovich. Con los jerarcas sindicales millonarios y patoteros tipo el Pata Medina o el clan Moyano. Con los ladrones y criminales liberados de las cárceles al comienzo de la pandemia con una frivolidad suicida o con los corruptos de estado como Amado Boudou y Milagro Sala, por ejemplo. Y nombro a estos dos delincuentes porque ambos están condenados con sentencia firme, incluso de la Corte Suprema de Justicia.
La señal hacia la sociedad es demoledora. En lugar de celebrar a los que con mérito y esfuerzo se destacan en la ciencia y el arte o en la innovación tecnológica o en su vocación de servicio solidario, estos muchachos siempre levantan la bandera de los bandidos y asesinos.
Aún en estos momentos de mayor debilidad, con la economía explotada de pobreza, desocupación e inflación, los muchachos no frenan en esa despreciable carrera para apuntalar liderazgos absolutamente tóxicos para las instituciones republicanas. Empezando por Cristina, la jefa de la corrupción más grave de la historia democrática.
Alfonsín, el padre de la democracia – 28 de octubre 2022
Aquel preámbulo fue la utopía colectiva que sepultó todas las dictaduras, por los siglos de los siglos, amén. San Raúl de la democracia. De aquella oración patriótica que recorrió e inundó el país para poner en un altar a la unión nacional, la justicia, la paz interior, la defensa común, el bienestar general y los beneficios de la libertad.
Este domingo es 30 de octubre. En 1983, fue el día del parto de la recuperación democrática. Después de más de siete años de dictadura militar, el doctor Raúl Alfonsín fue elegido presidente.
Ya pasaron 39 años de aquella epopeya. Este sistema, que es el menos malo de los conocidos, llegó para quedarse por 100 años más. Por eso Don Raúl está en la eternidad. Seguramente está tomando unos mates con don Hipólito Irigoyen y don Arturo Illia en el cielo de la austeridad republicana y la honradez. O saludando a la gente por las calles de la memoria, con dignidad y la frente alta, como le gustaba hacer aquí en la tierra
Don Raúl, el padre de la democracia recuperada, caminando lento, como perdonando el viento, según la poesía emblemática del día del padre. Don Raúl, firme en sus convicciones y peleando con coraje contra ese maldito cáncer que lo rompió pero que no lo pudo doblar, como proclamaba Leandro Alem. Ahí está don Raúl que – mirado en perspectiva- fue uno de los mejores presidentes que nos supimos conseguir. Con todos sus errores, con todas sus equivocaciones, a 39 años de la revolución cívica que significó la vuelta a la libertad, creo que Alfonsín es mejor que la media de los presidentes que tuvimos y –si me apura- creo que es mejor que la media de la sociedad que tenemos. Ahí andaba don Raúl con las manos limpias, viviendo y muriendo en el mismo departamento de siempre, honrado como don Arturo, corajudo como Alem manda. No quiero decir que el doctor Raúl Alfonsín haya sido un presidente perfecto. De ninguna manera. Fue tan imperfecto y tan lleno de contradicciones como todos nosotros. La democracia es imperfecta. Pero nadie puede desmentir que Alfonsín fue un demócrata cabal. Nunca ocupó ningún cargo durante ninguna dictadura. Y eso que muchos de sus correligionarios si lo hicieron. Estuvo detenido por ponerle el pecho a sus ideas. Fue un auténtico defensor de los derechos humanos de la primera hora y en el momento en que las balas picaban cerca. Fue su bandera permanente. Se jugó la vida por eso. No fue por una cuestión de oportunismo ni para cazar dinosaurios en el zoológico, como lo hicieron tardíamente, los Kirchner. Por eso, con toda autoridad, después parió el Nunca Más y la Conadep y el histórico Juicio a las Juntas Militares que ningún otro país del mundo se atrevió a hacer con la dictadura en retirada pero todavía desafiante, poderosa y armada hasta los dientes.
Esta rigurosidad histórica hoy tiene más valor para completar la información de los jóvenes que ya vieron o van a ver la película “Argentina 1985”. Italo Luder, el candidato del peronismo apoyó la auto amnistía de los militares. Como si esta claudicación fuera poco, también, el peronismo también se negó a integrar la Conadep. Fue una mezcla de complicidad, temor y un diagnóstico equivocado. Los héroes de aquel momento único fueron, entre otros, Alfonsín, Strassera, Graciela Fernández Meijide, Ernesto Sábato, Carlos Nino, Jaime Malamud Goti y la querida y recordada compañera nuestra Magdalena Ruiz Guiñazu.
Alfonsín tuvo sublevaciones golpistas de militares carapintadas, lunáticos criminales en La Tablada, paros salvajes de la CGT y golpes de mercado que intentaron derrocarlo.
Es verdad que también existieron los errores y los horrores propios. La economía de guerra y el desmadre inflacionario, sobre todo. El fuerte impacto del “felices pascuas” y “la casa está en orden”. Y el derrumbe de la confianza en la capacidad para gobernar y ese descontrol que terminó con la entrega anticipada del poder. Si tratamos de ser lo más ecuánimes y rigurosos posibles aparecen las luces y las sombras de una gestión. Pero el paso del tiempo y la comparación con lo que vino después, lo deja a Raúl Ricardo Alfonsín del lado bueno de la historia. En la vereda del sol. Entrando a los libros como un héroe que se definió como el más humilde de todos los servidores del pueblo. Nadie puede negar que fue un patriota. Cada día los extrañamos más. En estos tiempos de cólera, corrupción y autoritarismo, su sabiduría nos podría iluminar el camino. Aquellas frases dichas casi como testamento: “Si la política no es diálogo, es violencia” y “gobernar no es solo conflicto, básicamente es construcción”. Algo así como decir que la palabra enemigo hay que extirparla del diccionario político. Que solo hay que marginar a los golpistas y los corruptos. Cada día es más necesaria su apuesta a la coexistencia pacífica de los diferentes, a una república igualitaria y a la libertad. Raúl Alfonsín fue el partero del período democrático más prolongado de toda la historia. Siempre será como un símbolo de la luz de las ideas que salieron del túnel de la muerte y el terrorismo de estado.
Jamás olvidaré una discusión muy fuerte que tuvimos. Yo fui muy irrespetuoso con su investidura. Como director de una revista edité y puse en tapa una investigación que dudada de su transparencia y la de su hermano. No lo hice con mala intención. No hubo real malicia, dirían los abogados. Fue el intento tozudo y permanente de mirar en forma crítica al poder y a los gobiernos. Había información correcta y otra que luego no pudo confirmarse. Alfonsín, gallego calentón como le decían sus amigos, me vino a buscar a la editorial con un bastón en la mano para defender su dignidad. Por un lado me avergüenzo y me autocritico por no haber sido todo lo riguroso que debería haber sido profesionalmente. Pero, por otro lado, me enorgullezco de haber sido amigo de varios presidentes democráticos antes y después que lo fueran. Mientras duraron sus mandatos, tuve una mirada crítica como indica el manual básico de mi oficio. Pero me alegré de recuperar su amistad. La reconciliación fue gracias a Marcelo Bassani y Jesús Rodríguez que me ayudaron. Después fui varias veces a su casa. Vino muchas veces a mi programa de televisión.
Y el día que murió hice el programa más conmovedor que me haya tocado hacer. En vivo y en carne viva. Con Pepe Eliaschev, Nelson Castro, Nacho López, Luis Brandoni y Jesús Rodríguez llorando en cámara, conmovidos por tanto dolor.
Emociona ver el monumento a Raúl Alfonsín. Conmueve esa figura granítica como su honradez. Está con las manos entrelazadas en la espalda, con la cabeza algo inclinada en su típica pose. Era la manera de pensar y de dialogar del ex presidente Raúl Alfonsín. Caminar por los jardines de la Quinta de Olivos y reflexionar en forma peripatética.
Hoy está ahí, erguido en la ética de sus convicciones y responsabilidades, como un vigía de la libertad, enclavado en la plaza Moreno de La Plata. Alfonsín murió hace trece años pero su legado, su coraje sigue en el corazón y en las neuronas de los argentinos. Está frente a la Catedral, con su chaleco impecable, su austeridad franciscana y esa cara de bueno capaz de seducir hasta al más acérrimo de los enemigos.
Ya no es una metáfora. Alfonsín está en el bronce. En el lugar que merecía.
Ahora los argentinos que amamos la democracia, los derechos humanos y la libertad tenemos un lugar para ir a rezarle nuestros rezos laicos.
Tal vez nos ayude a parir el país que soñamos. Don Raúl, es hora de honrarlo.